LA RAZÓN.ES
De la historia reciente, no hay periodo más novelado que el nazismo. Desde 1945 el cine bélico se constituyó en un género y el holocausto en materia de reflexión intelectual. Cosa que no ha ocurrido con la enormidad del genocidio comunista, todavía inédito. En los dos últimos años, han aparecido numerosos «best- seller» que tratan el periodo nazi con enfoques novedosos: «Solo en Berlín» (2011), de Hans Fallada, sobre la resistencia al régimen nazi de un matrimonio que enviaba postales subversivas; «En el jardín de las bestias» (2012), de Erik Larson, relato de la instauración del estado de terror nazi en el Berlín de los 30, documentado con cartas, memorandos y relatos de la familia del embajador de EE.UU en Alemania, W. E. Dodd; la desasosegante novela policíaca ambientada en el gueto judío de Varsovia, de Richard Zimler, «Los anagramas de Varsovia» (2012), entre la crónica y el thriller metafísico; «HHhH» (2011), de Laurente Binet, una indagación metaliteraria sobre el intento de asesinato de Heydrich, jefe de la Gestapo, y «La bella bestia» (2012), una biografía novelada por Vázquez–Figueroa sobre la asesina nazi Irma Grese, «la perra de Belsen». A estos, debe añadirse «Los hijos del Führer», de Francisco Javier Aspas, sobre el adoctrinamiento de los niños alemanes en los 30.
Novela histórica que sigue las pautas de Alejandro Dumas, que tomaba como base un periodo histórico determinado e iba rellenando los agujeros con personajes de ficción. Como hace Aspas, con una documentación exhaustiva y bien trabada que le sirve de fondo histórico donde colocar a la familia Petersen, eje conductor de la acción. Todo en «Los hijos del Führer» tiene un aire de crónica onírica, protagonizada por el niño Hans, prototipo de esos 8 millones de escolares adoctrinados en el fanatismo y el proceso de enajenación que va desde el congreso de Núremberg de 1936 hasta el hundimiento de Berlín, defendida por las Juventudes Hitlerianas de las tropas rusas. Desde «El puente» («Die Brücke», 1959), un filme sobre la masacre de los niños del Führer que murieron defendiendo Berlín, nadie había vuelto sobre un tema tan apasionante.
Antorchas y desfiles
Francisco Javier Aspas contextualiza el proceso previo de fanatización de los niños alemanes, su militarización y socialización de los sentimientos nacionales y el envenenamiento de la razón con los mitos patrios, las banderas de sangre y la ritualización identitaria con antorchas y desfiles. El niño Hans es el modelo patético de la ingeniería social del «nazi-onanismo», que se repite allí donde se confunde el Estado con el partido.
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