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Recuerda a la media que se ponen en el rostro los atracadores, los pasamontañas que utilizan los terroristas, el atavío propio de algunas estrellas de la lucha libre o las máscaras usadas por los grupos especiales de la Policía durante determinadas operaciones. Pero no es exactamente eso. La prenda que está haciendo furor en muchas playas de Asia, en algunas manifestaciones feministas y en las acciones de apoyo al grupo punk ruso «Pussy Riot» es una especie de antifaz, por lo general de punto o nylon, en colores muy llamativos.
Se le ha bautizado con el nombre de «face-kini» y parece que surgió en Japón con la finalidad de evitar que al ir a la playa los rayos del sol nos pongan morena la piel del semblante. Lo utilizan fundamentalmente las mujeres, aunque también algunos hombres. En otras épocas en Europa, la palidez era el canon de belleza femenino por excelencia. Para conseguirlo no bastaban las sombrillas; muchas tomaron arsénico para obtener mejores resultados y perecieron en el intento.
La piel de porcelana era un elemento propio de las clases altas, ya que una tez oscura significaba más exposición a la intemperie y, por tanto, insuficiencia económica al verse obligados a ganarse la vida con trabajos duros. Tales pautas hace tiempo que desaparecieron, y lo que realmente pasó a encandilar es un cutis bien bronceado. Salvo en la China actual, donde la blancura vuelve a ser signo de refinamiento frente a las caras cetrinas que exhiben los rudos campesinos por tener que pasar muchas horas al aire libre. Las playas de Qingdao constituyen un buen ejemplo de la nueva tendencia y los «face-kini» se ven allí por doquier.
Esa moda debió de ser la que inspiró a las «Pussy Riot», aunque el objetivo de éstas no es protegerse de los rayos ultravioleta. En una entrevista televisiva, ofrecida antes de que tres de ellas fueran detenidas y procesadas, una de las componentes del conjunto punk ruso manifestó que hacen uso de las máscaras y apodos porque «lo que importa es nuestro movimiento, no nuestras personalidades en particular». La que hablaba así se hacía llamar «Balaclava» y aseguró que «nuestro grupo musical cambia con frecuencia de composición y nos intercambiamos los sobrenombres para que no se nos pueda identificar».
Antes de ser detenidas y luego condenadas a dos años de cárcel, Ekaterina Samutsévich, María Aliójina y Nadezhda Tolokónnikova habían protagonizado otras acciones anti-Putin con acompañamiento musical en grandes almacenes, estaciones de metro, en lo alto de un trolebús, en la Plaza Roja y en muchos otros lugares públicos.
Siempre llevaron puestos los capuchones, y hay quienes creen que se trata de un recurso para provocar al máximo y proyectar una imagen de radicalismo. También se ve como una forma de disconformidad con el burka y la situación de la mujer en muchos países musulmanes. Lo cierto es que han levantado una gran ola de solidaridad en todo el mundo y también un robusto impulso a la tendencia de encasquetarse el «face-kini».
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