SARA SEFCHOVICH/ EL UNIVERSAL
Se ha empezado a correr la voz de que la esposa de Enrique Peña Nieto va a ser “una primera dama muy influyente”, “una fuerte personalidad cuyo papel crecerá con su llegada a Los Pinos”.
La razón para decir esto es que durante la gira del presidente electo a Europa se le consideró responsable de que la visita a Francia transcurriera bien y “no hubiera asperezas”.
Después de muchos años de estudiar a las esposas de los gobernantes, no veo de dónde sacan esta manera de pensar quienes así lo hacen. Simplemente no tiene pies ni cabeza.
La señora Angélica Rivera se ha desempeñado bien pero estrictamente dentro de los modelos protocolarios acostumbrados: adecuadamente arreglada y sonriente, pero siempre calladita, ha sido acompañante en las cenas que les ofrecen y ha posado para la fotografía. Nada más.
Me parece entonces que la causa por la cual los medios la consideraron así es por el desayuno que le ofreció la primera dama de Francia, ella sí, muy opinadora en cuestiones de política, en el que varios quisieron creer que saldría a relucir el caso de una o de las dos mujeres francesas de alto perfil que tienen problemas en México: la señora Florence Cassez, acusada de complicidad con un ciudadano mexicano en acciones delictivas, y la señora Maude Versini, que se divorció feamente del ex gobernador del Estado de México, quien le quitó a los hijos.
En la fantasía de algunos, se decidió que la señora Angélica iba a intervenir, si no en ambos, por lo menos en el de la señora Cassez, a quien la primera dama de Francia llama por teléfono y le manda obsequios.
Pero ¿a cuenta de qué sería dicha intervención? A cuenta, en esas fantasías, del hecho de que son mujeres. Un absurdo enorme, un “mujerismo” elemental y una incomprensión absoluta de lo que es hoy el funcionamiento del gobierno en México y las atribuciones de las diferentes ramas del poder. Los que así hablan parecen olvidar que el de Cassez es un asunto policiaco que ahora está en manos de los jueces y el de Versini es un asunto entre particulares, y que el Ejecutivo no tiene nada que ver con eso. Su esposa menos.
Ellos siguen creyendo, como bien dijo Ciro Gómez Leyva, que somos un país bananero (así pretendió tratarnos el anterior presidente francés) en el que el presidente puede meterse en todo, pero afortunadamente no es así. Y mucho trabajo nos costó llegar hasta acá.
Ahora bien, el hecho de que el primero de esos asuntos se haya politizado al punto de llegar a problemas en la relación entre los dos países hizo que los mandatarios tuvieran que referirse a él. Pero lo hicieron en los términos correctos, que tienen que ver con el respeto a las decisiones de las instancias competentes.
Así pues, no sé de qué hablaron la señora Peña Nieto y la señora Hollande, pero espero que no haya sido sobre estos casos, pues sigue perfectamente vigente la lección de Margarita Maza de Juárez: cuando se condenó a Maximiliano a ser fusilado, la princesa de Salm Salm la visitó para solicitarle su intervención “a fin de ablandar el corazón del presidente y conseguir el indulto”. “Princesa —cuenta Carlos Velasco que le respondió la señora— el asunto que os trae a mi presencia es verdaderamente muy doloroso y me llena de profunda pena, y créame sinceramente que la compadezco. Lamento de veras no poder obsequiar sus deseos porque he de hacer saber a usted que en los asuntos de gobierno Benito es el que ordena y es el capacitado para atender su petición. Respecto a mí, puede usted disponer del mobiliario y útiles de cocina de ésta, su casa”.
Y es que muchos lo olvidan, pero a las esposas de los gobernantes nadie las eligió ni tienen por qué meterse en asuntos que no les competen. Bastante y muy importante trabajo es el que sí pueden hacer y el que esperamos que cumpla La Gaviota. Uno de ellos: revivir al DIF, que los gobiernos neoliberales dejaron caer y que tanta falta hace.
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