JULIÁN SCHVINDLERMAN
Para quienes hemos observado a lo largo de los años la profundamente sesgada cobertura periodística de la British Broadcasting Corporation (BBC) sobre el conflicto palestino-israelí, hace tiempo hemos advertido la putrefacción moral que anida en el corazón de la cultura organizacional de ese prominente medio de comunicación inglés. Si la BBC podía tan desfachatadamente engañar a sus oyentes sobre este tema, nos preguntábamos, ¿no era acaso razonable asumir que los podría engañar sobre cualquier otro? Si mentía sobre Israel, ¿cómo no considerar que mentía sobre otros países también? Este el principal problema que enfrenta la prensa cuando queda expuesta en una incorrección informativa: pierde, por completo, la confianza del público. Pues uno no puede seguir creyéndole en los demás asuntos sobre los que informa cuando su cobertura sobre uno de ellos, uno sabe, es notablemente parcial. Israel fue apenas un epifenómeno en el cosmos de la BBC, una manifestación singular de un fenómeno de tendenciosidad y supresión de la verdad mucho mayor.
Días atrás nos hemos enterado de que -por décadas- uno de sus periodistas estrella abusó de cientos de niñas (y aparentemente también de niños) en los estudios de la BBC, en su casa rodante, en orfanatos, hospitales y otras instituciones que el personaje patrocinaba, sin que sus jefes y colegas de la BBC hicieran algo al respecto.
Sus paseos en un Rolls Royce convertible blanco, su melena rubia y larga al viento, fumando grandes habanos, mostrando sus cadenas de oro, vistiendo ropas fluorescentes han hecho de Jimmy Savile una figura excéntrica. Su popularidad durante los años setenta y ochenta fue enorme en tanto DJ de vanguardia y conductor de los programas “Top of the Pops” y ”Jim´ll Fix it”. Detrás de su fama se escondía un depredador sexual. “Era de público conocimiento que Savile llevaba a chicas a su oficina” dijo ahora Jeffrey Collins, un ex asistente suyo en la BBC. Un previo supervisor de una discoteca en la que Savile fue DJ, Dennis Lemmon, aseguró que tenía reputación de “ir por las más jóvenes”. Bob Langley, quién cubrió una noticia junto a Savile, afirmó haber visto chicas de “12, 13 y posiblemente 14 años” salir de su casa rodante. ¿Podía la BBC no saber nada al respecto? Difícilmente. De hecho, estaban tan propagados los rumores sobre la conducta sexual de Savile en la industria del entretenimiento que en 1999 se le preguntó en un programa de televisión al respecto. “Allí le pongo las manos arriba a todo lo que puedo” respondió en tono de broma. La audiencia aplaudió. Jimmy Savile falleció el año pasado.
La Policía Metropolitana británica abrió una investigación penal póstuma. Scotland Yard dice estar siguiendo cuatrocientas líneas de pesquisa. Se habla de cientos de víctimas abusadas a lo largo de todo el territorio nacional. Pero esta es sólo una parte del problema. Ella atañe a la conducta sátira de un periodista emblema de la BBC cuya reputación ya está hecha trizas. La otra parte del problema atañe a la propia BBC cuya actitud largamente tolerante de sus delitos aberrantes emerge como uno de los más grandes escándalos de la historia de la prensa británica.
No sólo el comportamiento pasado de la BBC en los lejanos setenta y ochenta está en el tapete, sino su proceder reciente. Pues trascendió que un programa sobre Savile de la propia BBC, un programa que exponía sus transgresiones de pederasta, fue censurado y privado de ser publicado. El director del programa en cuestión, “Newsnight”, sostuvo que nadie jerárquico lo presionó para descartar la emisión. Pero periodistas que trabajaron en el exposé dijeron que éste estaba entusiasmado con las revelaciones hasta que abruptamente cambió de postura y les informó que el programa no saldría al aire. ¿Trabó la BBC una investigación periodística? ¿Censuró la BBC a un programa propio? ¿Intentó la BBC privar a su audiencia de saber la verdad sobre este tema? Así parece y en ello radica un escándalo no menor: ya no pecar por la vieja e inadmisible cultura de tolerancia a los abusos sexuales de uno de sus periodistas más encumbrados, sino la falla ética en informar al público inglés sobre una noticia reveladora actual.
Sabemos de este penoso asunto por un documental publicado a inicios de octubre por la cadena competidora de la emisora pública, ITV. La propia BBC no hizo demasiado por informarnos al respecto y, aparentemente, sí hizo mucho por mantenernos en la ignorancia sobre estos graves hechos. Tal como su ídolo mediático de antaño ahora caído en desgracia, también el prestigio institucional de la BBC está cayendo en picada.
Hanan Ashrawi debe estar lamentando ello. Yo no.
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