LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO
Contrastes en el Medio Oriente
En nuestras andanzas de luna de miel por Israel paseamos con un sol ardiente por la Fortaleza de Mazada, el Mar Muerto y Eilat. ¡Qué vistas tan extraordinarias del desierto!
La experiencia única de bañarse en el Mar Muerto y la transparencia y riqueza submarina del Mar Rojo. ¡Inolvidable el mercado de camellos en la entonces pequeña ciudad de Beersheva!
Tuve la oportunidad de visitar en Israel a Dory, la hermana mayor de mi primera esposa, a quien no veía desde hace 15 años, ella se estableció en Israel en 1963, después de la trágica muerte de sus padres.
Hoy día tendrá entre 78 y 80 años, reside en una pensión para gente mayor cerca de Tel Aviv, tuve contacto permanente con ella hasta hace ocho años, empero, se suspendió porque su estado de salud no ha sido muy bueno. Su primo Iyo, de quien hablé en la Crónica pasada, está al tanto de su bienestar.
Un incidente, que ahora me parece chusco y que fue sumamente emocionante, se refiere a nuestro intento de cruzar de Jerusalén a Amman, Jordania. Mi amigo Juan José, director de una agencia de viajes internacional, me había indicado, que no obstante que no existían relaciones diplomáticas entre Israel y Jordania en aquel entonces, 1978, en el cruce fronterizo se podía obtener un permiso especial para acceder al país.
Con la recomendación de un profesional en materia turística, Juan José, mi esposa y yo, salimos un viernes en la tarde de Jerusalén rumbo a Amman para de ahí ir a Petra; pasamos migración de Israel y abordamos, en “tierra de nadie”, un destartalado camioncito en el que viajaban solo árabes que estaban sorprendidos por nuestra presencia en el mismo y nos miraban con recelo.
Después de un breve trayecto, quizá de 10 minutos, el vehículo se detuvo, subió un soldado jordano, revisó los documentos de los pasajeros, los nuestros los vio al final ya que estábamos en la parte posterior. Sin mediar palabra alguna, tomó nuestras maletas y ante nuestra sorpresa, las arrojó fuera del camioncito; nos ordenó bruscamente que bajáramos del mismo y dijo al conductor que prosiguiera su ruta sin nosotros.
Le pregunté, tembloroso, si algo no estaba correcto; me contestó en inglés, en mal tono, diciendo que todo estaba mal. Tomó las maletas y dijo que lo siguiéramos, dirigiéndose a la línea fronteriza donde estaba apostado un soldado Israelí; aventó las maletas al lado israelí y se puso a discutir en árabe con el soldado. El diálogo entre ambos, más bien, el enfrentamiento, duro media hora o más y nuestras maletas volaban de la frontera de Jordania a la de Israel y viceversa.
Empezaba a oscurecer y le explicaba en inglés al soldado israelí que habíamos salido de Israel rumbo a Jordania, empero, no nos dejaron entrar. El soldado contestó que no era su problema; traté vanamente de explicarle lo que sucedía, hasta que perdí la paciencia y en hebreo, que en aquel entonces hablaba fluidamente, le expliqué que era judío y que por favor llamara a su superior. Después de un rato, que a nosotros nos pareció largo, llegaron varios oficiales en un jeep; volví a comentarles nuestra historia, ellos, de manera amable, nos pidieron una disculpa por las molestias y nos regresaron a Jerusalén. En la aduana de Israel no nos revisaron las maletas, ni a nosotros; en contraposición, los árabes procedentes de Jordania que ingresaban a Israel, eran minuciosamente inspeccionados.
Regresamos a la casa de mi primo Iyo a Tel Aviv y celebramos alegremente que nuestro frustrado ingreso a Jordania no terminara en una complicación mayor.
El viaje a Petra lo he planeado desde 1958, año en que por primera vez estuve por un largo periodo en Israel estudiando. Espero tener la capacidad física y económica para poder visitar Petra en el futuro próximo.
A los pocos días continuamos nuestro periplo por Egipto; tuvimos que volar primero a Grecia y de ahí al Cairo. Las relaciones entre Israel y Egipto estaban en ciernes; la llegada al aeropuerto del Cairo fue impactante. Era viejo y sucio; afortunadamente no tuvimos que ser vacunados ahí contra diferentes epidemias que existían en ese país en virtud de que las vacunas nos las habían aplicado en México. La enfermería del aeropuerto, en donde ponían las vacunas, era a todas luces insalubre.
