Juntos venceremos
domingo 17 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes Parte XXXIII

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Alegrías de la vida

La celebración familiar de mi cumpleaños 72 la hicimos en el restaurante de un hotel de la Colonia Polanco; asistimos 14 personas, el núcleo básico de mi familia en México. Este año se agregó a la fiesta, Guido, el esposo de mi hija menor, Tali, quienes llevan 4 meses de casados, y Paulina, la novia de mi hijo menor, David. Contra mi pronostico original, tuvimos una convivencia muy agradable; la tarde transcurrió en medio de la alegría y hasta los meseros no pudieron ocultar la risa de la que se contagiaron. Me da mucho gusto que la hayamos pasado tan bien, en lo particular me siento muy contento de haber convivido con mis cuatro nietos, a los que no veo con la frecuencia que me gustaría.

En Crónicas previas, he expresado la significación que tienen en mi vida, mantengo una relación especial con mi nieto Alan, que no demerita mis lazos con los otros tres; ello quizá por nuestra afinidad física y de personalidad.

Dos años atrás, el día de mi cumpleaños estaba de vacaciones con mi esposa en Miami en el mes de Octubre y Alan me envió en su nombre y en el de su hermano menor, Ari, un mensaje de felicitación en el que expresó: “eres lo mejor que ha pisado la tierra”. Con esta felicitación tuve inflado mi ego y mi autoestima por un buen rato.

Por otra parte, mi hija Tali me dio un maravilloso regalo: un CD en el que manifiesta su gratitud y cariño a sus padres; lo acompañó, de manera armoniosa, de fotografías de ella y de sus padres en diferentes etapas de su vida. Tali tiene una gran sensibilidad para transmitir sus pensamientos. Mi esposa Jose y yo, nos sentimos muy halagados.

Sin grandes expectativas, espero que el espíritu familiar que se vivió en esta convivencia se pueda mantener en el tiempo, por lo menos en un nivel razonable, que me permita enfrentar lo que he denominado el egoísmo de mis hijos. Así, termino el relato de mi cumpleaños y retomo el hilo de mi vida que en las pasadas crónicas situaba en los años setentas; en esa época se dieron dos acontecimientos sobresalientes en mi vida, el Bar Mitzvá de mi hijo Natán y mi Boda con Jose, ambos registrados en septiembre de 1978.

El Bar Mitzvá de Natán fue primero, y al igual que su Brit Milá, fueron transcendentes en mi vida como judío. El mentor de Natán, lo preparó para tan solemne ocasión con mucho cariño y tuvo una paciencia extraordinaria para que aprendiera los versículos que leería en la ceremonia de su Bar Mitzvá, dado que Natán era un niño inquieto, se levantaba constantemente de la mesa en donde estudiaba los rezos para dirigirse a la ventana a observar los acontecimientos que sucedían en el patio-estacionamiento del condominio donde vivíamos.

El mentor realizaba un gran esfuerzo para llegar a mi casa en Coyoacán, su hija lo traía en automóvil desde la Colonia Condesa, donde él vivía, y pacientemente lo esperaba en el mismo hasta que concluía la clase.

El Bar Mitzvá se realizó en el Templo Bet El de Polanco; recuerdo a Natán cantando los versículos de la Tora con voz tímida, me sentí muy orgulloso porque lo hizo muy bien y a la vez, tuve una profunda tristeza por la ausencia de su madre, quien había fallecido cinco años antes. Creo que también se hubiera sentido tan orgullosa como yo. Los tíos abuelos de Natán, de la familia de su madre, patrocinaron el banquete que siguió al rezo en uno de los salones del Templo. Tengo la impresión que el Bar Mitzvá se celebró ayer, sin embargo, ya transcurrieron 34 años. Natán también tuvo la oportunidad de celebrar el Bar Mitzvá de su hijo, Alan, en febrero del 2010.

En relación a la boda civil con Jose, mi actual esposa, se llevó acabo en un elegante restaurante de la calle de Londres, en la Zona Rosa, en una bella casona porfiriana. La ceremonia se efectuó en la noche de un lunes, cuando el establecimiento estaba cerrado para el público. Las instalaciones nos fueron concedidas por José Luis, hermano de mi amigo Ramón, a quien ya mencioné en una Crónica previa. En ese tiempo José Luis era el gerente del restaurante, nos preparó los bocadillos y bebidas que ofrecimos a nuestros invitados que, básicamente, fueron nuestras respectivas familias; aún vivían los padres de Jose, mi madre, mi hermano Pepe y mi hermana Julieta. Asimismo, fueron convidados compañeros del Departamento de Estudios Económicos del Banco donde Jose y yo trabajábamos, y otros amigos, principalmente los que había empezado a tener, relacionados con mi trabajo. La fiesta fue amenizada por un ensamble de Jazz. La boda fue un gran momento de alegría que significó rehacer mi vida sentimental y poder compartir mi vida con una nueva compañera.

Nuestra luna de miel fue acuciosamente preparada. Visitamos Grecia y en el Puerto de Pireos tomamos un crucero por una semana para visitar varias islas griegas. Durante el recorrido, el último de la temporada de otoño, la mar estuvo muy agitada y fui de los pocos pasajeros que pudo mantenerse en pie durante toda la travesía. De Atenas volamos a Turquía, donde también permanecimos una semana; al igual que en Egipto. En Turquía, el hotel de cadena en el que habíamos reservado estaba en huelga y tuvimos dificultades para conseguir alojamiento y finalmente paramos en un pequeño hotel de tres estrellas.

Al mundo fascinante de Estambul se adicionó una emocionante experiencia; un día, caminando por una avenida céntrica, vimos que una muchedumbre en estampida venía corriendo hacia nosotros perseguida por tanques del ejército que indiscriminadamente disparaban en todas direcciones; nos mezclamos con la gente para huir del lugar a fin de no ser heridos. Casualmente pasó un trolebús al que apresuradamente nos subimos y salvamos nuestras vidas. Eran los tiempos de las dictaduras en ese país que tan desgarradoramente se proyectaron en la película “Expreso de Media Noche”.

Recuerdo con nostalgia la visita que hicimos al suntuoso Palacio de Topkapi, y ¿qué decir de la maravillosa vivencia que tuvimos en el Gran Bazar de Estambul? INDESCRIPTIBLE el regateo con los vendedores poliglotas del mismo y también viene a mi memoria la cena que disfrutamos en un restaurante de comida árabe, amenizado con “bailarinas de vientre” quizá fue un típico espectáculo turístico, sin embargo, cuando estas de luna de miel, tiendes a sobredimensionar los hechos.

De Turquía volamos a Israel; las medidas de seguridad en el aeropuerto de Estambul en los vuelos a Tel Aviv eran extremas. Unos minutos antes de abordar el avión, se designaba la puerta de salida y los pasajeros eran custodiados por soldados hasta la puerta de la aeronave. Nuestra estancia en Israel, Egipto y el frustrado ingreso a Jordania, serán comentados en la próxima crónica.

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