EZRA SHABOT/ZÓCALO
Desde hace muchos años las condiciones exteriores y las internas no coincidían para darle a México la posibilidad de ubicarse en el centro de la atención mundial en términos de inversión y desarrollo social y económico. En momentos de crecimiento a nivel internacional, México se hundía en sus crisis, la última en 1995, mientras que cuando finalmente alcanzaba a equilibrar sus variables de déficit del gasto y reservas internacionales, entonces la caída de la economía más grande del mundo y de la que somos totalmente dependientes –la norteamericana– se venía para abajo.
La lentitud con que la democracia mexicana ha procesado sus cambios en la legislación para modernizar sus estructuras hacía pensar que era prácticamente imposible encontrar un punto de coincidencia entre los momentos positivos internos y externos de la economía para que México pudiese entrar en una fase de crecimiento estable prolongado y sólido. Este fenómeno finalmente está por producirse en el futuro cercano, si no es que ya existen hoy indicadores claros de que se avecinan tiempos buenos para muchos mexicanos.
Internamente, y a pesar de los problemas de inseguridad y falta de incentivos para el crecimiento sostenido, el cambio de gobierno y la nueva relación existente hoy entre panistas y priístas, así como los cambios en la izquierda no lopezobradorista, parecen establecer un escenario de avance político no existente desde hace años. La forma en que se procesaron las reformas laboral y de contabilidad gubernamental, independientemente de diferencias y renegociaciones en el corto plazo, es una muestra de que la operación político–parlamentaria camina a una mayor velocidad y profundidad que durante los últimos años.
En el plano exterior, México aparece en los foros internacionales como un ejemplo de disciplina fiscal, gasto responsable y de estabilidad política en el marco de una crisis económica internacional que no termina por resolverse de raíz. Y si a esto le añadimos la caída en el crecimiento chino que afecta seriamente a nuestro competidor en captación de inversión extranjera directa –Brasil–, las posibilidades de que los flujos capitales provenientes tanto de EU como de otras latitudes se dirijan a México en mayor cantidad son sumamente altas. Como algunos analistas han expresado: “las estrellas parecen estarse alineando en torno a México como el país más rentable de la próxima década”.
Falta, por supuesto, que estas condiciones favorables en lo económico y político se mantengan durante este lapso. Respecto al panorama externo, no hay nada que se pueda hacer, sino esperar que la recuperación norteamericana sea rápida, constante y que sus excesos presupuestales se corrijan de la manera más suave posible para evitar una recaída recesiva. Sin embargo, es en el plano interno donde la tarea está por hacerse.
Una reforma hacendaria que le dé al Estado mexicano los recursos necesarios para impulsar proyectos de coinversión con la iniciativa privada para detonar crecimiento sostenido y que su vez resuelva los faltantes en seguridad social, pensiones y servicios de salud, cambiaría de tajo la fisonomía del país en unos cuantos años. Paradójicamente, lo que la debilidad política de los gobiernos de la alternancia no pudo alcanzar durante 12 años, hoy el retorno del PRI lo tiene al alcance de su mano. Convertir a México en una potencia económica, superando antes que nada la pobreza que aún afecta a millones de mexicanos, para simultáneamente hacer crecer a una clase media que es hoy la base fundamental de la sociedad.
Para ello se requiere cerrar el círculo virtuoso que parece estarse construyendo en torno a una realidad en donde el optimismo se sustenta en hechos reales, y no en sueños de políticos demagogos. Falta solamente que la voluntad política de los nuevos gobernantes se comprometa con ello, y que no piensen en regresar al viejo modelo de los privilegios y la corrupción institucionalizada. Nada más eso.
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