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viernes 22 de noviembre de 2024

¿Al margen de la Comunidad Judía de México?

ELENA BIALOSTOCKY Y MAY SAMRA PARA ENLACE JUDÍO

En el tercer día del Congreso “100 Años de Vida Institucional Judía en México”, se presentó la mesa redonda “Experiencias Judías al Margen de la Institución”.

Rodolfo Stavenhaguen, en “Identidades, pertenecía y coherencia”, contó su historia. Nacido en Alemania, dentro de una familia judía, llegó a los 4 años con su familia a México huyendo de los nazis. En su familia se prendían a veces las velas de Janucá, de vez en cuanto iban al templo e hizo su Bar Mitzvá más por tradición que por religiosidad; al principio de su llegada, como muestra de pertenencia, su padre ayunaba en Yom Kipur; después dejó de hacerlo. Se casó en dos ocasiones fuera de la Comunidad y sus cuatro hijos profesan la fe católica.

Tomó la palabra la Dra. Sara Sefchovich, quien objetó el uso de las palabras “Al margen”:”Yo no me considero al margen aun cuando se me ha catalogado, como tal en varias ocasiones. ¿Qué quiere decir estar al margen?, ¿No participar en las instituciones y organizaciones comunitarias?, ¿No tener nada que ver con la comunidad? Son dos cosas, una estar completamente afuera y otra a estar pero no activamente. ¿Quiere decir no interesarse, de plano?¿ O interesarse y no participar? Siempre he sido parte de la comunidad en la forma en qué a mi me hace sentirme parte viva activa y participante de la comunidad“.

Cabe mencionar el papel importante que llevara a cabo, en su momento, los padres de Sara, tanto en el ámbito sionista como comunitario.

Esto es ha sido y será el judaísmo: siempre discutir, debatir, preguntarse quién es y quién no es, qué significa ser y dónde está la línea divisoria.

Les dejamos parte de la espléndida ponencia de Sara Sefchovich: ¿Por qué al margen?

” Y es que, debo decirlo, los que me invitaron hoy no son los únicos que me consideran al margen. Hace muchos años, cuando nació una revista hecha por jóvenes judíos de la comunidad, que se llamaba Odradek, me invitaron a presentarla y Esther Seligson que estaba en la mesa junto a mí, me dijo lo mismo y hasta me lo puso por escrito en la dedicatoria de un libro suyo. Decía algo así como “Para Sara que decidió estar fuera”. Y hace algunas semanas Silvia Cherem también me lo dijo: “Sé que tú te marginaste de la vida comunitaria”, me escribió en un correo electrónico. Sobra decir que en el lapso de tiempo entre uno y otro evento, unos cuarenta años, muchos más me lo dijeron o lo pensaron.

Y sin embargo, yo no me considero al margen, para nada.

… Dicho en otras palabras: me siento parte viva, activa y participante de la comunidad judía de México y del judaísmo, pues como Moisés Mendelsohn, crucé la puerta hacia el mundo de afuera, pero nunca la cerré, siempre fui y vine, salí y entré.

Y sin embargo, a lo largo de mi vida esta cuestión de quién está adentro y quién al margen y quién afuera ha sido una discusión que siempre ha estado vigente y que sin duda es muy judía porque eso lo han discutido muchos antes que nosotros, entre ellos nada menos que Walter Benjamin y Gershom Sholem, o el mismísimo Freud.

En mi juventud participé en un grupo que se preguntaba si éramos mexicanos judíos o judíos mexicanos y qué venía primero si la mexicanidad o la judeidad y recuerdo algunas respuestas a estas preguntas (y a otras parecidas) no de quienes nos las planteábamos, sino de quienes estaban fuera del grupo y que parecían no albergar dudas: por ejemplo, las de quienes nos recordaban que esto ya se había discutido en la Alemania de entreguerras cuando muchos judíos se empezaron a considerar “alemanes de religión mosáica” y que los nazis de todos modos mataron por igual a los judíos que se reconocían como tales que a los que no, a los que ni siquiera pensaban en este tema que a los de plano conversos.

En el otro extremo, estaban quienes decían que era posible y hasta necesario de plano abandonar el judaísmo y lo judío y sobre todo a la comunidad judeo-mexicana.

No faltaban los que consideraban que un judío que se planteaba estos asuntos era peor que un goy, porque no era cosa de andarle dando vueltas y cuestionamientos a aquello en lo que uno había nacido y había sido educado.

