La historia de Jacobo Granat, creador del primer cine en México, muerto en Auschwitz

ENRIQUE RIVERA Y MARK ACHAR PARA ENLACE JUDÍO

Como parte del programa del Congreso “Cien Años de vida Institucional Judía en México”, Luis Granat, Representante de la familia Granat, así como Raquel Torenberg, Directora General del Colegio Hebreo Sefaradí, Alicia Gojman de Backal, Directora Honoraria del CDICA y Silvia Hamuí, analista y escritora- presentaron el libro “Jacobo Granat, entre la vida Comunitaria y el Cine”. El gran hombre que creyó eL Séptimo Arte y construyó el primer cine fue Jacobo Granat Z”L, un hombre con una visión fuera de lo común.

Sin embargo, murió en Auschwitz, no sin, antes, gracias a su amistad con el Presidente Madero, crear una comunidad permanente en México, a la cual nombraron Alianza Beneficencia Monte Sinaí. A ella se unieron todos los judíos que entonces radicaban en la ciudad, apareciendo Jacobo Granat como su primer presidente.

El Ingeniero Luis Granat, un familiar cercano a él, nos da a conocer una faceta más íntima del pionero de los cines en México.

Jacobo Granat, creador del primer cine en México, por Alicia Gojman Goldberg

Fuente: Extracto del texto “Los inmigrantes judíos frente a la Revolución Mexicana”, presentado en la XIII Reunión de Historiadores De México, Estados Unidos y Canadá – 2010.

Jacobo Granat (Lember, Austria 1871- Auschwitz, Alemania 1943) llegó de Austria en 1900 a invitación de un tío Jacobo Kalb que llegó a México desde 1885 y se estableció en el puerto de Veracruz. Granat empezó a trabajar como joven soltero con ganas de prosperar y aprovechar las buenas condiciones que el gobierno de Díaz ofrecía a los europeos. El clima difícil y la soledad lo enviaron a conocer la capital a la que llegó a principios del año de 1902. Su capacidad de desarrollar negocios lo llevó a decidirse por dar al público una sana diversión que empezaba a propagarse también en Europa. El cine fue el negocio que Granat desarrolló a partir de 1906, comprando la primera sala a la que llamó El Salón Rojo.

Así decía la crónica: “A partir de 1906, en la unión de las calles de San Francisco y Coliseo, en un edificio de características eclécticas, pero más tendiente al neoclásico, que remataba con una hornacina amparado la imagen de basalto de la Virgen de Guadalupe, las puertas del extraordinario Salón Rojo se abrieron, después de una acuciosa restauración destinada a la comodidad de los futuros parroquianos. Este lugar de esparcimiento, nacido en el último periodo del paternalista porfiriato, cuando la energía eléctrica dominaba ya la escena de las grandes orbes…supliendo todo aquello que antes necesitaba de la mano del hombre o la bestia… apareció este gran salón…”

Su ubicación fue inmejorable ya que ocupó la Casa de Borda, construcción palaciega edificada por don José de la Borda hacia 1775. Aquella mansión, se encuentra en las calles de Bolívar y Madero, aunque el señor Borda nunca la vio terminada ya que murió en 1778 y jamás imaginó que su obra llegaría a ser icono de la cinematografía mexicana. Del baile popular, de la música y de los juegos de azar. En ese año de 1906 el periódico El Imparcial describía el lugar diciendo lo siguiente:

“El local es bien amplio, fue decorado elegantemente y en él se arregló un foro en el que durante los intermedios de las exhibiciones para darles mayores atractivos un grupo de artistas cantará romanzas de los mejores repertorios francés, italiano y español. Tiene una variada y numerosa selección de vistas cinematográficas. Las tandas comenzarán desde las cuatro de la tarde y durarán hasta las once de la noche…”

El Salón Rojo fue por muchos años lugar de diversión y esparcimiento para los aristócratas, burgueses, fifís, rotos y estirados de los primeros años del siglo XX, es decir para los allegados a la élite porfiriana. El periodista Alfonso de Icaza recordaba que inicialmente ocupaba el local bajo del edificio, extendiéndose años más tarde al piso superior y así lo describió:

“…Constaba de tres salones de proyección y varios más con espejos que deformaban la figura y otras pequeñas diversiones, así como uno destinado a mesas, donde se servían platillos y refrescos. Para subir al segundo piso había una escalera eléctrica, que se veía muy favorecida por la gente menuda. En general el “Salón Rojo” era amplio y cómodo….”

