Artículo de octubre de 2011
La religión, sin lugar a dudas, es un asunto de fe. Se puede creer o no, esa es facultad inherente a cada individuo. Nosotros, los judíos, debemos dar gracias a Dios, que nos otorgó la Torá y, también, el libre albedrío, lo cual nos hace libres.
Por ello, se nos permite analizar y estudiar lo que este texto sagrado nos enseña. Sólo a través de su estudio, se puede llegar a entender en profundidad esta revelación ya que muchas veces nos encontramos con cosas que no podemos dar una explicación válida y, estoy seguro, eso no se debe a una equivocación del mensaje transmitido, sino que a nuestras limitaciones humanas, las cuales, nos obligan a un estudio más profundo, si es que queremos llegar al meollo de lo expuesto.
El judaísmo, sin lugar a dudas, no es un asunto exclusivo de fe. Se sustenta en un concepto único, llamado Emuná, a veces traducido erróneamente como Fe que en realidad es la seguridad que nos da el hecho cierto de haber recibido la Torá directamente de Dios, por intermedio de Moisés, teniendo por testigo a todo el pueblo de Israel, acontecimiento único en la historia de la humanidad, habiendo sido retransmitido de generación en generación, desde aquellos lejanos tiempos, hasta la actualidad, pasando a ser la única “fe” como una revelación popular, justamente para que no se dude de su veracidad, con el devenir del tiempo.
Quiero ser muy enfático en aclarar que el desarrollo o interpretación que haré a continuación, representa única y exclusivamente, mi propio pensamiento y es el fruto de una búsqueda de muchos años, preguntándome como puede existir una discrepancia tan abismante, entre lo que nos dice la Torá y los descubrimientos arqueológicos, astronómicos y de todas las ciencias que se abocan al tema de la “Creación del Mundo”.
Hoy, estoy en condiciones de afirmar que, realmente, no son contradictorias ambas enseñanzas. Sólo se trata de saber interpretar y eso es lo que estoy tratando de hacer, a partir de éste instante:
Se inicia la Torá con Génesis y su primera Parashá, Bereshit, en el capítulo I versículo 1, nos dice “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 2.- Y la tierra estaba vana y vacía, y había oscuridad sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se cernía sobre la Faz de las aguas. 3.- Y dijo Dios: Haya luz y hubo luz. 4.- Y vio Dios la luz, que era buena; y separó Dios la luz de la oscuridad. 5.- Y llamó Dios a la luz, día, y a la oscuridad llamó noche. Y fue tarde y fue mañana: día uno”
He aquí el relato del primer día de la creación del mundo. Sabemos por los adelantos de las distintas ciencias que tiene el hombre para estudiar el pasado, que el mundo, nuestro mundo, existe hace millones de años. Tenemos muy claro que la evolución en la creación del universo, cuya magnitud aun nos es desconocida, es a partir del fenómeno conocido como “el Big Bang” o “gran explosión”
¿Quiere decir esto, que el relato recién leído está equivocado? Para los que creemos en Dios, esta posibilidad no cabe, motivo por el cual, haciendo uso del libre albedrío ya mencionado, me di a la tarea de estudiar esta aparente contradicción y, finalmente, llegué a la siguiente conclusión: Durante los cinco primeros días de la creación, la especie humana no existía. Eso quiere decir que la Torá no nos está hablando en nuestra dimensión de tiempo. Incluso, muchos estudiosos de la cábala, hablan de etapas o períodos en vez de días. De acuerdo a esta tradición, un minuto de Dios, son mil años del hombre.
Si este principio es válido, cada uno de los cinco días de la creación del mundo y previo a la aparición de la especie humana, al ser un minuto de Dios, mil años nuestros, una hora divina, equivaldría a 60 mil años, lo que nos lleva a que cada uno de estos días bíblicos, representan un millón cuatrocientos cuarenta mil años terrenales, lo que nos llevaría a siete millones doscientos mil años, desde el inicio del universo, a la aparición de la especie humana. Nótese que no estoy mencionando “al hombre” y eso ya lo veremos más adelante.
Es oportuno pensar en la gran explosión, anteriormente mencionada, por lo que paso a relatar uno de los orígenes de la creación del universo, de acuerdo a la idea expuesta por el místico cabalista Yehudá Fedaya, en su libro “Minjat Yehudá”
Es la teoría llamada “El Pan de la Vergüenza”. El hombre cuando nace, viene siempre con sus manitos empuñadas. El bebé, tan pronto sale del vientre de su madre, trae la idea preconcebida del egoísmo, en que cree y espera que todo deba ser para él. Al momento de morir, salvo que sea por un accidente traumático, lo hará con las manos estiradas, ya que comprenderá que, por mucho que haya logrado acumular en su vida, al momento supremo, todo lo material queda aquí y, a partir de ese instante, carecerá absolutamente de valor para él.
Igual, acontece con los elementos. Dios, cuando crea el mundo, su energía se concentra en una vasija, que posteriormente, dará origen a las Zefirot, o atributos de Dios.
Esta vasija, va recibiendo desde el momento mismo de su creación, la energía que emana de Dios. Llegado el momento en que copa su capacidad de absorción y acumulación, su ambición, la lleva a continuar absorbiendo y acumulando dichas emanaciones energéticas, hasta que termina por explotar, dando origen al Big Bang o la expansión del universo en que aun en la actualidad, transcurridos tantos millones de años, se sigue expandiendo.
