Enemigos de la nación

Artículo de julio de 2011

LEONARDO COHEN

Un virus recorre Israel, es el virus del patriotismo, o como lo definió la mañana de hoy el diputado Ilán Guilón, “la disentería del patriotismo”. Son diversas las fuerzas que se han unido en una cruzada por alentarlo y estimularlo.

Existen varios síntomas que dan evidencia de que tal enfermedad comienza a aquejar a la sociedad. Primero se cae en la conciencia de que la patria está en peligro. A continuación se hace un llamado a defenderla. Se pide unidad, apoyo incondicional. Más adelante, se buscará y se perseguirá a los recalcitrantes, los colaboracionistas y cómplices del enemigo, aquellos que no osen defender la patria, o que no se plieguen al proyecto del líder, lo cual viene a ser más o menos lo mismo.

En 1927 el filósofo francés Julien Benda publicaba un valiente ensayo en el que denunciaba a varios de los pensadores de su tiempo por lanzarse al combate político enarbolando la bandera de la sinrazón, del militarismo y la xenofobia. En su texto, “La traición de los intelectuales”, Benda centra su crítica contra los hombres que han traicionado la verdad, la justicia, la razón y la libertad. Y en efecto, la lúcida reflexión que Benda nos obsequia, arroja luz sobre fenómenos políticos y sociales contemporáneos y nos pone en guardia frente a una serie de fenómenos, entre los que se incluye el patriotismo.

El filósofo francés identifica en el patriotismo la afirmación de una forma del alma contra otras formas del alma. Las patrias –nos dice– llegarán a ser de verdad lo que aún no son: personas. Sentirán odio; y estos odios provocarán guerras más terribles que todas las que se han visto hasta ahora.”

Otro refuerzo de estas pasiones lo ha señalado también el propio Julien Benda. Se trata de la voluntad que tienen los pueblos de sentirse dentro de su pasado; en concreto, de sentir sus ambiciones como remontándose a las de sus antepasados, de vibrar, de adherirse a derechos históricos. Los jefes de estado hallan en este sentimentalismo popular un nuevo y buen instrumento para llevar a cabo sus designios prácticos, y saben servirse de él. Es así como las pasiones nacionales –coninúa Benda– por el hecho de que las ejercen hoy almas plebeyas, adoptan un carácter de misticidad, de adoración religiosa.

Pero Benda señala otras tres pasiones que acompañan la exaltación del nacionalismo: 1)el movimiento contra los judíos; 2) el movimiento de las clases poseedoras contra el proletariado; 3) el movimiento de los autoritaristas contra los demócratas. Es bien sabido que los judíos fueron uno de los principales blancos de este nacionalismo europeo por haber simbolizado el cosmopolitismo ¿El país de los judíos está exento de este fenómeno?

Es cierto que en Israel el patriotismo nacionalista no puede dirigirse contra los judíos, que son los soberanos. Sin embargo, puede encontrar sus propios “judíos”. La izquierda radical representa hoy a aquel ente amorfo, aquella sombra con capacidades demográficas asombrosas y con un poder de dominio inusitado. ¿Quién es concretamente esa izquierda? Al igual que los judíos de Europa, se trata un fantasma, el más perverso de todos los fantasmas, una amenaza permanente que se cierne sobre todos los hombres que desean pertenecer a una nación fuerte y dominante. Decir que alguien representa sólo a la izquierda radical, y nada más que a la izquierda radical, es anatematizarlo, liquidarlo conceptualmente. Nadie ha establecido los parámetros de esa izquierda que, como la sombra del judío, es ambigua, poco clara, pero perversa en su ingenio, sus medios y sus fines. El día de hoy Zeev Elkin, coordinador de la coalición en el poder, dictaminó mientras se dirigía a la oposición parlamentaria: “Ustedes defienden a las organizaciones que atentan contra el Estado de Israel [las organizaciones de derechos humanos]. Los brazos de la izquierda radical son tan largos que son capaces de utilizar a Kadima para su propia causa.”