Para 1915, el Salón Rojo fue identificado como el principal cine de la capital y pocos años después en 1921, aumentó sus atractivos al inaugurar un salón de baile, donde las orquestas de más fama durante los años veinte formaron parte de los carnets musicales. Los anuncios en los diarios ofrecían a la clientela baile por 25 centavos los días jueves y domingos, y para atraer a más personas celebraba un concurso de baile amateur en varios géneros como el danzón, el tango o el vals. También mantuvo su prestigio como lugar de exhibición de películas de estreno, fue posiblemente este foro el mejor lugar de su tipo durante la época del cine silente. En su nombre se apoyaron los artistas mexicanos y extranjeros más renombrados, a los cuales el Salón Rojo apoyaba con postales de color sepia, en blanco y negro, que se vendían a pasto en la taquilla principal.

Pero también este espacio fue utilizado como foro para realizar conferencias y mítines de todo tipo, ya que Jacobo Granat era muy dado a participar en todos los eventos culturales de la ciudad pero además estaba al tanto de las ideas revolucionarias de Madero al cual conoció personalmente y con el que trabó una estrecha amistad. Francisco Madero le solicitó en varias ocasiones a Granat la posibilidad de utilizar la sala principal del Salón Rojo para llevar a cabo varios mítines en los cuales propagó sus ideas de cambio y libertad democrática.

Jacobo Granat siempre estuvo presente en esas conferencias y escuchaba atentamente a su amigo deseando que lo que estaba proponiendo se convirtiera en realidad. Supo de su entrada a la ciudad, de la caída de Díaz, y de su partida posterior hacia Paris. Para entonces sus negocios habían prosperado y era dueño de otros cines como el Cine Olimpia, para cuya colocación de la primera piedra se permitió invitar nada más y nada menos que a Enrico Caruso y frecuentaba el Club Austro Húngaro en la Avenida Juárez.

En 1912 fue uno de los personajes que apoyó decididamente la creación de una comunidad permanente en México, a la cual nombraron Alianza Beneficencia Monte Sinaí en la cual se reunieron todos los judíos que entonces radicaban en la ciudad, apareciendo Jacobo Granat como su primer presidente. Para que esa comunidad pudiera dar todo el servicio que requerían sus miembros, Granat solicitó en 1916 al presidente Carranza la apertura de un panteón para la Colonia Israelita de México recién formada, en la zona de Tacuba.

Las dificultades que tuvieron que enfrentar los fundadores de la Alianza Monte Sinaí con las autoridades gubernamentales- debido a los constantes cambios en el poder- para obtener el reconocimiento oficial de la institución, así como la obtención del permiso de funcionamiento del panteón, fueron innumerables. Fue el 29 de enero de 1916, cuando se recibió una carta en donde oficialmente se otorgaba el permiso de funcionamiento por parte de la oficina del gobierno, cuyo titular era el Lic. Adolfo Carrillo. “Se presume que debido a las buenas relaciones del Honorario Jacobo Granat con varios políticos de la época, se había logrado la obtención del permiso de funcionamiento y se continuaban las gestiones para el reconocimiento oficial de la Sociedad.”

En una entrevista realizada con el señor Elías Capón éste comentó lo siguiente:

“El señor Jacobo Granat era un empresario muy importante en el ramo de las salas de cine. Entre otros tenía el Salón Rojo, y éste era constantemente solicitado por diferentes políticos para efectuar sus mítines o reuniones. En una ocasión el presidente Madero, con quien llevaba buenas relaciones, le pidió esa sala para anunciar allí su Plan de Ayala…(sic)”

El 14 de abril de 1913 se acordó formar la mesa directiva de la Sociedad la cual quedó integrada con Jacobo Granat como presidente e Isaac Capón como tesorero. Ambos lograron formar una firme mancuerna para el trabajo comunitario. Sin embargo sus múltiples ocupaciones no le dejaban tiempo a Granat para realizar todo el trabajo así que ” en una ocasión en el año de 1915, al ver mi tío (Isaac) que el señor Jacobo Granat como Presidente de Monte Sinaí no podía dedicarle el tiempo suficiente a su puesto, le pidió que le cediera el cargo por algún tiempo, a lo que Jacobo Granat accedió entendiendo que el futuro de la Sociedad era primero…”

Para Jacobo Granat la situación del país lo tenía consternado. Su familia había llegado desde 1885 cuando Jacobo Kalb tío materno llegó al país desde la ciudad de Lvov, en Polonia. Gracias a su insistencia a partir de 1900 de la ciudad de Lemberg, arribaron sus sobrinos los Kalb que se habían establecido en Veracruz donde él radicaba. Al pasar a la ciudad de México lo siguieron sus familiares que ya tenían varios hijos que habían nacido en México como Jack en 1907 que creció y se educó en el colegio alemán y su padre que empezó a trabajar en la Casa Boker. Todos mantenían buenas relaciones con la sociedad mexicana y vivían en el centro de la capital.

