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sábado 16 de noviembre de 2024

Matanza en Tlatelolco

ELENA PONIATOWSKA/EL ESPECTADOR.COM

02 de octubre 2012.-En 1968, mientras los jóvenes del mundo entero alzaban la mano, algunos con el puño cerrado, otros haciendo la V de la victoria, en México vivíamos en un paraíso no sólo fiscal sino social. Habitábamos el mejor de los mundos posibles. No había crítica ni censura. Por eso Carlos Monsiváis pudo escribir: “En 1968, el sistema presidencialista conoce su apogeo… Todo es gobierno y casi nada oposición”. Demetrio Vallejo y Valentín Campa, los dos líderes obreros contestatarios, aguardaban en la cárcel y la sociedad parecía no tener capacidad para combatir el autoritarismo. De pronto, un pleito callejero de dos pandillas, ‘Los Araños’ y ‘Los Ciudadelos’, contra estudiantes hizo que estallara el movimiento de 1968, cuyas únicas armas fueron las brigadas de información, las manifestaciones y las asambleas en los dos grandes centros de estudio de nuestro país, la Universidad y el Politécnico.

En 1968, los jóvenes de Europa, los de Estados Unidos, los de América Latina tenían mucho que reclamarle a la sociedad. ¿Qué mundo les legaban sus padres? ¿Qué harían al graduarse? ¿Qué les ofrecía la sociedad de consumo? ¿Qué les brindaba su país? ¿Deseaban realmente ser parte de un engranaje de producción masiva? En Europa, las perspectivas de la juventud eran desoladoras. No había trabajo para los egresados de las universidades: ¿en dónde se emplearían? El Mayo Francés de 1968 resultó aleccionador. Charles de Gaulle declaró que no entendía por qué los jóvenes seguían al líder judío alemán Daniel Cohn-Bendit, apodado Danny el Rojo, y al día siguiente los muchachos salieron a la calle repitiendo mientras marchaban: “Nous sommes tous des juifs allemands, nous sommes tous des juifs allemands”.

También en México, aunque solapado, se gestaba, en la Universidad y el Politécnico, un rechazo al orden establecido, al statu quo, al PRI (Partido Revolucionario Institucional) y al Gobierno emanado de él. Si en Francia la falta de oportunidades fue el objetivo estudiantil, en México, los factores que detonaron las movilizaciones del 68 fueron la corrupción del poder y el autoritarismo. Los muchachos pidieron la disolución del cuerpo policiaco de los granaderos así como la de los absurdos delitos de “disolución social” y “ataques a las vías públicas” (por lo cual varios estudiantes habían caído presos en julio y agosto de 1968).

Durante más de un año vivimos el fervor de los preparativos a los Juegos Olímpicos, la construcción de estadios, las villas olímpicas, la olimpiada cultural a la que asistirían los grandes poetas del mundo, entre otros, nuestro embajador en la India, Octavio Paz. ¡Deslumbraríamos al mundo entero! México era el primer país de América Latina seleccionado para los Olímpicos. Gracias a ese reconocimiento, accedíamos al primer mundo, pero los estudiantes “antipatriotas” gritaban: “No queremos olimpiadas, queremos revolución”. Por su parte, los estudiantes forjaban un movimiento festivo cada vez más popular, ya que 300.000 personas acudieron por primera vez desde la Revolución Mexicana a una marcha sin precedente: la manifestación del silencio.

Quienes participaron en los 146 días que duró el movimiento estudiantil jamás lo olvidarán. El gran novelista José Revueltas lo llamó con mucha razón “enloquecido movimiento de pureza” y Guillermo Haro, el fundador de la astronomía moderna en México, sonreía al oír a algún estudiante gritar por un magnavoz: “UNAM, territorio libre de América”. La Universidad actuó

como la gran protectora de sus estudiantes, muchos de ellos se guarecieron en sus aulas y hasta durmieron en los corredores para no perderse una sola de las asambleas. Vivían los mejores días de su vida, hasta que el 2 de octubre de 1968 sobrevino la masacre. El ejército tomó la plaza y hombres vestidos de civil que llevaban un guante blanco o un pañuelo para identificarse desataron la balacera. La desbandada fue general y el fuego cerrado y el tableteo de las ametralladoras convirtieron el lugar en un infierno. Según el periódico inglés The Guardian, murieron más de trescientas personas y las que llegaron a los hospitales tenían heridas en la espalda, en los glúteos, en las piernas, porque les dispararon por detrás, mientras huían.

El único movimiento estudiantil en el mundo que terminó en una matanza fue el de México, en 1968. Esta tragedia resultó un parte aguas en la vida de muchos mexicanos. 1968 fue un año que nos marcó a sangre y fuego y tuvo el don de encender la llama de futuras luchas sociales. Todavía hoy, 1968 es un punto de partida.

Han pasado 40 años de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, pero los mexicanos no olvidamos el acontecimiento más trascendente de México en la segunda mitad del siglo XX. La frase “2 de octubre no se olvida” recuerda a una generación que luchó contra el autoritarismo y cada año convoca a una marcha que sigue exigiendo el esclarecimiento de los hechos, a pesar de haber llevado al ex presidente Echeverría al banquillo de los acusados. A 40 años del movimiento estudiantil, en México han surgido nuevos grupos que se inspiran en el 68, entre ellos el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln) con su vocero, el subcomandante Marcos, quien reconoció que 1968 fue la punta de flecha de otros “enloquecidos movimientos de pureza” en nuestro país. También la resistencia civil que encabeza el ex candidato de izquierda y hoy “presidente legítimo”, Andrés Manuel López Obrador, es otro resultado del 68. ¡Y no se diga la prensa de izquierda! Hoy por hoy México cuenta con una oposición, una crítica, una rebeldía que le debe todo a la lucha estudiantil de 1968. Un pueblo heroico se responsabiliza de su vida y construye su propia historia, una historia en la que la memoria sea patrimonio de todos los mexicanos.

La voz de los movimientos

La periodista y escritora de origen polaco Elena Poniatowsca ha sido una de las narradoras más intensas y aclamadas de los movimientos sociales en México. En su novela, ‘La noche de Tlateltoco’, publicada en 1971, Poniatowska recogió diversos testimonios de lo que ocurrió durante aquella masacre. La obra le mereció el premio Xavier Villaurrutia, el cual rechazó. Su prolífica obra, donde se destacan sus novelas históricas, entrevistas y crónicas periodísticas, le ha hecho merecedora de diversos galardones. Entre ellos, el Premio Nacional de Periodismo, en 1978, por su colección de entrevistas; el Premio Alfaguara de Novela, por la ‘Piel del cielo’, en 2001; y el Premio Internacional Rómulo Gallegos, en 2007, con su novela ‘El tren pasa primero’.

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