ALFONSO M. BECKER /MIAMI DIARIO.COM
Ahora el hombre, sabedor de que no tiene nada que hacer con las mujeres si no se adentra en el universo lunático femenino, mira, estudia y escudriña la luna y no para de componer sonetos y canciones al satélite como si fueran los autores intelectuales de un poema amoroso que es propiedad exclusiva del humanismo sexual de las mujeres, pues son ellas las primera que utilizaron la mirada (observación) bajo la luna para “estudiar” al objeto deseado, la aproximación para perturbar al hombre, la seducción para “desarmarlo” por completo y el apareamiento en la luz de la noche con el aliciente orgásmico de mirar la luna extasiado.
El ser humano siempre ha mirado al cielo para inspirarse… En el origen de los tiempos, el mono evolucionado que éramos, ya observaba la luna porque seguramente le pareció una fruta gigante que podría resolver el gran problema de hambruna cuando los árboles agotaban sus frutos y fue la carencia de alimento lo que nos obligó a bajar de sus ramas para buscar comida en en el suelo. Así que la primera observación sutil de un homínido pensante fue mirar la luna como un niño mira una tarta de manzana cuando está muerto de hambre… pero al principio, el ser humano lo único que sabía de la luna era que salía cuando desaparecía el sol, es decir, el auténtico protagonista de la vida cotidiana era el sol y como la gente acababa el día rendida de tanto bregar, dedicaba la noche a dormir y prestaba escasa atención a la luna.
En los albores del sexo cuando el hombre primitivo -que no había escrito aún el Kamasutra y el apareamiento era contemplado simplemente como una necesidad fisiológica- la hembra humana comienza a relacionar la luna con el deseo amoroso y se manifiesta ante el macho como una lunática, es decir, con períodos de “locura” sexual que venían y se iban como las mareas sin que el hombre entendiera lo que estaba pasando pues, como macho que era, su única preocupación era aparearse porque así se lo dictaba un instinto básico que le colgaba entre las piernas y que lo conducía de forma irresistible hacia el pubis de la que empieza a llamar mujer porque era la palabra más acertada para el futuro y así a ellas no se les ocurriría nunca agruparse en un Movimiento para la Liberación del Pubis Femenino.
Lunáticas por excelencia, las mujeres estudiaron la luna mientras el hombre iba a lo suyo… y así, con las piernas entreabiertas y sin prestar atención alguna al macho que tenían encima, las mujeres observaban la luna y descubrieron que tenía cuatro fases… es en ese momento histórico cuando la mujer toma el control de la situación y establece cuatro fases obligatorias si quieres introducirte (nunca mejor dicho) en su mundo: observación, aproximación, seducción y apareamiento… este es el momento en la historia evolutiva de los humanos en el que la mujer demuestra que es menos animal que los hombres y que el complejo cerebro femenino está mucho más capacitado para entender la existencia y, sobre todo, para adornarla con un poco de poesía… El “aquí te pillo y aquí te mato” del juego amoroso queda pues relegado a la animalidad de los hombres que ocuparán, siempre “retrasados”, el pelotón de cola mientras el alma femenina se sitúa a la cabeza de un humanismo creador influenciado, seguramente, por el milagroso hecho de producir vida en un entorno de paz mientras el cerebro masculino se dedica a arrancarla ocupándose de la guerra.
Es la mujer la que ha enseñado al hombre que la luna está ahí arriba para algo… es ella la que ha sido capaz de organizar todo este entramado escenográfico para otorgar a la luna la categoría de atrezo, la que utilizó por primera vez la luna como objeto insustituible que podía ir acompañado de otros enseres astrológicos para representar el amor como la gran obra de esta vida.
Ahora el hombre, sabedor de que no tiene nada que hacer con las mujeres si no se adentra en el universo lunático femenino, mira, estudia y escudriña la luna y no para de componer sonetos y canciones al satélite como si fueran los autores intelectuales de un poema amoroso que es propiedad exclusiva del humanismo sexual de las mujeres pues son ellas las primera que utilizaron la mirada (observación) bajo la luna para “estudiar” al objeto deseado, la aproximación para perturbar al hombre, la seducción para “desarmarlo” por completo y el apareamiento en la luz de la noche con el aliciente orgásmico de mirar la luna extasiado… lo que indujo a los cerebros masculinos a atribuir a la luna cualidades afrodisíacas y un mágico influjo amoroso que podía “rematarte” de placer con un clímax jadeante en cualquiera de sus fases cambiantes. A la luna pues, se le atribuyó el papel de protagonista en todas las teoría primigenias sobre el deseo y el amor.
La característica más relevante de la ciencia ha sido siempre “subvertir” el orden establecido…
Si hemos evolucionado y llegado hasta lo que somos hoy, es gracias a la ciencia pero esa acumulación de conocimientos científicos, esa maravillosa experiencia de saber y conocer, ha destruido por completo todo el mito imponiendo la “dictadura” del logos y la luna, para desgracia de los hombres, se nos presenta científicamente con dos caras… la que nosotros vemos y esa otra cara oculta en las sombras que solo conocen las mujeres y esto ocurre porque los hombres, en realidad, no sabemos mirar la luna y mucho menos relacionarla con el amor por muchas obras literarias que hayamos dedicado al satélite… eso es para nosotros la luna… un satélite… por eso la torpeza masculina y sus urgencias sexuales representan las fases del amor de la forma más desordenada posible prestándose a manifestaciones amorosas en los ascensores, en el capó de un vehículo aparcado, encima de la lavadora o en el sitio más absurdo que pueda uno imaginarse… mientras la mujer sueña con un paseo por la orilla del mar bajo un claro de luna, un beso profundo que retire la marea y un lecho de fina arena que la lleve a navegar por el océano de las pasiones…
Han pasado millones de años y nosotros los hombres seguimos sin buscar la luna, simplemente la encontramos por casualidad allí arriba y lo único que vemos es un pedrusco sin vida y con viruela, repleto de cacharros electrónicos y chatarra espacial, que muy pronto podría convertirse en el basurero de la Tierra…
Y hace también millones de años que las mujeres se anticiparon a explicar que la luz que enciende nuestra noche como una linterna mágica es un milagro del cielo… un milagro que guarda tras de sí todos los secretos inconfesables del deseo y toda la ternura de los amores eternos; algo inexplicable por las leyes de la naturaleza, un suceso extraordinario y maravilloso que solo ocurre en la cara oculta de la luna.
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