Lo que quiero decir cuando relato esa historia, es que esto ha sido, es y será el judaísmo: siempre discutir, siempre debatir, siempre preguntarse quién es y quién no es, qué significa ser judio y dónde está la línea divisoria con el no serlo. O con el estar adentro y el estar al margen y el estar afuera.

Y es precisamente en este punto que las preguntas se reiteran y repiten: ¿Cómo se determina esto? ¿por la mamá que te parió? ¿por el rabino que te validó? ¿por el marido con quien te casaste? ¿por la comunidad que te considera? ¿por los rituales que cumples? ¿por los temas que estudias?

No hay dos judíos que respondan de la misma manera a estas preguntas. Pero ellas nos llevan al centro y a la esencia de todo el problema: ¿se es judío porque se quiere o se siente o se desea serlo? O ¿se es judío porque los otros consideran que se lo es?

El tema pues, no pasa por la determinación que significa la herencia materna, por la decisión de un rabino, por el cumplimiento o no de las reglas y rituales (la Halajá que Yeshayahu Leibowitz colocaba en el centro de su concepto del ser judío) o por aquello a lo que uno se dedica en la vida. El tema pasa por la percepción, con todo el sentido filosófico que le dio Baruj Spinoza (y después de él gran parte del pensamiento moderno) de que no es posible conocer la realidad, sino solamente percibirla. No existe “la cosa en sí” sino solo “la cosa para nosotros”. Y esa siempre está mediada por los aspectos culturales y mentales que en cada momento histórico y en cada lugar geográfico marcan, delimitan y permiten ver, escuchar, aprehender, comprender (o al contrario, no hacerlo), y que establecen los horizontes posibles de significación.

Pero aún entendiendo esto, no es fácil tomar una decisión sobre el tema al que me refiero, porque ¿cuál es la percepción que cuenta? ¿la mía sobre mí o la de otros sobre mí?

Hemos llegado a un callejón sin salida, porque no hay respuesta para estas preguntas.

En una ocasión le preguntaron a Judith Bokser cuántos judíos había en Estados Unidos y no pudo dar una cifra definitiva, y lo explicó aludiendo precisamente a que existen esos criterios tan diversos para definirse como judío: el que tu te consideres, el que los otros te consideren, el que estés adentro o afuera o al margen de una comunidad organizada, el que participes o no en las instituciones, el que te interesen o no ciertos temas de estudio. Solo para mostrar la complejidad de este asunto, baste con decir que todos sabemos perfectamente cuántos mexicanos viven en ese país y cuántos de ellos son católicos. Para ellos son casillas que se llenan fácilmente en las encuestas. Para los judíos no.

Entonces, repito, ¿cuál es el criterio para considerar que alguien está al margen o adentro o afuera? Y ¿lo decide el indiciado o lo deciden otros? ¿y en base a qué?

Si lo decide el indicado, la cosa es fácil. Yo por ejemplo, ya lo dije, estoy dentro. Pero si lo deciden otros, la cosa se complica, pues por ejemplo algunos decidieron que estoy adentro y me incluyen en las antologías de escritoras judías, pero otros consideran que estoy al margen y me ponen en esta mesa. Afortunadamente todavía nadie decide que estoy afuera.

Y en base a qué se decide, eso sí no lo sé: no es la participación activa porque hay muchos de quienes no se dudaría que están adentro y que no participan. Tampoco son los temas que se estudian porque hay muchos que no estudian temas judíos y no se consideran al margen y al revés, hay muchos no judíos que estudian temas considerados judíos aunque no estén en la comunidad. Así que no llegamos a una respuesta.

Lo que sí puedo es decirles, es cuál constituye mi criterio para considerarme adentro: es una razón que les voy a dar contando una anécdota. Hace muchos años, cuando vino a México el Dalai Lama, líder espiritual del pueblo tibetano, acompañado por uno de los estudiosos más serios de budismo tibetano, muy reconocido en el mundo. Fui a escucharlo, tomé con el el curso completo que dio sobre el tema y el último día, conversando a la salida, le dije: “En su vida anterior, antes de convertirse al budismo, usted seguro era judío”. Se puso furioso conmigo y me espetó: “¿De dónde sacas eso?” A lo que respondí: “Por su modo de argumentar, que es típicamente de judío, típicamente talmúdico”. El hombre no lo pudo negar.

Ahora bien: ¿de dónde sabía yo eso? De leer y de escuchar. Los judíos argumentan, interpretan, discuten. Así lo hicieron Maimónides y Freud y Marx y Lukacs y Benjamin y Leibovitz y Henry-Levy y los intelectuales judíos mexicanos como Krauze y Boltvinik. Y así lo hacía mi padre también. Pues bien: allí me inserto yo. Eso es lo que me hace profundamente judía.