A partir del segundo día y hasta el quinto, podemos leer en la Torá, como el universo se va expandiendo y evolucionando, al crear Dios las luminarias y las estrellas, en el Universo, así como los peces y los distintos animales, tanto
los que pueblan la tierra como los mares, sobre la superficie de nuestro planeta.
Por razones de tiempo y por ser fácil su lectura, saltaremos al sexto día, en que dice lo siguiente:
Este día, se inicia en el versículo 24, “Y dijo Dios, Produzca la tierra ser viviente, según su especie, cuadrúpedo y reptil y animal de la tierra según su especie; y fue así”
En el versículo 26.- leemos “Y dijo Dios: Hagamos un hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y que señoree en los peces del mar, y en las aves de los cielos, y en los animales, y en toda la tierra, y en todo reptil que anda arrastrándose sobre la tierra. 27.- Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó. 28.- Y les bendijo Dios; y les dijo Dios: Fructificad y multiplicad y henchid la tierra, y sojuzgadla…..terminando este primer capítulo, con el versículo 31.- “Y vio Dios todo lo que hizo, y he aquí que era bueno en gran manera; y fue tarde y fue mañana: día sexto”
Con estas palabras, estamos terminando el capítulo I de Génesis y, aparte de añadir un millón cuatrocientos cuarenta mil años adicionales, por el sexto día, analizaremos los versículos 26 y 27.
Desde luego, aquí no se menciona el paraíso ni se habla de “espíritu divino”. Simplemente, se creó al hombre y la mujer, simultáneamente y con la misión de “señorear, fructificar y multiplicarse” sobre el resto de las especies animales que poblaban la tierra. De acuerdo a mi criterio, este es el hombre que fue evolucionando, tal como nos lo enseña la antropología en el estudio del desarrollo de la humanidad a través de miles de años.
La Torá nos indica que en un mismo día, creó Dios a las distintas especies animales y al hombre y la mujer. Si a los primeros los conformó al inicio del día y a los últimos, al finalizar, tendremos la posibilidad de más de un millón de años de diferencia, tal como nos lo indica la ciencia.
Al adentrarnos en el estudio del segundo capítulo, lo primero que leemos es el descanso del séptimo día, junto a otro millón cuatrocientos cuarenta mil años más y, a continuación, un recuento de lo ya realizado, entre los versículos 4 y 6. ¿Cuántos días divinos o milenios terrenales transcurren entre dichos versículos?
Sabemos que la Torá no es un texto histórico, aun cuando todo lo que encontramos en su contenido, es histórico. También, tenemos muy claro que su relato no es exactamente cronológico, por lo que lo descrito no tiene por que ser lo acontecido el día previo a lo dicho en el próximo versículo. Si nos encontramos con la relación ya mencionada, perfectamente pueden haber transcurrido millones de años, dándole tiempo a los hombres creados en el capítulo 1, para completar su evolución y, de esta manera, llegamos a lo que más nos interesa en este estudio, el versículo 7.
Efectivamente, es aquí donde se inicia la descripción que ha quedado gravado en nuestra mente, al hablarnos de la creación de este nuevo “hombre” al decirnos: “Y formó pues el Eterno Dios al hombre, del polvo de la tierra, y sopló en las ventanas de su nariz aliento de vida; y fue el hombre ser viviente”
Aquí se inicia el relato de la creación del Jardín del Edén o Paraíso terrenal, de Adán y la posterior creación de Eva, sacada de una costilla de éste y, lo más importante, como al crear a Adán, le insufla “su aliento de vida” y esa es la gran diferencia con el hombre y mujer que creó en el primer capítulo, que
pasa a ser la creación de la especie humana que evoluciona.
En contra posición a esto, Adán y Eva, son la creación divina que ha de poseer el don de la divinidad, no porque ellos sean divinos en si mismo, sino que poseen Su hálito y su condición especial y ya no evolutiva, pero si, con la facultad de
progresar, innovar y evolucionar, no como especie, sino que en cuanto a su progreso, dotado de esa inteligencia que le ha permitido escalar hasta llegar a un nivel de civilización como es lo que impera en nuestros días.
En la Torá, en ningún momento se menciona cuanto tiempo transcurre entre la creación del mundo, incluidos los hombres “macho y hembra los creó” y la aparición de Adán y Eva, dotados de esas facultades inherentes, que posiblemente, podríamos definir “con espiritualidad y conciencia de su papel y su subordinación a la voluntad divina”.
Su estadía en el Paraíso, que puede haber durado un día o millones de años, ya que no se menciona, es su adecuación y preparación, para que, llegado el momento de su expulsión, por haber comido del árbol del bien y el mal, pueda convivir con la especie humana que ya habiendo evolucionado, se integrará a ellos como un solo todo.
Refuerza esta idea el que, luego de salir del Paraíso, Adán y Eva se encuentran con sus semejantes.
Por si a alguien le cabe alguna duda, recordemos que cuando Caín mata a su hermano Abel, Dios marca al primero para que adonde quiera que él vaya, sus semejantes no lo dañen. Génesis IV v 14 y 15 ya que en el v 16, nos dice “Y salió Caín de la presencia del Eterno y habitó la tierra de Nod, al oriente del Edén. 17.- Y conoció Caín a su mujer y ella concibió, y dio a luz a Enoj….”Aquí, tenemos la primera mención que nos hace la Torá de otro lugar habitado y de otro ser humano (la mujer), lo que, de acuerdo a mi criterio, está corroborando mi idea anteriormente expuesta.
No sé ustedes, pero yo, luego de llegar a esta conclusión, quedo tranquilo al convencerme que nuevamente, lo leído en la Torá, no se contrapone con la ciencia.
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