LEON OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO
Iom Kipur
Iom Kipur es el día más solemne en el calendario judío. Los judíos en todo el mundo lo celebraron la semana pasada; en esta fiesta, judíos religiosos o laicos a través del ayuno y la oración, convocan a Dios por sus pecados. Iom Kipur representa un ejercicio de constricción, de expiación, de absolución, de purificación, de arrepentimiento, de confesión y de disculpa; constituye una reflexión y revisión de hechos para purificar el alma. Hay quienes piensan que el perdón es parte inherente de la naturaleza humana, y el perdonar y ser perdonado, debiera ser una práctica cotidiana del hombre en un proceso de catarsis a fin de sacar a flor resentimientos y odios, así como para que se despoje de la soberbia y muestre humildad ante el Creador.
El misticismo que conlleva Iom Kipur es una experiencia, no solo para quien es practicante de la fe judía, sino también para los que nos sentimos y conformamos parte de la identidad judía. En este sentido, el escritor israelí, Abraham Yehoshua, ha expresado que “judío es quien se considera judío y se identifica como judío; la identidad del judío está en su cabeza”; yo agregaría, en su corazón y en su alma.
La primera ocasión que ayuné tendría como trece años. A esa edad mi ser estaba impregnado por el misticismo de la religiosidad que emana de manera natural del hecho de que recientemente había realizado mi Bartmitzva. En Iom Kipur mi familia no ayunaba; empero, en la víspera, me dirigí caminando desde mi casa, en la colonia Narvarte, hasta el Templo Nidje Israel en la calle de Justo Sierra, ubicado en el corazón de la Merced. Me calcé unos tenis e hice un recorrido de aproximadamente diez kilometros; la Ciudad de México no era peligrosa en ese entonces.
Llegué al Templo cuando empezaba a obscurecer y me senté en una banca para oír los rezos. Nadie percibió que yo estaba solo; regresé a mi casa de noche y parte del trayecto caminé, y otra parte en camión de línea. Al Templo de Justo Sierra iba una vez entre semana a pagar los “abonos” de un préstamo que la Comunidad le había otorgado a mi padre; llevaba una tarjeta, similar a la que tenían los aboneros (comerciantes que vendían ropa tocando a las puertas de las casas), en la cual registraban los pagos. Conocía bien los alrededores del templo, pues este se encontraba cerca de la pequeña fábrica de sacos y abrigos de mujer que tenían mis padres en la calle de Soledad.
En el jardín de Loreto, frente al templo, iban y venían prostitutas de mediana edad que atendían a albañiles y otros obreros en maltrechos hotelitos de la zona. Recuerdo haber visto a una de esas mujeres usando una muleta en virtud de que no tenia una pierna; en perspectiva pienso que esas pobres señoras experimentaban muchos pesares para obtener un poco de dinero para alimentar a hijos o padres. En ocasiones observaba que con sus clientes se metían a las pulquerías del barrio a embriagarse.
En el Nidje Israel se casó mi hermana Julieta en 1955 y mi hermano Pepe en 1957. Tengo en mi mente las emotivas ceremonias de sus bodas y la alegría de las recepciones que se ofrecieron después de las mismas. La comida que se servía en aquel entonces en las bodas era típicamente Idish, de buena calidad. La mayoría de los asistentes eran judíos y no acostumbraban tomar bebidas alcohólicas. En la boda de mi hermana estuvo la artista judía “Vitola´´, era una cómica sobresaliente que estuvo muchos años en cartelera. También recuerdo a los jóvenes que a nombre del Keren Kayemet Le Israel (Fondo Nacional Judío, Organización no Gubernamental, fundada en 1901, creada para desarrollar la tierra de Israel) con sus pushkes (alcancías), recolectaban dinero en bodas y otros eventos.
El Templo quedó fuera de servicio durante muchos años en virtud de que los habitantes judíos del Centro se mudaron a otras colonias de la Ciudad. Hace pocos años, después de que fue remodelado para conservar su estilo original, se reabrió al culto y para otras actividades culturales y artísticas. El año pasado fui a visitarlo, junto con mis amigos de la organización Ijud y con sus esposas, en un tour que llevamos acabo por el Centro Histórico Judío. En esta ocasión ya no me pareció tan grande y fastuoso como lo percibí en mi adolescencia, empero, sí me emocioné, fue parte de mi vida judía.
De mi juventud solo recuerdo la celebración de Iom Kipur en la casa de los padres de Sari, mi primera esposa, al inicio de los sesentas; estuvimos acompañados por una pareja de amigos, originarios de la misma población en que los padres habían vivido en Polonia. A partir de los noventas, he sido invitado a las casas de mis hijos mayores, Natan y Regina, para celebrar las principales fiestas judías. Hace varios años asistí con ellos en Iom Kipur al Templo de la Comunidad Sefaradí, en el cual la liturgia de los rezos me pareció diferente a la de los templos Ashkenasim. Hace cinco años junto con mi actual esposa, “cerramos´´ el ayuno en un restaurante en Miami; en la cena predominó la asistencia de gente mayor.
Me he sometido al ayuno de Iom Kipur durante muchos años; este año no fue la excepcion. Por invitación de mi hija menor, recientemente casada, asistí con mi esposa a los rezos de la víspera de Iom Kippur al Kol Nidrei en el Templo de Acapulco 70. Me impresionó el gran despliegue policial fuera del Templo para cuidar a los asistentes durante la Ceremonia; México y el mundo han cambiado sustancialmente en las dos últimas décadas en relación al entorno de la seguridad, hoy más que antes, las instituciones judías enfrentan el riesgo de sufrir un atentado, esto lo saben muy bien los judíos de Argentina. La concurrencia al templo fue predominantemente de gente mayor, nostálgicos del ayer que vinieron desde colonias distantes. Vi caras conocidas que desde hace varias décadas no veía. Una situación que me incomodo durante los rezos, fue la falta de interés en los mismos de una parte importante de los asistentes que sólo se dedicaron a platicar, situación que también se observa en otros templos, razón por la cual me he abstenido de ir a los mismos en las fiestas judías desde hace muchos años. Cada vez más se ha perdido la emotividad y mística en las celebraciones judías, tanto en los templos, como en los hogares. Tengo la impresión que los judíos practicantes y los que no los son, no tienen puesta su alma en el judaísmo; siento que sus oraciones se han convertido en acciones inerciales en las que no existe la entrega que tenían nuestros abuelos; hecho que cada vez más, aleja a los judíos de sus comunidades y de su filosofía humanística; ¿a caso ya no somos el pueblo elegido?
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