GUSTAVO D. PEREDNIK/EL CATOBLEPAS
Una de las facetas admirables de los intelectuales de izquierda es su facilidad para hacer caso omiso de la realidad a fin de sostener sus premisas. La reticencia a refutarlos debido a la aureola de moralidad desde la que arengan, recuerda la anécdota de que nadie se atrevía a contradecir a la soprano Renata Tebaldi, cuando contaba que en 1940 había estudiado con Arrigo Boito. También a los intelectuales de izquierda se les atribuye características de prima donna, y por ello no se les contradice (a pesar de que Boito murió en 1918).
Dicho hábito les ha permitido tener toda la razón y nada más que la razón, y por ello les cuesta aplicar la mínima autocrítica que demandan de los simples mortales. Así, Jean Baudrillard, muerto hace un lustro, en 1990 vaticinó que la Guerra del Golfo finalmente no estallaría. Estalló al poco tiempo, y entonces Baudrillard invirtió su creatividad y energía, no en revisar su tesis, sino en publicar su libro sofístico titulado La Guerra del Golfo no tuvo lugar (1991). En éste trata de demostrar que «en realidad» no hubo guerra porque Saddam Hussein no había utilizado su Fuerza Aérea ni había menguado su poder político. La predicción quedó a salvaguarda: los únicos aturdidos habían sido los lectores de Baudrillard, mediocres ellos a la hora de leer a un sociólogo clarividente e infalible.
Así, envidioso de esa virtud de incontables surrealistas que nos ha dispensado nuestro siglo, he conseguido un reportaje a Sam Bacile, sin dejarme disuadir por el hecho de que el entrevistado jamás haya existido.
P.: ¿Guarda usted rencor a Nakoula Basseley Nakoula, por haberlo inventado?
R.: No, al contrario. Gracias a él puedo expresarme.
P.: Él comenzó por adjudicarle a usted haber producido la película La inocencia de los musulmanes.
R.: Es perfectamente natural. Echó mano de prejuicios ya cultivados. Para desviar frustraciones y enconos sociales, es eficaz culpar a los judíos. Así, explicó astutamente que había obtenido cinco millones de dólares de «cien donantes judíos». Los medios de prensa lo publicaron, sin revisar la veracidad de semejantes sandeces.
P.: Es difícil para los periodistas revisar todos los datos.
R.: No estoy de acuerdo. Hoy en día, no hay nada más fácil. Con apenas veinte segundos de búsqueda, se habrían percatado de que en las bases de datos de agentes inmobiliarios no hay ningún Sam Bacile. Ni millonarios californianos que respondan a ese nombre. Pero la fábula les calzó como guante para agitar odios acendrados: «nuevamente los judíos arriesgan a todos a una guerra por medio de herir las sensibilidades de los musulmanes». He aquí el otro gran herido por la película: la confiabilidad de los medios.
P.: Nakoula no culpó a los judíos; lo culpó a usted.
R.: Para el común denominador de la gente, es lo mismo. Fíjese que apenas se supo que Nakoula no es judío como yo, sino copto, nadie arguyó que el filme había sido hecho por los coptos, aun cuando también uno de sus distribuidores es otro copto: Morris Sadek. En contraste, cuando durante los dos primeros días corría el rumor de que el productor había sido yo, abundaron los blogs y sitios web en los que lectores indignados veían «una vez más» que todo había sido una manipulación judía. Ningún grupo se presta con tanta facilidad a la descalificación en bloque. Y los medios de prensa son adictos al juego.
P.: Bueno, pero esa primera etapa ha sido superada, y ya no continúan las acusaciones colectivas.
R.: Sí continúan, aunque hayan menguado.
P.: ¿En dónde?
R.: Entre los palestinos, por ejemplo. Las manifestaciones en Gaza gritaban «Muerte a EEUU, muerte a Israel»… después de que la identidad de Nakoula hubiera sido revelada. Uno podía preguntarse qué tiene que ver Israel con una película hecha por un egipcio-americano. Pero nadie se lo preguntaba. Ni qué hablar del presidente Ahmadineyad, quien insiste en que la película es un ardid sionista (21-9-12) para enfrentar a los pueblos.
P.: Pero de él se sabe que es un fanático…
R.: Se sabe, pero no ello no impide que delegados de 120 países hayan ido a Teherán a escucharlo durante el congreso de los no-alineados.
P.: Escucharlo no significa repetir sus arengas.