Cuando estalló el cuartelazo en 1913 la mayoría de los judíos vivían en el rumbo de la Ciudadela. Todo empezó cuando Bernardo Reyes y Félix Díaz intentaron un golpe de Estado en contra del presidente Francisco I. Madero y terminó el 19 cuando se acallaron los combates y los integrantes del gobierno fueron aprehendidos. La muerte de Reyes benefició a Victoriano Huerta quien asumió el poder y por sus órdenes fueron asesinados Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez.

Alfonso de Icaza periodista y nieto de Antonio de Icaza un prominente comerciante comentó lo siguiente: “Yo salí a la calle, y tras oir misa, fui, en unión de otros familiares a Tacubaya, a recoger unas primas, entre ellas mi actual esposa, que hacía ejercicios de encierro en casa de unas monjitas.

Hubo que emprender la caminata a pie y nos impresionó profundamente ver un carro “rabón cargado de cadáveres”.

Para Jacobo Granat que vivía en la calle de Bolívar esquina con la ahora calle Venustiano Carranza fue un gran golpe al ver lo que estaba sucediendo en las calles de la capital. Tomó el teléfono y llamó a casa de los Kalb para salvar a su familia. El episodio lo relata Jack su sobrino de la siguiente manera:

Cuando la Revolución estalló en 1913, que fue el principio del derrocamiento del General Porfirio Díaz y la muerte de Madero, vivíamos entonces en la Plaza de la Ciudadela, conocida con ese nombre porque allí se encontraba una escuela militar o un cuartel general que lo nombraban la Ciudadela por lo muy protegido que estaba… recuerdo que fue un domingo… del mes de febrero, de los primeros días de febrero, yo había salido a comprar unos dulces con el “domingo” que me daba mi padre en aquel entonces eran como 3 o 4 centavos.. regresé y le dije a mi padre: hay muchos soldados en las calles, y no lo acababa de decir cuando empezó el tiroteo en la Plaza de la Ciudadela… como a las 12 del día. Mi tío Jacobo Granat llamó por teléfono y le dijo a mi padre que agarrara a los dos niños yo de seis años y mi hermano de dos. Que tomara un coche y se viniera a su casa. El vivía en la calle de Bolívar esquina con Venustiano Carranza, era entonces Capuchinas, vivía en un primer piso. Mi papá le preguntó si valía la pena salir a la calle y le contestó que era peor quedarse, porque ahí estaba el tiroteo y estaban tirando con granadas y cañoncitos. Mi padre y madre empacaron en unas petacas nuestras cosas y se alquiló un coche, el taxi de entonces. Y el coche cerró unas cortinas, para en caso de que lloviese y las bajaron y no nos permitieron asomarnos. Unos caballos eran los que llevaban el carro y pasamos los días del combate en casa del tío y dijo: hay que irnos de México. Y nos vamos a Veracruz. Allí permanecimos unos 35 a 40 días. Nuestra casa al regresar a México tenía dos boquetes de granada o de bala de cañón chico. Gracias a mi tío estábamos vivos.

Para Jacobo Granat fue un gran golpe, haber esperado tanto de su amigo Madero y de un cambio en el país, que su muerte lo dejó muy frustrado y entristecido. Después de algunos años decidió vender sus cines y fue el señor Jenkins el que compró todo su emporio. Ya no se sentía cómodo en el país, además su esposa como buena vienesa añoraba los cafés y las pastelerías de su lugar natal. Después de algunos años de indecisión partió de regreso a Europa. Los Kalb permanecieron en México.

En Austria sufrieron la anexión de ésta a Alemania y el antisemitismo tremendo que se desató a raíz de la subida de Hitler al poder y la declaración de guerra a Polonia en septiembre de 1939 iniciaba la Segunda Guerra Mundial. De pronto ya no pudieron volver a México y sus parientes tampoco lograron salvarlos. Muy pronto fueron enviados a un campo de concentración en Alemania y murieron en 1943 en las cámaras de gas en Auschwitz.

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