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jueves 21 de noviembre de 2024

El Alepo judío, perdido para siempre

COMITÉ CENTRAL ISRAELITA DE URUGUAY

La norteña ciudad siria de Alepo, que constituyó un pilar mundial de la existencia judía, está siendo lentamente destruida por los combates en que ha estado sumido ese país durante los últimos 17 meses. Hace algunos días, el rebelde Ejército Libre Sirio advirtió que pronto “no habrá nada que destruir en Alepo”.

Alepo había destacado recientemente en los medios gracias a un nuevo libro y un extenso artículo en The New York Times Magazine sobre el Códice de Alepo, manuscrito hebreo del Antiguo Testamento que se cree fue compilado cerca de Tiberíades durante el siglo VI, y sacado subrepticiamente hacia El Cairo cuando los cruzados vandalizaban Tierra Santa.

De El Cairo pasó al sur de Europa y, tras una corta pero trascendental permanencia en manos de Maimónides, terminó en Alepo, donde se lo mantuvo escondido en una cripta en los muros de la gran sinagoga durante los siguientes 600 años. El Códice, considerado uno de los manuscritos más antiguos del Antiguo Testamento, fue contrabandeado desde Siria en la década de 1950 gracias a los audaces esfuerzos de un puñado de judíos de Alepo bajo el liderazgo del segundo presidente de Israel, Itzkaj Ben Zvi. Como un fragmento de la comunidad judía de Alepo, el Códice halló su hogar en Jerusalén, donde se encuentra resguardado en el Instituto Ben Zvi.

¿Qué hizo de la existencia judía en Alepo algo tan único y vibrante?

Durante cientos de años, Alepo fue la capital no oficial del mundo sefardí. Energizada por el comercio internacional y oleadas de inmigración judía, los judíos mantuvieron una comunidad piadosa, respetada por su excelencia educativa y como guardiana de tradiciones que tenían raíces en el antiguo Israel. El folclor alepino, como la afirmación de que uno de los generales del rey David puso personalmente las fundaciones de su gran sinagoga, hoy localizada en el corazón de los combates, indica el prestigio de esta ciudad en la historia judía.

Pero la ciudad está perdida, y la existencia judía ha sido poco menos que borrada de sus empedradas calles. Sorprendentemente, lo que no ha desaparecido es la forma alepina de vida en las comunidades de la diáspora que subsisten por todo el globo.

“Yo afirmaría sin ninguna duda que [la comunidad judía de Alepo] es la más fuerte del mundo, en términos de solidaridad”, dice Yom Tov Assis, profesor de historia medieval de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Assis nació en Alepo y experimentó brevemente la violencia que se suscitó en la ciudad durante la independencia de Israel. Recientemente fundó en la universidad el Centro para el Estudio de la Judería de Alepo, en un esfuerzo por preservar y estudiar las tradiciones de esa palpitante comunidad.

“Difícilmente existe una comunidad judía, aparte de los haredim, los ultraortodoxos, tan fuertemente ligada a su pasado y tradiciones”, asegura.

Encrucijada entre Oriente y Occidente

Fuera de Israel, pocas ciudades del Medio Oriente tienen una historia más rica en actividades culturales, educación y comercio judío que Alepo. La leyenda dice que la urbe, a la que se denomina Haleb tanto en hebreo como en árabe, debe su nombre a que Abraham guiaba su rebaño de ovejas a lo largo de los densos arbustos de las montañas circundantes. Se dice que él distribuía la leche de sus ovejas (halav en hebreo) a los residentes del poblado, por lo cual en adelante sería llamado Haleb.

Desde finales del siglo X, Alepo creció para servir como sitio de paso entre las comunidades judías del centro babilónico e Israel. Su ubicación geográfica e impresionante esfera de influencia la convertían en puente entre Persia y los lucrativos mercados del sur de Europa. La ciudad mantuvo un estatus casi legendario entre los judíos de todo el mundo. Cuando la visitó a finales del siglo XVI, el monje italiano Pietro Della Valle anotó en su diario de viajes que “Aquí, en un distrito, converge todo el Oriente con sus joyas, sedas, drogas y vestidos, al que se une el Occidente, específicamente Francia, Venecia, Holanda e Inglaterra”.

Los judíos de Alepo emplearon su prosperidad para establecer instituciones educativas prominentes, y eran reconocidos por sus tradiciones cuidadosamente mantenidas según las antiguas prácticas bíblicas. En una carta a la comunidad judía de Lunel en el sur de Francia, Maimónides hacía notar que “en toda la Tierra Santa y Siria, solo existe una ciudad, y es Haleb, donde hay quienes se dedican con verdadera devoción a la religión judía y al estudio de la Torá”.

Alepo se encontró en la encrucijada de dos de los eventos más trascendentales de la historia judía: la expulsión de España y el ascenso del movimiento sionista. Cuando los refugiados de la Península Ibérica inundaron el Mediterráneo Oriental a principios del siglo XVI, Alepo se convirtió en uno de los principales centros de absorción. Y cuando Alepo cayó bajo el gobierno otomano, más tarde en ese mismo siglo, el califato mantuvo relaciones relativamente cálidas con la comunidad judía. Disposiciones que garantizaban que ninguna sinagoga se construyera más alta que una mezquita, y que las expresiones de la vida judía se mantuvieran en forma discreta —parte de su condición de dhimmis— señalaron una frágil convivencia.

En 1948, tras el voto de las Naciones Unidas para implementar la solución de dos Estados en Palestina, estallaron disturbios antijudíos en Alepo. Desde ese momento y hasta finales de la década de 1980, la comunidad se desmanteló a sí misma, y la diáspora alepina comenzó a tomar forma, principalmente en Israel, Brooklyn (Nueva York) y América del Sur. “Acostumbrábamos a pasar el verano en el Líbano, cerca de Beirut”, cuenta el profesor Assis. “Un verano mis padres alquilaron un autobús grande junto a otros judíos de Alepo, y solo cuando cruzamos la frontera al Líbano nos dijeron que jamás regresaríamos a Alepo”.
No eran los únicos en huir. Quedan algunos judíos en países musulmanes, desde Marruecos hasta Irán. Su número, sin embargo, es demasiado pequeño como para sostener la noción de que, aparte de Israel, existan comunidades judías activas en el Medio Oriente.

En todo caso, está claro que, para los judíos, Alepo desapareció en 1948. La reciente destrucción de los antiguos monumentos de la ciudad es tan solo un recordatorio de lo que ya se había perdido. Aunque la comunidad alepina de Israel no es tan numerosa o poderosa como la de Brooklyn —la mayor del mundo y conocida por su éxito financiero—, su proximidad a Siria y su relación con judíos de otros países árabes le otorga a los acontecimientos en su ciudad perdida una sensación más inmediata.

Las sinagogas alepinas, especialmente en Israel, han tratado de proteger los aspectos únicos de su observancia religiosa, como las bakashot, poesía cabalística originaria de España, o los cantos litúrgicos fuertemente influenciados por la lengua árabe, el llamado hazanut sefardí.

Para gente como Assis, mantener esta tradición ante las tormentas de la historia es poco menos que una obligación. “Todo el mundo judío que existía bajo el Islam se ha desvanecido, nada queda”, dice. “¿Qué será de los cementerios, las sinagogas, los libros, todo? Bueno, Dios sabe”.

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