R.: Pero significa repetir su método de negar la realidad. Ahmadineyad declara que en Irán no existen homosexuales. Niega la realidad (o mejor dicho, la decapita). Y la izquierda niega la realidad de esas declaraciones. Niega que Assad esté masacrando a su pueblo. Niega la parte de la realidad que no responda a sus premisas. Y esta complicidad es más clara con respecto de las amenazas, reiteradas una y otra vez, de borrar del mapa al Estado hebreo. El jefe perpetuo y todopoderoso del Estado iraní, Alí Khamenei lo denominó (3-2-12) «un tumor canceroso». Ahmadineyad lo llamó «un insulto a toda la humanidad». Y volvió a anunciar ¡en la ONU! que uno de los Estados miembros será borrado del mapa. Ante semejante ferocidad, la mayor parte del mundo permanece inconmovible. No escuchan ahora, como no escucharon antes.
P.: ¿A qué se refiere con «antes»?
R.: Al 30 de enero de 1939, cuando el Führer anunció: «Si los judíos nos empujan a una guerra, serán exterminados en Europa». Casi con las mismas palabras, el comandante del ejército iraní Mohamed Ali Jafari declaró el 22 de septiembre pasado: «Si los sionistas nos empujan a una guerra, será destruido su país». El mismo mensaje fue repetido por el Jefe de la Fuerza Aérea en Teherán. Una y otra vez lo reiteran, para ir acostumbrando a la opinión pública de que destruir Israel es una acción legítima e inevitable.
P.: ¿Hay que tomarse en serio toda bravata?
R.: Si se hubiera prestado atención a la de 1939 en toda su gravedad, el mundo se vería mucho mejor. Y si las de 2012 son vociferadas durante un desfile de misiles de 2000 km de alcance, es mejor no saltearlas, mucho menos si el valentón está cada vez más cerca de obtener armas nucleares. No amenazan Micronesia ni Andorra, sino la cuarta potencia petrolera.
P.: Pero no debe confundirse la furia de las masas con los conflictos entre Estados.
R.: Precisamente: en este caso no hay tal conflicto. Es notable cómo no hay intereses enfrentados entre Irán e Israel, como no lo hubo entre Alemania y el pueblo judío. Irán es casi setenta veces más grande que Israel; no tienen fronteras en común; no compiten por mercados. Irán posee inmensas reservas petroleras, frente a Israel que no deja de ser un pequeño desierto sin recursos naturales.
P.: ¿Es decir que no hay causas económicas en el conflicto?
R.: Las hay, pero no son las determinantes. Se equivocan quienes reducen toda la historia a un conflicto meramente económico. Según la centenaria y brillante Rita Levi-Montalcini, los seres humanos seguimos dominados por la región límbica palocortical del cerebro, eminentemente emocional y agresiva, y no por el componente cognitivo.
P.: ¿Y si no hay conflicto, pues qué hay?
R.: Pues tiene un nombre muy preciso: odio. A veces actúa en contra de los intereses de quien lo porta. Y se descarga contra los israelitas de un modo fácil y eficaz, por milenios.
P.: ¿No admite usted que la película también fue una provocación, y por ello hubo violentas manifestaciones?
R.: No, no lo admito. La potencia con la que fue destruido el consulado norteamericano en Bengasi, y asesinados el embajador y sus tres custodios, evidencia que no se trató de «una reacción espontánea».
P.: Pero aun si no fuera espontánea, la película, a diferencia de usted, sí existió.
R.: Convengamos en que hay miles de películas violentas, pornográficas, ofensivas, degradantes, misóginas, negacionistas, racistas, etc., y no puede dejar de llamar la atención una retorcida escala de valores que considere que la única maldad posible en este mundo consiste en ofender a Mahoma.
P.: ¿No generaliza?
R.: Doy datos concretos. Como un ministro pakistaní que ofrece una recompensa 100.000 dólares por la cabeza de Nakoula. De ninguna otra persona en el mundo había reclamado que lo asesinaran.
P.: Ofrecer recompensas no es matar.
R.: Es provocar. Lo hace un ministro de trenes de un país de casi doscientos millones de habitantes, y hace su anuncio ante las cámaras, en una conferencia de prensa (Peshawar, 22-9).
P.: El ministro pudo no haber justipreciado la peligrosidad de su oferta.
R.: Pudo perfectamente. Cuatro días antes una militante de la banda salafista Hizb-i-Islami se había autoinmolado en Afganistán (18-9) matando a nueve personas, en protesta por la película. A pesar de las muertes que causó esta histeria de «sensibilidades heridas», se echa más leña al fuego, se pide disculpas. Es grotesca la desproporción entre las muertes de la reacción, con el hecho que usan de excusa.
