La adolescente que desafió a los nazis

EL PAÍS/

Ponerse a leer en medio del mayor horror que ha padecido la humanidad en el siglo XX; coger un libro y disfrutarlo mientras cientos de personas mueren cada día a tu alrededor: unos convertidos en esqueletos por el hambre, otros reventados por la enfermedad, muchos gaseados… Sin embargo, un grupo de niños y adultos del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau consiguió durante los primeros meses de 1944 leer de manera clandestina un reducido grupo de libros que, custodiados por una joven de 14 años, Dita Kraus, se convirtió en una minibiblioteca. El periodista Antonio G. Iturbe (Zaragoza, 1967) ha novelado en La bibliotecaria de Auschwitz (Planeta) esa gesta basada en hechos reales.

La primera noticia que tuvo Iturbe, director de la revista Qué leer, de este episodio en el campo de exterminio fue hace cuatro años a través del libro La biblioteca de noche, del escritor argentino Alberto Manguel, en el que se menciona una entrevista a un superviviente del Holocausto. Aquel hombre contaba que había una pequeña biblioteca que custodiaba una joven llamada Dita, con la que se casó años más tarde. La curiosidad de Iturbe por documentarse le llevó a encontrar “una página de Internet casera” que vendía una novela llamada The painted wall, editada solo en inglés. “Cuando pedí un ejemplar, me contestó alguien que firmaba Dita. Le pregunté si por casualidad era aquella Dita que guardaba libros en Auschwitz y me dijo que sí y que ella había sido la esposa del autor de The painted wall, ya fallecido”.

Iturbe comenzó a intercambiar correos electrónicos con aquella mujer de 80 años nacida en Praga y que vivía en Israel. De aquellas respuestas intermitentes –”me regañaba por mi mal inglés”– y llenas de bruma por los más de 50 años transcurridos nació su novela. En la vida real, los jefes de las SS, entre ellos el macabro Joseph Mengele, habían decidido en diciembre de 1943 “abrir un campo familiar” dentro de Auschwitz para los checos deportados desde el gueto de Terezín, a unos 60 kilómetros de Praga, entre ellos Dita y sus padres. “Era un campo pantalla, una añagaza, se veía a niños corriendo que vivían con sus padres, prisioneros vestidos de civil y además tenían una ración de comida algo mayor”. Las razones de aquel supuesto gesto de humanidad fue que en el resto de Europa empezaron a llegar noticias de lo que pasaba en Auschwitz. “Hubo organizaciones humanitarias y observadores que querían comprobar si era cierto lo que se decía. Los nazis, maestros en la propaganda, dijeron que aceptarían encantados esa visita, pero solo pensaban enseñar lo que a ellos les interesaba, ese campo familiar, para que el mundo viera que no eran tan malos”, explica Iturbe.

Los nazis querían engañar al mundo y un grupo de judíos empezó a engañar a sus verdugos porque convirtieron el bloque 31 de ese campo familiar, donde unos 500 niños pasaban el día mientras sus padres trabajaban, en una escuela clandestina, con profesores que daban clases a los pequeños. Además, en el cuartucho del responsable de ese barracón, un alemán judío en quien confiaban los nazis llamado Fredy Hirsch, se empezaron a guardar unos pocos libros requisados a prisioneros y que habían llegado allí en el mercado negro del campo. “Puede parecer increíble pero en el barracón 31 los niños recibían clases y sus maestros disponían de unos pocos ejemplares que custodiaba Dita. Ella se encargaba de repartirlos a los grupos que los pedían y guardarlos para el día siguiente”.

Los ocho ejemplares

Iturbe detalla que de los ocho libros de aquella minibiblioteca oculta está documentado que uno era un atlas universal, otro una gramática rusa, también había un tratado elemental de álgebra, Nueve caminos de la terapia psicoanalítica, de Freud, y Breve historia del mundo, de H. G. Wells. Además, había una novela checa sin tapas, otra en francés muy mal conservada y un libro ruso. Los títulos de estos tres últimos se desconocen, aunque Iturbe se los ha dado en su novela.

¿Cómo tuvo aquella adolescente el valor de preservar aquel material inflamable? “Es una mujer increíble, no le da importancia a lo que hizo, dice que todo el mundo se arriesgaba. Yo creo que no era consciente de que si la descubrían estaba muerta”. Iturbe cuenta que cuando conoció a Dita en Praga esperaba encontrarse a una mujer débil. “Todo lo contrario, es una mujer de gran fortaleza moral y física. De hecho, fue arrastrando una maleta con libros que llevaba para repartir y ni siquiera quiso ir en taxi sino en transporte público –‘es mucho dinero’, decía- para enseñarme lo que queda del gueto de Terezín, en el que había vivido”.

El único momento en el que esta mujer se derrumbó en aquel encuentro y empezó a llorar fue cuando le habló al novelista de Bergen-Belsen, el campo de exterminio al que fue enviada después de que los nazis cerrasen en julio de 1944 el campo familiar de Auschwitz. “Dita temblaba al recordar Bergen-Belsen, es un sitio del que contaba cosas espeluznantes. Allí murió su madre. Allí murió también meses después Ana Frank”.

En Bergen-Belsen Dita no tenía su biblioteca, ni sus amigas, ni tampoco podía escuchar a los libros vivientes. Porque en el bloque 31 de Auschwitz había profesores que conocían muy bien algunas obras y se afanaban en contarlas una y otra vez a los niños, como El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de la sueca Selma Lagerlöf; una historia de los indios americanos y otra de los patriarcas bíblicos. “Fue un adelanto a Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury, apunta Iturbe, para quien su novela es sobre todo una oda al placer de la lectura y a los libros, “esos objetos que ayudan a multiplicar tu vida” y que en el caso de Dita podían haberle causado la muerte pero le ayudaron a sobrellevar el horror.

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