EL CONFIDENCIAL/
Cuando las tropas soviéticas llegaron a Berlin a finales de abril de 1945 sabían que la guerra estaba ganada y el nazismo tenía sus días contados. La toma de Berlín, habida cuenta de los efectivos que debían quedar para defender la ciudad, no iba a ser una batalla demasiado complicada. Se equivocaron. No contaban con el recibimiento de miles de niños fanáticos, sabiamente adoctrinados, que creyeron hasta el final en la victoria del nazismo.
¿Qué hizo el Tercer Reich con esos niños? ¿Cómo logró lavar el cerebro a una generación entera de jóvenes? Estas fueron las preguntas que empujaron a Francisco Javier Aspas (Teruel, 1966) a escribir Los hijos del Führer (Libros Libres), una novela que aborda la historia de las Juventudes Hitlerianas y de cómo los hijos de la Alemania nazi fueron educados para creer a pies juntillas en los delirios de Adolf Hitler, su infalible Führer.
Se les inculcaban muchos valores propios del nazismo y se les introducía en una burbuja subjetiva de la que era muy difícil salirEl autor, que asegura haber “leído y visto todo” lo relacionado con la II Guerra Mundial, ha explicado a El Confidencial cómo el nazismo organizó todo un sistema educativo orientado al adoctrinamiento de los jóvenes alemanes: “La educación nacionalsocialista tenía varias etapas. En la escuela se les educaba con una doctrina muy básica, basada principalmente en el sentimiento nacional alemán. En las Juventudes Hitlerianas ya había más contenido político, pero difícil de entender. En el fondo, el corpus ideológico del nazismo era muy complejo. Muchos nazis leían Mi lucha una y otra vez y no lograban entender de qué iba. Se les inculcaban muchos valores propios del nazismo y se les introducía en una burbuja subjetiva de la que era muy difícil salir. Era una tragedia. Los niños se creían héroes inmortales”.
El adoctrinamiento no se hacía a la ligera, tal como explica Aspas, todo fue estructurado partiendo de unos conocimientos pedagógicos bastante avanzados: “La liga de profesores nacionalsocialista recibió, a su vez, una serie de cursos para que educaran a los niños de una determinada manera. El objetivo principal era que los niños creyeran a pies juntillas en el Führer, al que veían como un ser superior e infalible. Era un pensamiento único, bien definido”.
Para el Führer, la formación de los jóvenes alemanes era una de las piedras angulares del Tercer Reich y dedicó mucho tiempo a crear un adoctrinamiento sistemático y eficaz. A finales de 1939 las Juventudes Hitlerianas, cuyo ingreso era todavía voluntario (tras el estallido de la guerra todos los jóvenes eran reclutados de forma automática), llegaron a contar con 8 millones de militantes. Aspas cuenta que Hitler siempre le decía a sus enemigos internos algo que helaba la sangre: “Tú no piensas como yo, pero tus hijos ya me pertenecen”. No le faltaba razón. Según cuenta el escritor, “estos niños fueron las únicas personas, la única generación, que el nazismo pudo modelar completamente. Eran más nazis que los propios nazis. Hitler logró crear el verdadero lobo-hombre ario que estaba buscando”.
Dos jóvenes portan carteles con propaganda de reclutamiento de las Juventudes Hitlerianas. ‘¿Eres un niño Alemán? ¡Únete a las Juventudes!. Imagen de 1933. (Archivo Federal Alemán)
Los nazis intentaron formar una familia ideológica que estuviera por encima de la biológicaMuchos padres se dieron cuenta de que habían perdido el control sobre sus hijos, pero casi siempre era demasiado tarde. Aspas cuenta como los nazis intentaron “formar una familia ideológica que estuviera por encima de la familia biológica”. Y lo consiguieron. Tal como hemos visto en decenas de películas, los niños llegaban a denunciar a sus padres, o los vecinos. Aspas asegura que todo esto ocurrió de verdad, y “hubo muchos casos”, ya que la lealtad al régimen y la delación de los traidores formaba parte del juramento de ingreso en las Juventudes Hitlerianas.
Siempre que se habla del nazismo, y su lavado de cerebro generalizado, surge la misma pregunta. ¿Por qué nadie hizo nada? Es cierto que hubo movimientos de oposición al nazismo, como la Rosa Blanca de Munich, pero fueron minoritarios. Aspas cree que hubo muchísimos alemanes que, sobre todo tras la Noche de los Cristales Rotos, se dieron cuenta de que el régimen no era bueno, que era un delirio que iba a acabar muy mal, pero llevaban su oposición en silencio: “La gente se acabó dando cuenta de la verdadera naturaleza del régimen, pero ya era tarde. El miedo era muy fuerte, y nadie se atrevía a hacer nada. Hubo mucha más gente que estaba en contra del régimen de la que se piensa, pero vivían con mucho miedo”.
El nazismo inculcó a los niños muchas cosas, pero, tal como explica Aspas, lo que verdaderamente moldeó la mentalidad de estos fue la ideología pagana germánica, que suplantó a los valores tradicionales de la cultura cristiana. “El corpus ideológico del cristianismo fue sustituido por el del paganismo nazi”, explica el escritor, “y el choque fue muy fuerte”.
