Gobierno convencional para no cambiar nada

SAMUEL SCHMIDT

Me salta a la vista un criterio de gobierno de Enrique Peña que es un despropósito evidente. La Secretaría de Gobernación tendrá entre sus atribuciones la reparación del tejido social. Una vez más los políticos culpan a la sociedad de los males del sistema. Hoy para ellos el tejido social está deteriorado y hay que repararlo, suponiendo –aunque es incorrecto- que esto es así, la primera pregunta es, ¿qué provocó ese deterioro? para entonces corregir las causas no los efectos. Si una infección disparó la fiebre se buscará reducir la fiebre mientras se ataca con firmeza la causa de la infección, los políticos mexicanos atienden la fiebre ignorando la infección. Porque ellos son la infección.

Encontramos muchos esfuerzos para darle viabilidad al capitalismo salvaje, enfrentando sus resultados: una pobreza inmensa que frena la creación del mercado nacional y las capacidades de construir una economía robusta y se convierte en un medio que provee mano de obra barata migrante para los intereses de Estados Unidos y para el sicariato que le permite al crimen organizado avanzar con paso firme y resuelto para controlar el país. Los pobres no tienen alma criminal, la ausencia de oportunidades lanza a muchos a aventuras ilegales como último recurso. En las calles se ve a pordioseras con sus hijos, son pocos los casos de hombres en esas tareas, estos han migrado, han sido tragados por el crimen o son carne de cañón del capitalismo depredador que los tienen sumergidos en empleos mal remunerados o trabajando un campo poco productivo.

La pobreza extrema y las pocas oportunidades es la fiebre, el capitalismo salvaje y un modelo económico inoperante en términos sociales es la infección, pero este nuevo gobierno se queda en el asistencialismo puro y duro. Con tal de no tocar a la clase social dominante, prefiere atender fiscalmente los resultados de la depredación.

Así las piezas caen en el rompecabezas. Se implanta una reforma laboral que extenderá la caída del salario real que viene desde 1975 y debilitara a los sindicatos, se consolida el corporativismo para encapsular bajo el manto del PRI a los viejos liderazgos corruptos, se amplía la cobertura del asistencialismo puro y duro, y para los resquicios se refuerza la capacidad de represión.

Las propuestas de reforma administrativa de Peña Nieto son más de lo mismo que hemos visto en los últimos 30 años cuando el neoliberalismo se instaló en el país. La prioridad de ese modelo era reconcentrar la riqueza, facilitar el desarrollo de los intereses monopólicos y de aquellos ligados a la economía internacional, asegurándoles estabilidad financiera y macroeconómica, de tal manera que las grandes empresas tengan certidumbre monetaria. Los neoliberales son más papistas que el Papa, y se han negado a reconocer que el modelo no funciona. La economía mexicana se derrumbó cinco lugares a nivel mundial en 12 años, con todo y precios elevadísimos del petróleo, la competitividad bajó, los ricos se hicieron más ricos fortaleciendo la monopolización doméstica y los pobres se hicieron más pobres y se pulverizó la clase media.

La paradoja es que aunque la mayoría de la sociedad votó en contra de los causantes del desastre, estos regresan diciéndonos que van a corregir lo que salió mal, van a experimentar con nosotros una vez más. Pero dudo que en éstos doce años hayan aprendido nuevos enfoques para gobernar creando, un poco aunque sea, de justicia social.

El modelo requería someter a las grandes masas sociales, es por eso que el sistema autoritario permanece sin tocarse, mientras se experimenta con medidas represivas. La prueba de fuego de Peña fue Atenco y mostró que no le cuesta el menor trabajo propiciar violaciones masivas de los derechos humanos a cambio de lograr orden.

Vuelve la máxima porfirista, “La paz a todo trance, cueste lo que cueste”.

En lo político para esto funcionó el PRIAN como una gran coalición que se aseguró de consolidar el giro a la derecha y el despojo de los derechos sociales (tal vez su primer golpe de gracia fue terminar con la histórica reforma agraria con Salinas); y por eso se entiende un linchamiento feroz contra las opciones de izquierda, cuya llegada al poder hubiera reformulado el modelo económico. El premio fue socializar la corrupción, y así van de la mano como siameses los prianistas que tendrán otros seis años para gozar del botín. Para evitar más de lo mismo hay que recomponer el tejido político, está podrido en lo más profundo. Este convencionalismo es inmovilista. El gatopardo cabalga sin freno, hay que reformar todo para no cambiar nada.

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