EL PAÍS
Al Departamento de Pasaportes. Querido señor: ‘Hoy he renunciado a la religión católica en favor de la musulmana como podrá observar en el certificado de conversión al islam que le adjunto y he tomado el nombre de Tarek Hussein Farid. Permítame renovar mi tarjeta de residencia reemplazando mi antiguo nombre. Agradeciéndole de antemano. Suyo atentamente. Heim Ferdinand”.
El hombre que escribió esta carta manuscrita con una letra de redondilla inclinada hacia la derecha era Aribert Heim, el Doctor Muerte, el criminal nazi más buscado al que la pasada semana un tribunal de Baden Baden (Alemania) acaba de declarar muerto después de una búsqueda infructuosa de casi sesenta años. Este documento inédito, el de su conversión al islam en la mezquita Al Azhar de la Universidad de El Cairo y otros cinco certificados diferentes en poder del juez Neerforth, entre ellos el de su fallecimiento en agosto de 1992 en Egipto a los 78 años, acreditan que Tarek Hussein Farid y Heim eran la misma persona, un dato trascendental para resolver el enigma.
La búsqueda del Carnicero de Mauthausen ha dado un vuelco espectacular e inesperado gracias a estos documentos aportados al juzgado por Freitz Steinaker, de 90 años, abogado y amigo del nazi, y por Rüdiger Heim, su hijo. Este confesó en 2010 al juez que su padre murió en sus brazos en agosto de 1992 víctima de un cáncer de colon en la habitación del hotel Kars el Medina en El Cairo donde residía escondido bajo el nombre de Tarek Hussein Farid. Varios testigos acreditaron el óbito, pero el cuerpo del médico de las SS continúa sin aparecer.
El hijo de Heim, de 56 años, que durante décadas negó haber tenido ningún contacto con su padre explica así la enigmática desaparición del cadáver: “La última vez que vi a mi padre fue en la cámara frigorífica del hospital universitario Shames el Aimi de El Cairo, en una morgue que parecía una sala de anatomía. Lo llevé allí porque me pidió que donara su cuerpo a la ciencia… cuando regresé en 1995 comprobé que su voluntad no había sido cumplida. Me dijeron que lo habían enterrado en un cementerio de anónimos… Pregunté dónde estaba y me respondieron de forma ambigua”.
Aribert Heim era un atractivo médico de las SS, hijo de un policía y un ama de casa austriacos. Estuvo destinado en 1942 en el siniestro Revier, enfermería, del campo de concentración de Mauthausen donde asesinó a 300 presos con inyecciones de benceno en el corazón y seleccionó “para su liquidación física a presos incapaces de trabajar o enfermos graves”, según señala un escrito fechado el 11 de junio de 1979 y redactado por el fiscal Wieser de Baden Baden. Un documento vigente plagado de los horrores que describieron 17 años después los presos Lotter, Kohler, Kaufmann y Rieger que trabajaban en la enfermería. Heim actuaba “por libre decisión y sus operaciones sorprendieron al personal sanitario ya acostumbrado a la inhumanidad”, escribió el acusador.
En el libro de operaciones de la Cruz Roja en Mauthausen consta la identidad de 26 presos españoles que pasaron por las manos de Heim. Ocho murieron en este campo y en el de Gusen, otro próximo, y cinco de ellos en fechas cercanas a la intervención. En 1976 el comisario Aedtner, un policía que dedicó su vida a localizar al doctor, pidió que se buscara e interrogara en varios países a nueve de ellos que habían sobrevivido a sus operaciones “porque sus testimonios podían ser de extrema importancia”. En Mauthausen hubo 8.964 republicanos españoles de los cuales murieron 5.539. Varios centenares desaparecieron.
El médico de las SS fue detenido al terminar la guerra y se le sometió a un proceso de desnazificación en una mina de sal de los aliados. En 1947, ya libre, conoció a Frield, una doctora alemana y se casaron. En 1955, los Heim se instalaron en Baden Baden y abrieron su consulta de ginecólogos en el palacete de la familia de ella, una elegante villa situada a cinco minutos del centro de este coqueto balneario, refugio entonces de las familias más ricas de Europa. Aribert jugaba en el equipo nacional de hockey sobre hielo y su fotografía aparecía en los periódicos. En 1962 acabó la paz de la pareja, un policía apareció en su consulta preguntando por su pasado y Aribert se fugó. En aquella época empezaban en Alemania los juicios de Auschwitz. Desde entonces su paradero ha sido un misterio que continúa vivo.
