ALFONSO M. BECKER/MIAMI DIARIO
Al gran novelista alemán que nos sorprendió a todos con el relato de la terrible historia de su país en el siglo XX con tres grandes novelas publicadas en la década de los sesenta, le ocurre algo… No puede ser normal que un tipo que ha recibido el reconocimiento artístico de academias e instituciones prestigiosas, tire por el suelo toda una vida creativa manifestando abiertamente todo un delirio político que, sin duda, ha gestado en el ambiente patológico de la paranoia y debe haberle hecho mucho daño al mantenerlo oculto tanto tiempo y manifestarlo a la vejez con un evidente complejo de inferioridad y con un rencor acumulado y concentrado que, parece ser, le ha hecho “perder los papeles” con declaraciones inaceptables no solo para los judíos sino para la amplia comunidad intelectual de su propio país, de Europa, de los Estados Unidos y del mundo entero.
Sus primigenias declaraciones antisemitas reflejadas en “Was gesagt werden muss” en el diario “Süddeutsche Zeitung”, acusando a Israel de poner en peligro la paz mundial, lo situaron no sólo como una persona “non grata” para Israel sino que lo colocaron, además, en el universo antijudío y antioccidental que se constituye sin remedio alguno cuando se intenta “desplegar” en Oriente Medio un “todo” sobre las guerras y desgracias de este mundo para tratar de eludir el verdadero corazón de la crítica con un más que ridículo anacronismo historiográfico y una sospechosa “elección” del momento oportuno para hacerlo.
El problema de Grass, no es Israel… se ha dado cuenta de su error y ha intentado rectificarlo “apuntando” sobre su primer ministro Netanyahu o sobre cualquiera de sus gobernantes para tratar de arreglar el entuerto evidente de manifestarse como un vulgar antisemita, una cortina de humo que ya no puede ocultar su odio a los hebreos y su desprecio por su hogar nacional. El premio Nobel Günter Grass, sufre su complejo de culpa, padece su esquizofrenia política personalizada en el miedo a la utilización política y social del pangermanismo entre la inmensa población actual de Alemania que todavía permanece incluso en los estados vecinos, en comunidades de origen y cultura alemanas, germano hablantes fuera de la república federal… Otra vez la idea de “Alemania unificada” que hace recordar el nazismo a todos y que no pasa desapercibida al propio gobierno de Angela Merkel que ve con mucho miedo la idea de un pueblo alemán desperdigado pero unido (Volksdeutsche) capaz de representar otra gran Alemania dispuesta, por cualquier medio, a gobernar “mil años” no solo en la Unión Europea sino en la posibilidad de sumar todo el sueño territorial de un Cuarto Reich en el que los judíos serían su principal “objetivo” como demonio causante de toda la desgracia alemana.
Günter Grass necesita, con ansiedad, una “solución final” en su cerebro para los judíos, lo lleva en una suerte de mensaje genético que en realidad ha sido adquirido “culturalmente” en su educación familiar y en el proyecto educativo del nacionalsocialismo del Tercer Reich. Esa incapacidad de percibir la realidad política y social quedó para siempre en sus neuronas, se agudizó en su cerebro antisemita juvenil y en su paso por las SS de la Alemania nazi y le ha acompañado durante toda su vida.
En su delirio de grandeza, la esquizoide conformación de las que denomina sus “últimas palabras” (que ahora deberían llamarse penúltimas) ansían una solución de continuidad porque su incontinencia verbal le ha llevado a “obsequiarnos” con otra aberración poética dedicada a Mordechai Vannunu, utilizándolo como una suerte de figura retórica que le viene muy bien en su intento de eternizar un discurso patológico que, debería saber, no llegará más allá de su último suspiro porque si a algunos la Historia los “absuelve”, a Güner Grass ya lo ha enterrado en el sinsentido del antijudaísmo y en la xenófoba maldad de señalar la existencia de Israel como el mayor peligro para la humanidad.
