Es hora de poner a prueba a Irán

LA RAZÓN.ES

El debate sobre cómo hacer frente a los intentos de Irán de desarrollar una capacidad de fabricación de armas nucleares se centra en dos opciones. La primera es confiar en el poder de disuasión y resignarse a convivir con un Irán que posea un pequeño arsenal nuclear o la capacidad de crearlo con poco preaviso. La segunda es lanzar un ataque militar preventivo para destruir componentes críticos del programa iraní y de ese modo demorar su avance (las estimaciones indican que se lo podría demorar por al menos unos dos años). Pero ahora existe una tercera opción: negociar un tope máximo para el programa nuclear, que no sea demasiado bajo para el Gobierno iraní ni demasiado alto para Estados Unidos, Israel y el resto del mundo.

En realidad, esa opción existe hace años y se discutió en diversas rondas de negociaciones.
La diferencia es que ahora ha cambiado el contexto. De estas modificaciones, la más importante es el empeoramiento cada vez más veloz de la economía iraní. Durante los últimos meses y los últimos años se han impuesto a Irán muchas sanciones en relación con las actividades financieras y petroleras que ahora comienzan a hacer efecto. El propósito de esas sanciones no era impedir directamente el programa nuclear de Irán, sino aumentar el precio que sus líderes tenían que pagar para perseguir sus ambiciones nucleares. El razonamiento (o, mejor dicho, la esperanza) era que los jerarcas iraníes, puestos a elegir entre la supervivencia del régimen y la posesión de armas nucleares, optara por lo primero.

La hipótesis se puede poner a prueba pronto. En las últimas semanas, la moneda iraní, el rial, se ha depreciado alrededor de un 40%, lo que produjo un veloz aumento de la tasa de inflación y del precio que los iraníes deben pagar por sus importaciones y por la compra de muchos productos básicos. Como resultado, comienzan a verse las primeras señales de descontento popular serio contra el régimen desde la violenta represión del Movimiento Verde en 2009. Y también la clase comerciante iraní, uno de los pilares del establishment clerical que gobierna el país desde la revolución de 1979, da muestras de resquemor. Hay además otros factores que tal vez impliquen una oportunidad real para las negociaciones. Los levantamientos en el mundo árabe muestran que ningún régimen de Oriente Próximo está blindado, y los líderes iraníes tendrían que estar ciegos para no darse cuenta.

En su discurso de fines de septiembre ante las Naciones Unidas, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, manifestó su disposición a dar más tiempo a las sanciones, al menos hasta el verano de 2013. Y hay señales de que, independientemente de quién gane la elección presidencial de noviembre, Estados Unidos está dispuesto a lanzar un ataque militar, y si lo hace, la capacidad de destrucción sería mucho mayor que si Israel iniciara una acción individual. En vista de todo esto, puede ser que los iraníes consideren que hacer concesiones sea el menor de los males a los que se enfrentan.

Hasta ahora, lo menos que se puede decir de las negociaciones es que han sido erráticas. La oferta que sugieren los funcionarios iraníes no es nada comparada con las concesiones que deberían hacer para evitar una acción militar y obtener una flexibilización de las sanciones. Pero ahora es momento de presentar a Irán un paquete completo, que le diga qué debe hacer y cuál será la recompensa si lo hace. Además, sería fundamental ponerle a Irán un plazo para que acepte el acuerdo, para que no pueda usar una extensión de las negociaciones como forma de ganar tiempo para mejorar sus capacidades nucleares. Los términos precisos del acuerdo habría que definirlos, pero por lo menos se debería exigir a Irán que detenga cualquier actividad de enriquecimiento de uranio hasta el 20% y entregue el material fisible que ya haya alcanzado ese grado. También debería aceptar un tope máximo para la cantidad de uranio que podrá poseer o enriquecer a grados inferiores. Y quizá sea necesario fijar límites a la cantidad de centrifugadoras y a los sitios de instalación permitidos.

Se deberían realizar inspecciones frecuentes e intrusivas para darle al mundo exterior garantías respecto de lo que Irán hace (o, lo que es más importante, lo que no hace). A cambio, Irán encontraría un alivio sustancial para sus dificultades, gracias a la eliminación de las sanciones impuestas en respuesta a su programa nuclear. Además, los elementos esenciales de la propuesta se deberían hacer públicos. De ese modo, si el régimen se niega a cooperar, tendrá que explicarle a su propio pueblo por qué no esta dispuesto a abandonar su programa de armas nucleares, a pesar de existir una propuesta razonable por parte de Estados Unidos que no busca humillar a Irán y que, en caso de ser aceptada, garantizaría una mejora sustancial de la calidad de vida de los iraníes.

Es posible que el nuevo contexto económico y político lleve a los gobernantes iraníes a aceptar lo que hasta ahora han rechazado de plano. Si, por otra parte, el régimen sigue determinado a perseguir sus metas nucleares a cualquier costo, entonces sabremos que no hay más alternativa que adoptar alguna de las dos primeras opciones: atacar las instalaciones iraníes o convivir con un Irán provisto de armas nucleares.

Ambas posibilidades son potencialmente arriesgadas y costosas, pero es particularmente importante que, en caso de iniciarse una guerra, la opinión pública de Estados Unidos sepa de antemano que había una alternativa razonable para evitarla y que el que la rechazó fue Irán. Además, si Estados Unidos y/o Israel lanzaran un ataque, sería bueno que el resto del mundo sepa que antes de tomar esa decisión ofrecieron a Irán una salida honrosa. De ese modo, será menos difícil mantener la presión económica sobre Irán después del ataque, si llega a producirse.

Hay también otro motivo para publicitar los términos del acuerdo: el pueblo iraní debe saber que cualquier ataque contra el país será en gran medida producto de sus propias acciones. Esto ayudará a evitar que, llegado el caso, la reacción de la población sea cerrar filas en torno de sus gobernantes y haya que descartar la opción de un cambio de régimen. Suele pensarse que la diplomacia se hace en secreto, pero a veces el mejor modo de esconderse es a la vista de todos. Y estamos ante una de esas ocasiones. Pero en este caso, la velocidad es esencial: la diplomacia tendrá que acelerar para que no la supere la marcha de Irán hacia la bomba atómica (y con ella, la marcha hacia el conflicto).

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