Pese a que el nazismo atacó a todo el sistema educativo basado en el cristianismo, y minó todo su sistema de valores, la Iglesia nunca se enfrentó abiertamente al Tercer Reich. Tal como explica Aspas, su posición fue tremendamente ambigua: “La Iglesia llegó a un concordato con el Tercer Reich que los nazis violaron muy rápidamente. Dentro de la Iglesia sí hubo mucha gente que se enfrentó al nazismo, pero la las cúpulas no hicieron gran cosa. Hubo un cierto rechazo, pero no llegó a nada. Una de las pocas manifestaciones que hubo contra los nazis se celebró en Viena, porque los nazis habían desplegado una bandera con una esvástica gigante en la catedral. La Iglesia pidió que la retiraran pero, por supuesto, allí se quedó”.
Las Juventudes Hitlerianas tenían su propia división femenina, la Liga de Muchachas Alemanas. Imagen de 1932. (Archivo Federal Alemán)
El carácter delirante del nazismo hace que sea a veces muy difícil separar la realidad de la leyendaAl tratar la realidad que se vivió en la Alemania nazi surgen demasiados interrogantes. Se han escrito ríos de tinta sobre el asunto, pero el carácter delirante del nazismo hace que, en ocasiones, sea muy difícil separar la realidad de la leyenda y la mitificación. Aspas cree que, más allá de las evidencias históricas, “es difícil separar lo que fue real de lo que no”. En su novela, explica, da pie a ciertas leyendas y mitos, que no están contrastados y, reconoce, no habría incluido si su trabajo se tratara de un ensayo o un texto académico: “En la novela, por ejemplo, hablo de rituales de sangre. Es una cosa interesante, muy novelesca, pero que no se conoce bien. No se sabe realmente si paso o no. En cualquier caso, sobre el nazismo no hay libros totales. Cada uno interpreta las cosas como las ha estudiado. Hay muchas cosas que se siguen discutiendo. Mucha gente opina, por ejemplo, que Claus von Stauffenberg, el coronel que organizó el golpe de estado contra Hitler enmarcado en la Operación Valquiria [al que dió vida Tom Cruise en la película Valquiria], no era realmente un opositor al nazismo, pero no le gustaba el curso que estaba tomando la guerra y quiso hacerse con el control del partido”.
En la aplaudida película alemana El Hundimiento, del director Oliver Hirschbiegel, se pueden ver escenas de niños harapientos, que no llegan a los 14 años, portando lanzagranadas antitanque, mientras la ciudad es arrasada por el ejército soviético. Las imágenes son estremecedoras, y a veces parecen algo exageradas, pero Aspas insistenen que “responden de forma bastante fiel a lo que debió ocurrir de verdad”.
Los aliados estaban combatiendo contra pequeños demonios, muy fanáticos, que no dejaban de ser niñosTal como cuenta el escritor, los niños adoctrinados por el nazismo tuvieron un papel muy importante en la batalla final: “Fueron movilizados en el frente de Oriente y el de Occidente. Muchos huyeron en cuanto oyeron el primer disparo o vieron el primer tanque, pero otros combatieron hasta el final, pues creían realmente en la victoria del Tercer Reich cuando a casi ningún adulto le quedaban ya esperanzas. Estos niños combatieron de forma muy anárquica, casi sin mandos, y defendieron posiciones indefendibles. En Berlín, cuando estaba ya todo perdido, infligieron muchísimo daño al Ejército Soviético. Los niños hicieron que los combatientes aliados se enfrentaran a un verdadero dilema moral. Estaban combatiendo contra pequeños demonios, muy fanáticos, que emergían de entre las ruinas, pero que no dejaban de ser niños. Hay muchas historias increíbles sobre estas últimas batallas. Hubo un grupo de niñas que puso en jaque a todo un grupo de combatientes americanos, que no supieron reaccionar ante la amenaza de niñas con faldas y coletas. No podían creerse lo que estaban viendo”.
Tras la capitulación definitiva del Tercer Reich, los niños nazis fueron capturados por los ejércitos aliados, que no sabían muy bien qué hacer con ellos. Algunos habían cometido salvajes actos criminales, pero eran menores de edad, y, en la mayoría de casos, no se les llevó ante la justicia. Se emprendió entonces todo un proceso de desnazificación que, tal como explica Aspas, fue tremendamente complejo: “Los niños desconocían los crímenes del nazismo y los que sobrevivieron se enfrentaron con algo muy fuerte. Habían creído siempre en la integridad de un líder que, de la noche a la mañana, se había convertido en un criminal genocida. El lavado de cerebro era tan grande, que los niños, ya prisioneros, seguían saludando a los soldados americanos cómo saludaban a los alemanes, con el brazo en alto y diciendo ‘Heil Hitler’. Los aliados intentaron borrar de la mente de los niños todo lo que habían introducido los nazis, pero fue complicado”. Fue el último legado del nazismo.
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