El premio Nobel alemán se sentía solo… su clandestinidad intelectual le llevó por los caminos tortuosos de “tragarse” durante setenta años un discurso genocida impresentable ante la humanidad y cualquier tipo de propuesta nacionalista alemana en el nuevo orden mundial que precisamente han diseñado las democracias occidentales y los aliados circunstanciales como la Unión Soviética que destruyeron por completo el nacional socialismo ocupando Alemania y arrancando para siempre el sueño nacionalista alemán y la terrible pesadilla de otro imperio pangermánico que renazca de sus cenizas… Günter Grass sabía, porque no es tonto, que “disparar” su odio contra Estados Unidos, Inglaterra, Francia, casi toda Europa, Rusia y medio mundo, era tan inútil como suicida… todos con un arsenal atómico y un aparato militar que los podría calificar también, a ojos de todos, como “gran peligro para la humanidad” y, sin embargo, en una simpleza estúpida e impropia de una persona culta, decidió que Israel sería el blanco idóneo aprovechando el libelo milenario antijudío con Oriente Medio como argumento… esa era la mejor estrategia que eligió para vomitar su odio patológico contra los judíos y al mismo tiempo asegurarse el aplauso del antisionismo que, aunque vago, difícilmente explicable y difuso, agrupa todo el desprecio de los árabes y de todos los desesperados de esta tierra hacia los occidentales imperialistas y hacia los judíos. No ha tenido nunca las agallas suficientes de señalar a quienes ocuparon su “sagrada” Alemania y desmantelaron el imperio más perverso y asesino de la historia de los humanos. Se ha delatado el solo señalando a Israel y a los judíos como los causantes de todos los males de la tierra… Demasiado torpe, a mi juicio, para un gran escritor de novelas. No se puede encontrar otra explicación que un serio deterioro físico y mental o un delirio senil que lo exculpe de tamaño despropósito porque es evidente que el premio Nobel alemán no vive la historia sino que la sueña, no se desarrolla temporalmente sino que se da de manera mágica y espacial en su cerebro. Es una forma de pensar encapsulada en sí misma, dogmática, extraña a la realidad, inaccesible a cualquier experiencia, un aparato conceptual propio de ideologías con estructura egocéntrica y debería tener cuidado porque el egocentrismo “espacializa” el tiempo como ocurre en el cerebro de un niño pues divide a la humanidad entre justos y pecadores, creyentes e infieles… una lógica arcaica, una “paleológica” impropia de un artista como él y que no puede ser otra cosa que un grave síntoma que ocasiona malas pasadas y que evoluciona siempre a un discurso incoherente, absurdo y a una agudización de los procesos ansioso-depresivos que seguramente lo han atormentado durante todo su ciclo vital.
Señalar a Israel como el más grande peligro para la humanidad, coloca al señor Grass en el pensamiento más primitivo, en el más simple, con un componente emocional fuertemente maniqueo que conduce a la demonización del contrario, del “objeto odiado” y de una ridícula simplificación de la Historia que no le hace ningún favor intelectual pues como cualquier cerebro esquizoide asegura ser infalible para explicar todo el acontecer histórico de Oriente Medio en unas cuantas líneas que denomina “poema” y donde pretende dejar perfectamente clara la explicación “total” del pasado, el conocimiento absoluto del presente y una fiabilidad total para predecir el futuro… La realidad de Günter Grass es la más “verdadera”, en ello insiste firmemente sosteniendo su idea con fundamentos lógicos inadecuados y seguramente en unos capítulos “por entregas” que le harán un flaco favor a su carrera de artista y a su valor como hombre.
Günter Grass es ahora una “voz” que recita una triste canción de hojalata tratando de colocarla en el top de la infamia, una suerte de cantor que no ha podido salvarse del proceso de oxidación que provoca el relato de la Historia pues el moho que impregna todo su discurso “final” que parece no tener fin, le devora como fagocita a todos los que, aún siendo considerado artistas como John Galiano, nos han sorprendido utilizando sus herrumbrosas ideas y su particular libelo de siglos contra los judíos para culminar su “perfecta inmortalidad” sin intuir siquiera que ese crimen intelectual no puede tener otro destino que las alcantarillas del arte y las cloacas del olvido.
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