Dicho lo anterior, me falta agregar un elemento más para negar mi supuesta marginalidad: el que se refiere a mi tema de estudio.

Yo no estudio ni a los judíos, ni al judaísmo, ni a la comunidad judeo-mexicana, ni a Israel. Yo estudio a México: su cultura, su historia, su sociedad. Alguna vez uno de los profesores que traían de Israel al programa de Estudios Judaícos de la Universidad Iberoamericana, me preguntó por qué, habiendo tantos temas judíos para trabajar elegí ese. Mi respuesta fue en un doble sentido: primero, porque eso es lo que me interesa. Y segundo, porque estudiar a México, cuando los judios vivimos en México, es prioritario. No estamos aquí de prestado mientras nos vamos, como pensaban mis maestros de la secundaria, sobrevivientes del holocausto, sino que estamos aquí para quedarnos y por eso el tema no es marginal, es central. Lo es para los judíos y para lo judío y para la comunidad. Es una cuestión estratégica, si empleamos el concepto como lo hace Peter Hakim.

Pero también, me parece, lo es si lo pensamos en el sentido en que lo señaló alguien cuyo judaismo y pertenencia nunca han sido puestos en duda: Maimónides.

Él dice claramente que no hay contradicción entre los principios del judaísmo y los del conocimiento, pues “es el mismo Dios el que apela a nuestra razón para entender la ley rabínica y la naturaleza” y podemos agregar que la sociedad y la filosofía, porque, dijo el Rambam, “la fe y el pensamiento coinciden entre sí”.

Ahora bien: todo lo que he dicho hasta aquí todavía no sirve para resolver el asunto planteado de ¿Por qué al margen?

Y es así porque no hay forma de ponerse de acuerdo en la respuesta de lo que es el problema central: que yo puedo sentirme todo lo adentro que quiera pero que otros me consideran al margen.

Solo encuentro una posibilidad para salir de este cuello de botella: en su libro sobre Salvador Novo, Carlos Monsiváis plantea lo siguiente: en cada cultura, en cada sociedad, hay una manera de ser que es la que se considera la correcta y todas las que se salen de ese guión son cuestionadas.

Esto, dicho en términos de lo que estamos hablando, significa lo siguiente: ¿No será que la supuesta marginalidad tiene que ver con estar afuera de un modelo único conocido y aceptado de participación comunitaria o institucional?

En la respuesta a esta pregunta está la clave de la solución. Si consideramos que el modelo que existe es el que debe ser y que no hay ni puede haber otro, entonces seguiremos estando al margen los que la comunidad considera que estamos al margen. Pero si se abre la posibilidad de otro modelo, entonces podemos estar dentro.

Parece sencillo pero no lo es. Nada entre los judíos es sencillo. ¿Puede la comunidad ser capaz de aceptar un cambio de esta naturaleza? ¿Pueden sus instituciones que han funcionado de cierta manera (y que les ha funcionado muy bien) durante cien años aceptar que ahora podrían cambiar en un sentido de abrirse a otras formas de ser judío y de participar?

Esto no lo sé. No se si las instituciones comunitarias tienen disposición para abrirse a otras formas de pertenencia y de participación en las que tengamos cabida “otros”, pues como dice Pierre André Taguieff: “Hay en el mundo una aversión hacia lo otro, lo diferente, hacia lo “no yo”. En este sentido conviene no olvidar que la palabra Satán viene de la raíz hebrea “apartarse” y que el libro más célebre del Rambam se tradujo al español como Guía de los extraviados o de los descarriados, dos términos que no significan lo mismo pero tienen una connotación negativa, antes de llegar al término correcto que es perplejos, cuya significación filosófica es la siguiente: quien es perplejo o está perplejo no lo es por estar perdido o porque se desvió del camino correcto, sino porque decidió, como apuntó Maimónides: “Conocer las enseñanzas de la filosofía para reubicarse con respecto a la tradición de Israel”.

Para mí, este es el punto clave, esto es a donde quería llegar. Por supuesto no se si este cambio va a suceder o no, pues en todo caso la respuesta a esta pregunta no me corresponde darla a mi sino a la comunidad, esa que me (nos) considera al margen.

Pero por lo que a mi respecta, solo puedo repetir que no me siento ni me quiero al margen, que me siento y me quiero parte de. Y que si los otros consideran que no es así e insisten en calificarme como al margen, no lo acepto.

Y aquí termino, porque como le dijo Novo a Monsiváis: “No tengo que hablar en descargo porque no hay cargos en mi contra”.

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