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“Estación final” es un recorrido doloroso por el pasado de otros judíos: Los peruanos, los olvidados para buena parte de la humanidad y de la Historia. El libro de Hugo Coya, sólo por eso, tiene un valor incalculable pero hay algo más. El escritor abre los ojos y fija su mirada en el contexto sudamericano de este continente durante el régimen nazi. Busca en los archivos y recuerda decisiones de un pasado oculto que se esforzaba –hasta ahora- en simular que nunca existió.
Hugo recuerda que Perú y Ecuador fueron los dos únicos países latinoamericanos que se negaron a convalidar los pasaportes de sus nacionales judíos que vivían en la Europa ocupada. También saca a la luz las sombras del Gobierno de Manuel Prado, un presidente que rechazó recibir –sin que le costara un centavo- a los huérfanos judíos cuyas vidas estaban en peligro. “Se negó a conceder visa alguna a esos niños” escribe el autor antes de advertir que “Los pequeños –entre los 4 y los 10 años- murieron luego en las cámaras de gas de Auschwitz”.
Estos datos son una breve pincelada trágica del cuadro de hechos en el que se documenta “Estación Final”. En esta travesía, insólita, Hugo hace 23 escalas. Es la cifra que se corresponde con el número de peruanos que logró identificar entre las víctimas del nacional socialismo. El escritor, periodista infatigable, viajó, entre otros países, a Turquía, Polonia, Estados Unidos, Israel y, naturalmente, Francia. En ellos fue reconstruyendo los caminos de sus compatriotas que fueron víctimas de la barbarie nazi.
En la Nación que unió para siempre términos como “libertad, igualdad y fraternidad” se desarrolla una de esas 23 historias de vida más conmovedoras, la de Magdalena Truel Larrabure. Hugo recoge testimonios, recurre a las redes sociales, herramientas de gran utilidad; visita la casa familiar de Lima y los rincones de París donde “la mejor falsificadora de documentos de la Resistencia” desarrolló, cuenta él, “su destreza, minuciosidad y detallismo gráficos, así como su fino trazo y caligrafía”. Gracias a esa labor Magdalena, como la Emilie Schindler que terminó sus días en Buenos Aires, salvó centenares de vidas de paracaidistas ingleses y estadounidenses. A cambio le quitaron la suya.
La historia de esta mujer entusiasta, luchadora, con una pierna inútil tras ser atropellada por un camión nazi, es la de una heroína de ficción pero “el pájaro de las islas”, como la rebautizaron sus compañeros de campo de concentración de Sachsenhausen, era real. Hugo Coya le sigue la pista en el Banco de Bilbao en París. El accidente, al salir de la oficina, la deja convaleciente un año. Semipostrada ve desde su ventana cómo los nazis se llevan, abusan y someten a los peores suplicios a sus vecinos judíos. Ella, católica, hace propia la causa de la injusticia y toma la determinación de unirse a la Resistencia francesa. “Cuando tomaba una decisión nunca daba marcha atrás”, cuenta Hugo.
La brava peruana, inseparable de la Biblia, compartirá reclusión con el ex presidente republicano español Francisco Largo Caballero, al que admiraba profundamente. El final de Magdalena será la muerte pero su historia, es de esperanza. También la de la última víctima de la lista de Hugo, la de Victoria Weissberg, la única persona nacida en Perú que sobrevivió al Holocausto.
En Estación Final, título que rememora el campo de concentración de Auswichtz, encontramos estas historias de peruanos: Son nuevas, desconocidas o escondidas por desidia o intereses políticos. Hugo Coya afirma que Perú está en deuda con Magdalena, con la familia Assa, con los Adout, los Levy, los Mindel y con todos aquellos que fueron arrollados por el tren con destino a ninguna parte que fue el nazismo El mundo también está en deuda y nosotros, los lectores, después de leer este libro, lo estamos con el autor por haber resucitado a estos peruanos de los que no sabíamos ni su nombre ni su apellido.
Documental sobre Magdalena Truel Larrabure basado en “Estación Final”
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