Heim mantuvo un contacto permanente con su familia desde su refugio en El Cairo y escribió 21 cartas manuscritas con la ayuda de un cuaderno color burdeos donde apuntó los nombres en clave de 12 personas para evitar que la policía las identificara si las misivas eran interceptadas: Gerda era su hermana Hertak, el familiar que más ayudó al fugitivo, una mujer atractiva relacionada con algunas de las familias más influyentes de Alemania como los Tysshen o los Bauersachs; Lyda era Hilda, su otra hermana; Dora, su exesposa Frield, de la que se separó pocos años después de su fuga y a la que reprochaba en sus cartas su falta de “madurez para activar la autoestima de nuestros hijos”; Grell, su hijo pequeño Rüdiger; Rainer, su abogado Steinker, el hombre que ahora ha presentado los nuevos documentos; Lattle era Wiesenthal, el cazanazis judío preso en Mauthausen que dirigió su acusación y al que Heim responsabilizaba en sus cartas de buscar “testigos falsos y comunistas”.
El fugitivo dedicó su tiempo en El Cairo a acumular información para su defensa y buscar testigos que negaran la acusación. Hacía fotografías a deportistas, leía artículos sobre medicina, estudiaba árabe y oía la BBC, según asegura su hijo Rüdiger que le ayudó desde Alemania, visitó varias veces en su refugio y asistió durante los últimos días de su vida en una modesta habitación del hotel Kars el Madina, en el número 414 de la calle de Port Said de El Cairo, propiedad de la familia Doma. “Tengo tantas cosas que me interesan que si el día tuviese 28 horas no sería suficiente para hacer lo que quiero”, aseguraba en una de sus misivas. La familia le enviaba regularmente dinero.
Rüdiger Heim, alto, de complexión atlética y ojos azules se mueve por Baden Baden con su bicicleta, rehabilita en Berlín edificios propiedad de su familia e invierte en pintura, su pasión. Pero es un hombre vigilado y está en permanente observación. La policía alemana acudía al cementerio cada vez que moría un miembro de la familia por si aparecía el Doctor Muerte y a veces abordaba o llamaba por teléfono a algún sobrino rogando colaboración. Durante años el hijo pequeño del criminal nazi, su otro hermano siempre se ha mantenido al margen, negó haber mantenido contactos con su padre o conocer su paradero. La última vez a este periódico en diciembre de 2008. Pese a la ausencia paterna Rüdiger estrechó un fuerte vínculo con su padre: “Un día estaré frente a Dios y puedo testimoniar que fuiste no solo mi hijo, fuiste me mejor amigo”, le dijo Aribert días antes de morir. Desde que confesó al juez Neerforth que su padre se había escondido en Egipto, convertido al islam y muerto en su presencia en el hotel de los Doma ha aportado al tribunal de Baden Baden algunas pruebas como las 21 cartas que acreditan la presencia del criminal nazi en Egipto o los últimos documentos que demuestran que Tarek Hussein Farid y Heim Ferdinand eran la misma persona y que han empujado al tribunal a cerrar el caso. Unos documentos que no presentó cuando hizo su revelación —alegó que al morir su padre los guardó unos años y en 2005 los destruyó porque la policía investigaba su vida privada— y que la justicia alemana no logró obtener debido a la negativa a colaborar de las autoridades egipcias.
Los agentes alemanes que viajaron a El Cairo a comprobar la versión de Rüdiger solo consiguieron tomarse un té con sus colegas egipcios. La comisión rogatoria enviada por Alemania sigue hoy sin respuesta. “Una investigación de la policía criminal pudo confirmar la autenticidad de los (nuevos) documentos. Después de que el tribunal interrogó al testigo, hijo del acusado, no han quedado dudas de que el acusado coincide con la persona de Tarek Hussein Farid que murió de cáncer en 1992”, dice el auto del Tribunal de Baden Baden que ha cerrado el caso pese a que el cadáver del Doctor Muerte sigue sin aparecer.