P.: ¿Cuál es la causa de que se pierdan proporciones?
R.: Que no han aprendido a distinguir entre la acción de un país y la de un ciudadano libre de ese país. Por ello reaccionan furibundos contra países; no asumen cabalmente que en los países libres hay individuos que actúan; no masas.
P.: ¿Pero por qué? ¿Son menos inteligentes?
R.: En lo más mínimo. Pero sus experiencias históricas les han hecho vivir en Estados omnipotentes ante sus súbditos, y por eso no distinguen. Han experimentado que los conflictos deben resolverse mayormente por la fuerza, y que hay transgresiones religiosas que en rigor son de los peores delitos.
P.: Al decir «peores», ¿insinúa usted que la película fue en efecto delictiva?
R.: No. Las obras de arte y las opiniones no son ilegales, siempre y cuando no hagan apología del delito.
P.: ¿Son legales aun las opiniones hirientes?
R.: Por supuesto. Si todas las opiniones permitidas fueran las que no ofendan a nadie, viviríamos en un mundo de tedioso silencio.
P.: ¿No se le fue la mano en la crítica al Islam?
R.: No creo. Winston Churchill fue aun más contundente en su crónica de la campaña de Sudán, titulada La guerra del río (1899). Así escribió: «¡Qué horrorosas son las maldiciones que el Islam coloca en sus partidarios! Amén del fanático frenesí –tan peligroso en un hombre como es la rabia en un perro– hay una temible apatía fatalista. Los efectos son visibles en muchos países… La influencia de la religión paraliza el desarrollo social de quienes la siguen. No hay en el mundo un impulso retrógrado más fuerte que éste… La civilización de la moderna Europa puede derrumbarse como ocurrió con la de la antigua Roma». Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con esa opinión, pero quizás no debería matar a la familia Churchill y a todos sus descendientes.
P.: ¿No teme usted por su vida?
R.: No. La inexistencia logra protegernos del temor. Pero es lamentable que el cineasta sí deba temer.
P.: Parece que el «cineasta» Nakoula ha estado varias veces preso por delitos diversos. ¿Por qué lo defiende usted?
R.: Quizás sea un error mío, pero en fin, le debo algún favor.
P.: Suponemos que no es la película lo que merece agradecimiento.
R.: La película es un detalle menor, un simple detonante de resentimientos y fanatismos que estallan de vez en cuando. Lo cierto es que su título original fue Guerrero del desierto y se limitaba a narrar luchas entre tribus debido al supuesto aterrizaje de un cometa. El mensaje contra el Islam se agregó después, por medio de trastocar el doblaje. No más de diez personas vieron la película entera, en California, donde la titularon La inocencia de Bin Laden. Convengamos en que no se trata del peor problema que aqueja a la humanidad.
P.: ¿Y por qué estalló en esta ocasión?
R.: Como dos meses después de que el filme fuera proyectado, un fragmento fue transmitido deliberadamente (8/9) por la TV islamista egipcia Al-Nas, y unos días después estallaron las protestas en Libia y Egipto para hacerlas coincidir con el 11S. Siguieron en Yemen y en una decena de otros países.
P.: ¿Y cómo podría actuar quien ha sido genuinamente ofendido por el filme?
R.: Si no le basta con no mirarlo, con criticarlo, con advertir de sus contenidos, pues en las Américas, Europa o Israel tiene leyes a su disposición. Un ciudadano mahometano tiene derecho de presentar una demanda contra el filme en las cortes de su país. Aunque sea menos catártico que salir a incendiar, destruir y amenazar. Y nadie debería reclamar que la víctima procure el perdón del agresor, sólo porque éste sabe infundir miedo.
La cuestión no se circunscribe a la libertad de expresión, sino a la primacía de los derechos humanos.
P.: ¿Tiene usted un mensaje final?
R.: Sí. Quienes queremos seguir viviendo en sociedades libres, sabemos que siempre habrá muestras de arte que ofendan o irriten a algunos. Si ellas no transgreden la ley, es inadmisible que los musulmanes deban ser los únicos privilegiados cuya sensibilidad no pueda ser ofendida, y que ellos gocen de impunidad para lesionar la sensibilidad de todos los demás.
P.: ¿Eso es todo?
R.: Debería ser todo. Todo lo que tenemos para decirles.
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