LEON OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO
Experiencia Enriquecedora
Retomo el hilo de mis reflexiones en la Crónica XXVII en la que relataba el entorno familiar al que me enfrenté después del fallecimiento de mi esposa Sari en noviembre de 1973. Una de las situaciones más difíciles que vivía era el tener que irme al trabajo y que después de la escuela mis hijos no tuvieran quien los ayudara en su tareas y quien los llevara a sus clases de natación, guitarra y otras actividades que tenían; comenté que había contratado a mujeres jóvenes que me ayudaban en estas tareas, sin embargo, no siempre podían hacerlo, y en varias ocasiones, tuve que llevar a mis hijos, cada uno por separado, a mis viajes de trabajo. Ya mencioné algunos de los que realicé con mi hija Regina, en esta ocasión mencionaré los que hice con mi hijo Natan.
En este contexto, viene a mi memoria, el viaje que llevé acabo a Guaymas, Sonora, en mayo de 1974, para dar una conferencia en esa localidad en la Universidad de Ciencias del Mar. Consideré prudente llevar conmigo a mi hijo Natan, de ocho años de edad, ya que en ese mes se celebraba el Día de la Madre, el primero que pasaría sin la suya. Nuestra estancia fue afortunada, nos alojaron en un hotel de playa en Bahía Kino, cerca de Guaymas. Bahía Kino está a 100 kilómetros de Hermosillo, la gente de esta ciudad solía disfrutar de la palaya, iba y venía el mismo día, por lo que había pocos hoteles en Kino y por ello el sitio era muy tranquilo. Natan y yo pudimos tener una convivencia estrecha durante dos días; el año pasado estando con Natan en un restaurante en las Lomas de Chapultepec, se acercó a saludarnos la persona que me invitó a Guaymas hace casi 40 años, se sorprendió gratamente de ver a mi hijo convertido en un hombre maduro.
En otra ocasión Natan me acompañó a una visita de trabajo en la ciudad fronteriza de Tijuana, Baja California; aprovechamos el fin de semana para ir a pasear a Sea World, el Zoológico de San Diego y a Disneyland. Recuerdo que en este último parque de diversiones permanecimos hasta la una de la mañana, cuando cerraban sus instalaciones, y después fuimos al hotel en donde ingenuamente Natan me preguntó que a donde proseguiríamos la jornada de ese día; le contesté que eran las dos de la mañana y que la diversión seguiría hasta el día siguiente; él estaba muy emocionado de nuestra convivencia, entonces se puso a ver la televisión. Me sentía muy gratificado de que teníamos esas oportunidades de comunicación, aunque no expresábamos muchas palabras, nos apoyábamos mutuamente en la ausencia de su madre.
Uno de los primeros recorridos que hice ya casado con mi segunda esposa, Jose, fue al inicio de los ochentas al cual nos acompaño mi madre. La visita fue a la mágica Ciudad de Oaxaca y a la zonas arqueológicas de Monte Albán y Mitla. Hoy día, se han multiplicado las iglesias y conventos restaurados en Oaxaca y sus proximidades y se han abierto nuevos sitios arqueológicos. Natan y Regina empezaban a ser adolecentes cuando fuimos a Oaxaca y ya no eran tan manejables. Viene a mi mente que en nuestra estancia en Oaxaca nos quedamos en el Hotel Camino Real que había sido un convento; una noche Natan se enojó por que el servicio del hotel no había preparado las camas para dormir, entonces llamó por teléfono a la administración y con gran seriedad pidió que enviaran a una persona para el servicio de camas en la habitación.
Por su parte, mis hermanas Julieta y Java, hicieron varios recorridos con mis hijos. Julieta que había regresado a Nueva York con su familia, los invitó en una ocasión para un recorrido de dos semanas por Nueva York, Boston y otras ciudades de la periferia. Llegaron a México fascinados del viaje y de las compras que habían hecho. Varios años más tarde, volvieron a Nueva York a la casa de mi hermana Julieta y ahí los encontré con mi esposa, nosotros veníamos de Washington, Ciudad a la que había asistido a un seminario de Economía y Negocios. La estancia en casa de mi hermana y su familia fue muy agradable; celebramos el Año Nuevo con unos amigos de ella y disfrutamos de las nevadas que ese año fueron abundantes. Añoro esa convivencia, que en cierta forma se ha desvanecido en virtud de que en las reuniones familiares en el presente la comunicación y emotividad es limitada. En la actualidad los hijos viven en un mundo centrado excesivamente en sus intereses; los padres tenemos que resignarnos a lo que dijo el poeta Samarágo: “los hijos no son para siempre, son individuos prestados a los padres”.
Asimismo, Natan y Regina, hicieron un viaje con mi hermana Java y su esposo a Tijuana, en donde este último tenía parientes; el periplo se extendió a los parques de diversión de San Diego y Los Ángeles. No solo disfrutaron de un bello paseo, sino que al ser objeto de la atención de los adultos, se sentían muy halagados.
Por otra parte, tuve la oportunidad de enviarlos a varios campamentos; creo que el que más disfrutaron fue el de Eco Hill Ranch en Medina, Texas. “Uncle Tom” quien dirigía ese campamento, era una persona agradable y bondadosa; la convivencia entre niños y sus jóvenes guías despertaba un sentimiento de comunidad y solidaridad.
En el campamento se celebraba el Shabat y otras festividades judías que ayudaron a consolidar su judaísmo. Regina expresó una vez que al regresar del campamento a México, tenia un sentimiento ambivalente: la alegría de estar con su familia de nuevo y una gran tristeza por separarse de los amigos que había hecho en el campamento. Regina tuvo la oportunidad de regresar varias veces al campamento de Eco Hill Ranch, una de ella como instructora.
Natan y Regina también fueron a campamentos en Canadá, cada uno por su lado. Tuvieron actividades de canotaje, rapel y otras mas que practicaban en los bosques y los hacían sacar mucha energía. Regina, que en aquel entonces tendría 15 años, se sorprendió de la conducta inapropiada de las jóvenes canadienses, dado que en aquel entonces las familias mexicanas éramos más conservadoras e integradas.
En el marco de los viajes al exterior, en una ocasión los envié a una clínica de tenis en Boca Ratón, Florida, donde la pasaron “de lujo”, y en otra, a un campamento de ski acuático cerca de Tampa en Florida, que era dirigido por un campeón mundial en la materia y que obligaba a que niños y jóvenes se pasaran prácticamente todo el día sobre un ski hasta caer extenuados; por ello, y por las malas condiciones de las cabañas y de la calidad de la comida, mis hijos me pidieron que los recogiera de manera anticipada, y eso hice.
Sus viajes a campamentos fueron resultado de un esfuerzo, que confío, los haya enriquecido de por vida. Lo hice con mucho gusto y amor.
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