Rüdiger vive en compañía de su madre nonagenaria en la casa familiar de Baden Baden y ha dedicado sus últimos dos años a convencer al tribunal. Tras su confesión envió al juez dos cartas en las pedía que se compararan detalles de la fotografía del documento de residencia a nombre de Tarek Hussein Farid y fotos de su padre para demostrar que eran la misma persona. “La imagen es irreconocible, pero el diseño de la corbata es reconocible. Mi padre era un hombre austero que siempre evitó comprar cosas inútiles, pero cuando compraba algo era de la mejor calidad, eso incluía su indumentaria. Los pocos trajes que se llevó desde Alemania han perdurado hasta el 92. En Egipto nunca le vi salir con traje o corbata. Estos trajes los conservaba bien protegidos y reservados para pocas ocasiones. Una de ellas para la fotografía del documento. El diseño de la corbata es igual que del diseño de la corbata de la última fotografía de mi padre en posesión de la policía alemana”, señalaba en una misiva. En otra, también dirigida al juez, incidía en el mismo aspecto: “No solo el diseño de la corbata es idéntico en las dos fotos, también el nudo de la corbata y la forma de la camisa son idénticas”.
La justicia alemana ha cerrado el caso Heim, aceptado la versión de su hijo y validado los documentos pese a que el fiscal del caso, que todavía puede recurrir, lanzó hace cuatro años frases tan taxativas como esta: “El caso estará cerrado cuando tenga sobre mi mesa el cadáver de Heim”. Una afirmación que Rüdiger, entonces, decía compartir.
¿Miente el hijo de Heim cuando asegura que desconoce el lugar donde fue enterrado su padre? ¿Es una estrategia perfecta para evitar que se descubra su tumba y descanse en paz? El cazanazis Efraim Zurof, responsable del Centro Simon Wiesenthal en la Operación Última Oportunidad que intenta localizar a los últimos nazis, responde así desde su oficina en Jerusalén: “Rüdiger no es creíble. Como usted sabe seis meses antes de revelar la historia de El Cairo decía que no había visto a su padre durante décadas. Él tenía un interés especial en implicar a todo el mundo (y especialmente al Centro Wisenthal) en el caso de su padre”. Zurof acepta no obstante la muerte de Heim. “Sería posible declarar su muerte, pero sin cuerpo esta no es concluyente, no está probada científicamente”.
—¿Aparecerá alguna vez el cuerpo de su padre? De esta forma, se disiparían todas las dudas.
—“Nunca se resolverá el enigma del cuerpo de mi padre. Si fue enterrado en una fosa común, ¿cómo se puede determinar quién es quién? ¿Cómo se determinaría qué cuerpo es el suyo? Habría que hacer pruebas de ADN a todos los restos de esa tumba. Además, sería un escándalo porque en la religión musulmana no se permite. Nunca sabremos dónde está”, responde Rüdiger.
En marzo de 1997, Rüdiger recibió una llamada inesperada de Alexander Dettling, el policía de Sttugart que investigaba el paradero del Doctor Muerte: “Quiero comunicarle la existencia de una cuenta a nombre de su padre en Berlín por valor de 1.400.000 marcos alemanes. No quiero comprarle, pero si su padre está muerto sus herederos cobrarán ese dinero”. El origen de esa suma es un edificio en Berlín que el médico de las SS había comprado en 1958 y que la justicia le embargó. La presión de los vecinos por el estado del inmueble obligó al tribunal a levantar la confiscación y vender el edificio, cuyo precio superó el valor estimado y la multa de 510.000 marcos que le habían impuesto al fugitivo.
La mujer de Heim y sus dos hijos son los herederos, pero en Chile Walfraut Bóser, de 68 años, una hija del SS nacida en Austria de otra relación mantenida durante su matrimonio, podría reclamar su parte. Rüdiger asegura tener “ideas” de cómo utilizar ese dinero.
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