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Casi un siglo después de su rápida desaparición, resucita de mano de un grupo de israelíes Brit Shalom, una iniciativa que abogaba por la coexistencia entre judíos y árabes en la Palestina histórica y sedujo a nombres de la talla de Hannah Arendt o Martin Buber.
Brit Shalom 2012 (Alianza de paz, en hebreo) es una iniciativa modesta de una decena de israelíes judíos, principalmente académicos y artistas, que opinan que la solución al conflicto de Oriente Medio no pasa por la fórmula de mayor consenso (crear un Estado palestino en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) sino por una confederación binacional con los mismos derechos para todos sus ciudadanos.
La idea no es nueva ni exclusiva: la llamada “solución de un único Estado” entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán tiene una larga historia y en los últimos años está ganando terreno, principalmente en círculos de izquierda locales e internacionales, tras décadas de colonización de los territorios ocupados y negociaciones fallidas de paz.
Lo que diferencia a este nuevo colectivo, creado la pasada primavera, es que trata de reavivar las ideas de un grupo de destacados intelectuales sionistas que las defendieron en el Jerusalén de los años veinte y treinta del siglo pasado bajo el nombre de Brit Shalom.
“Lo que dijeron entonces sigue siendo relevante hoy”, señala uno de los artífices de la resurrección, la educadora Yulie Khromchenco, mientras coge de la estantería de su casa en Jerusalén el ensayo del filósofo Martin Buber “Una tierra para dos pueblos”.
Otro de los refundadores, el artista Ronen Eidelman, cree que “ya existe en la práctica un solo Estado, así que la elección es entre arreglar la situación o profundizar en el apartheid”.
“En el momento en que neutralizas la idea de mayoría y minoría, neutralizas un elemento básico de fricción. Cuando los mismos derechos están garantizados pasa a dar igual quién hace más hijos o quién tiene más tierra”, argumenta.
También forma parte de Brit Shalom 2012 Elias Cohen, un judío “religioso y socialista” de 40 años que vive en Kfar Etsión, un asentamiento judío en Cisjordania.
“Desde una perspectiva socialista, pero sobre todo desde una perspectiva judía, es insoportable que haya gente con unos derechos y otra con otros en la misma tierra. Esta tierra pertenece a los dos pueblos por igual, por lo que la separación es un absurdo”, señala Cohen, poeta de vocación y trabajador social de profesión.
Cohen insiste en que no le “asusta lo más mínimo” la perspectiva de un futuro en una entidad política de mayoría árabe porque, dice, un refugiado palestino tiene “el mismo derecho” que él a la tierra que hoy sólo él pisa.
Pese a las buenas intenciones, el grupo arrastra un problema notable: defiende la coexistencia con los palestinos, pero no hay palestinos en sus filas.
Su autodefinición como “sionista” (una etiqueta vaga en la que caben varias sensibilidades, pero una línea roja para casi cada activista palestino), la participación de colonos y el temor palestino a ser utilizados como tontos útiles para legitimar la ocupación hacen muy difícil que esto cambie en un futuro próximo.
“Brit Shalom 2012” es heredero del “sionismo cultural” que abanderó el poeta Ahad Haam frente al “sionismo político” y que abrazó el movimiento original fundado en 1925, que nunca superó los doscientos miembros, en su mayoría intelectuales de origen alemán.
Era el caso de Buber, uno de los principales pensadores judíos del siglo XX; de Gershom Scholem, destacado estudioso de la mística judía; o del filósofo Ernst Simon.
Sin integrarlo formalmente, otros nombres de gran peso, como el padre de la física moderna, Albert Einstein; la filósofa Hannah Arendt; o el rabino liberal y presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén Judah Leon Magnes, lo apoyaron públicamente o coquetearon con su ideario.
“Su fuerza era moral, no política. Su propuesta era percibida como rara, pero la defendieron con vehemencia y fueron escuchados porque eran académicos muy respetados”, explica Avi Bareli, profesor de historia judía moderna en la Universidad Ben Gurión del Neguev.
Shalom Ratsabi, de la Universidad de Tel Aviv y autor de una tesis doctoral sobre una facción de este movimiento, destaca un logro particular: “Introdujeron la idea de que la relación con los árabes es la piedra de toque del sionismo”.
El movimiento tuvo una corta vida: sin disolverse formalmente dejó de operar en los años treinta, con la violencia ganando intensidad en Palestina y la guerra como único horizonte.
Como entonces o probablemente más, las ideas del nuevo Brit Shalom representan sólo a una clara minoría de la sociedad israelí, pero Eidelman tira de historia para aferrarse al optimismo: “También los sionistas empezaron así. Eran vistos como unos locos y ahora son el consenso”.
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