La denominada izquierda radical es así, la cara opuesta de la lealtad, representa a los antipatriotas, los post-sionistas. Al post-sionismo hay que declararle la guerra, y no discutir con él. El ministro de turismo Stas Misezhnikov ha dicho a la oposición: “Las organizaciones de izquierda son organizaciones terroristas que han decidido acabar con la empresa sionista. ¿Cómo pueden apoyarlas?” Para los paladines de la patria –Danny Ayalón, Danny Danon, Avigdor Liberman, Biniamin Netanyahu– si el mundo cuestiona la legitimidad de Israel, está claro que ello no podría suceder sin la complicidad de los de adentro, los enemigos de la nación. Como verdaderos conspiradores que son, los enemigos de la nación actuarán siempre por caminos soterrados, a pesar de ser una minoría en términos de representación política.

Muchas veces se dijo que Arafat hablaba de cierta forma en inglés pero decía otras cosas en árabe. Frente a la comunidad internacional sostenía argumentos sensatos y racionales, pero cuando se dirigía hacia su pueblo el lenguaje diplomático se diluía y aparecía, en cambio, la instigación a la violencia. En Israel hoy tenemos un fenómeno semejante. Hay que escuchar lo que dice Liberman, lo que dice Netanyahu, lo que dice Danny Ayalón, pero no sólo cuando hablan con Obama, ante la ONU o en un evento frente a distinguidas personalidades del ámbito judeo mexicano. No, no solamente. Hay que escucharlos hablar hebreo también. Hay que escuchar la demonización que hacen de sus rivales políticos y el perverso uso que hacen del lenguaje democrático, reduciendo el sistema a una simple tiranía de la mayoría contra la minoría.

¡La patria está en peligro! –nos insisten día y noche los gobernantes de Israel– y frente al peligro se precisa la unión. La unión, por supuesto, debe ocurrir en función del interés del gobernante en turno. Se requiere por tanto la anulación de los conflictos, se requiere una legislación contundente que permita defender la patria. Así es como la semana pasada pasó la ley que prohibe “boicotear” a cualquier empresa u organismo israelí. Es así como ha quedado sentenciada por la ley una expresión legítima de desacuerdo político. Esta semana, ha sido el turno de las organizaciones de derechos humanos, que de acuerdo a una propuesta de ley, tendrían que comparecer frente a una comisión investigadora del parlamento y dar cuenta de las fuentes de donde obtienen sus ingresos.

Es de suponer que la retórica política del gobierno actual de Israel se vaya volviendo más agresiva hacia el interior conforme se va aproximando la amenaza de un Estado Palestino independiente. Así las cosas, los que apoyamos esa solución seremos acusados de anti-patriotas, sin saber cuándo la retórica orgullosamente nacional se convertirá en violencia. Miri Reguev, diputada del partido Likud, dice que, frente a la amenaza de la izquierda “Hay que conservar la fuerza y el honor de este país” “Este pueblo ha sobrevivido 2000 años y seguirá haciéndolo a pesar de la complicidad de la oposición con la izquierda radical.”
Nos dicen “¡La patria está en peligro!” Y yo digo, la sociedad abierta está en peligro, esa sociedad que se caracterizó por fomentar el discurso crítico y que entendio la función imprescindible de la autocrítica. Está en peligro la sociedad que nos llevó a entender lo fructifero que puede ser el debate y el conflicto, está en peligro la discusión crítica que, tal como lo señaló el filósofo Karl Popper, es el fundamento del pensamiento libre del individuo.

Qué paradójica situación se vive ahora en el país. Nunca la representación de la izquierda fue tan magra en el parlamento israelí, y a la vez, nunca fue tan amenazante como ahora. A veces me encuentro a mi mismo preguntándome cómo es que, después de 20 años de haber emigrado a Israel, y sin haber abandonado mis ideales y convicciones, me he convertido en un enemigo de la nación.

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