LEO ZUCKERMANN/EXCELSIOR
Hay quienes critican al movimiento #YoSoy132 y quienes, con mala leche, comparan a estos críticos con los represores del movimiento estudiantil universitario de 1968. “¿Usted no está de acuerdo con los dichos y hechos del 132? Claro: usted es un diazordacista de nuestras épocas”. La comparación es falsa porque, por un lado, hoy vivimos en un sistema político muy diferente al de 1968: una democracia donde los jóvenes pueden decir lo que se les pega la gana y manifestarse donde se les pega la gana sin que nadie los reprima. Ejercen, a diferencia de los estudiantes del 68, derechos de una democracia-liberal, algo que era un sueño en tiempos de Díaz Ordaz.
Por otro lado, también hay diferencias importantes entre los movimientos universitario del 68 y #YoSoy132. Sus demandas son diferentes. Recordemos que el Consejo Nacional de Huelga del 68 contaba con un pliego petitorio de seis puntos: 1. Libertad de todos los presos políticos. 2. Derogación del delito de disolución social. 3. Desaparición del cuerpo de granaderos. 4. Destitución de los jefes policíacos. 5. Indemnización a los familiares de los muertos y heridos por el conflicto. 6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos represivos. Nótese que eran peticiones muy aterrizadas.
Muy diferentes a las demandas del #YoSoy132 que son generales, por no decir etéreas. El 27 de junio presentaron “seis puntos para el cambio”: 1. Democratización y transformación de los medios de comunicación, información y difusión. 2. Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico. 3. Cambio en el modelo económico neoliberal. 4. Cambio en el modelo de seguridad nacional. 5. Transformación política y vinculación con movimientos sociales. 6. Cambio en el modelo de salud pública. En esta agenda cabe absolutamente todo. No es gratuito, entonces, que en el 132 haya muchos grupos: desde los más radicales que quieren la Revolución, hasta los más moderados que pretenden cabildear dentro de las instituciones democráticas existentes.
Lo que más unió al 132 fue su rechazo a la candidatura de Peña Nieto. Las marchas en contra del priista fueron el punto culminante de este movimiento. No obstante, Peña ganó y, desde entonces, el movimiento ha venido dispersándose para convertirse en una etiqueta que utilizan todo tipo de grupos con agendas diversas. En este sentido, el 132 se trasformó en una quimera: algo más imaginario que verdadero.
El último episodio de este supuesto movimiento ocurrió este fin de semana cuando dos presuntos miembros le aventaron huevos a Adela Micha en un acto donde recibía un doctorado honoris causa. El ataque a la periodista se debe, supongo, al rechazo que existe entre muchos jóvenes del 132 en contra de Televisa a quien, en concordancia con el discurso de López Obrador, ven como el “poder fáctico” que “impuso a Peña en la Presidencia”. No coincido con esta visión. Me parece una simplificación aberrante. Sin embargo, reconozco el derecho del 132 a oponerse a Televisa y la idea de que una de sus periodistas reciba un reconocimiento.
Lo que me parece injustificable y condenable es que manifiesten este rechazo aventándole huevos a Micha. Se trata de un acto incivilizado que ensucia las buenas intenciones —si es que todavía existen— de un movimiento juvenil que supuestamente lucha por una mejor democracia. Por eso llamé al itamita Antonio Attolini, líder del movimiento, al parecer del “ala moderada”, para que, en la radio, me diera su opinión de lo ocurrido este fin de semana. La verdad es que esperaba una condena de su parte. Para mi sorpresa, no lo hizo. Dijo que no justificaba los huevazos, pero sí los entendía con el flaco argumento del contexto en el que habían ocurrido. Según él, como no hay medios para expresar la oposición a Televisa, y sus periodistas que reciben reconocimientos, pues lo único que queda son este tipo de acciones.
Nos enfrascamos en una discusión para entender su justificación que, en su opinión, no era justificación. Se nos agotó el tiempo. Lo invité, entonces, a venir al día siguiente al estudio a seguir platicando. Al aire, envalentonado, me dijo que sí. Mi equipo lo buscó de inmediato, pero Attolini les informó que no podía venir ni un día de esta semana a justificar lo injustificable. Se echó para atrás. Y luego se quejan de que no se les dan espacios en los medios…
Eso no hubiera ocurrido con líderes del 68 como Luis González de Alba, Eduardo Valle o Marcelino Perelló. Estoy seguro que ellos ahí hubieran estado, puntuales a la cita, para defender sus argumentos, y no escondiéndose, como Attolini, por la falta de ellos. Se trata de otra diferencia más entre dos movimientos cualitativamente distintos.
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