A la salida del aeropuerto, al igual que a nuestro arribo a Estambul tres semanas antes, nos dieron la noticia de que el hotel en el que teníamos reservaciones estaba en huelga. El chofer del transporte turístico que nos esperaba en el Cairo, nos llevó por dos o tres horas a buscar alojamiento, sin embargo, no lo encontramos en ningún hotel de calidad turística.
Finalmente, fuimos a parar a un maltrecho hotel en el que había pocas habitaciones disponibles. Cenamos en el comedor del mismo; estábamos advertidos de no comer verduras o frutas naturales y solo tomar agua embotellada, inclusive, la utilizábamos para lavarnos los dientes.
Durante nuestra permanencia en Egipto bajamos de peso por los cuidados que teníamos en apenas comer algunos productos. Después de cenar, salimos a caminar por las calles pavimentadas a medias y con poca luz; entramos a un café, ya estando adentro, advertimos que solo concurrían hombres. Nos sentamos ante la mirada incrédula de los comensales; cabe aclarar que nunca en nuestra estancia en ese país fuimos molestados; los prestadores de servicios con los que tuvimos relación siempre fueron amables.
En la noche, cuando regresamos a nuestra habitación, enfrentamos el dilema de dormir en la cama cubierta por sabanas percudidas y con un colchón irregular, o en el suelo; optamos por la cama. Abrimos la ventana para que entrara un poco de aire fresco ya que el calor en la habitación era insoportable; enfrente de nosotros, casi en nuestras narices, nos observaba una persona vestida a la usanza árabe. Igualmente, penetraba un fétido olor de la ciudad, de manera que decidimos cerrar la ventana y dormir abochornados por el intenso calor.
En el Cairo fuimos al Museo Nacional, impresionante por su monumental riqueza arqueológica, lo que hacía olvidar el polvo que se aspiraba en todas sus salas. También estuvimos en las pirámides, las cuales, desde esa época, ya estaban rodeadas por las construcciones habitacionales de la ciudad. Su belleza nos causó un gran asombro, no es fácil entender cómo fueron edificadas.
Nuestro guía local era un anciano que nos condujo al interior de una de las pirámides, subiendo numerosas escaleras en medio de un calor sofocante; por su avanzada edad, pensamos que se desplomaría en cualquier momento, víctima de un ataque cardiaco; sin embargo no sucedió. La necesidad de sobrevivencia impulsa a la gente a vivir situaciones difíciles en la que arriesgan su vida. Nos tomamos la tradicional foto subidos a un camello, por cierto, escuálido y roñoso, teniendo de fondo las pirámides.
El tour incluía un almuerzo en un restaurante campestre cercano a ellas; lo rústico de las instalaciones, la calidad y cantidad de los alimentos, no podía compararse ni remotamente con los que se servían en el restaurante turístico de mi amigo Ramón, próximo a las pirámides de Teotihuacán.
El Cairo es una ciudad mágica a pesar de la pobreza existente, del intenso tránsito y el mal olor que flota en el aire, que en buen parte proviene de la basura que contiene el legendario Rio Nilo. Al tercer día me dirigí a la aerolínea nacional para adquirir los boletos de avión para visitar el Valle de los Reyes y Luxor. A las puertas de la oficina de la aerolínea, la gente se arremolinaba de forma atropellada para comprar sus boletos; de repente vino la policía y a garrotazo limpio impuso orden para que se formaran.
El vuelo a Luxor fue toda una experiencia; primero, en el acceso al avión, me detectaron un navaja que inocentemente llevaba para cortar frutas. El escándalo que por este motivo hicieron los guardias pensé que terminaría en un “juicio sumario”; finalmente tomaron la navaja y me la dieron a nuestra llegada al aeropuerto de Luxor.
Los respaldos del avión estaban sucios y los baños no tenían agua; afortunadamente el vuelo fue corto.
En Luxor fuimos instalados en un hotel nuevo en el que los cuartos contaban con terrazas con vista al desértico Valle de los Reyes. La visita a los sitios arqueológicos de la zona fue algo indescriptible; no podía imaginar cómo construyeron figuras gigantes de piedra de una sola pieza.
La experiencia de dos días en Luxor fue imborrable, como lo fue la pobreza que percibimos en Egipto, la cual no se pudo apartar de nuestra mente por meses. Salimos de Egipto con una sensación ambivalente: de grandeza de un pueblo antiguo y del sufrimiento que por siglos han vivido los egipcios y que recientemente quedó de manifiesto en la llamada Primavera Árabe; revueltas sociales que han experimentado varias naciones del Medio Oriente y África del Norte.
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