AGUSTÍN CONDE/LA RAZÓN.ES
La primera Intifada estalló a finales del año 1987 como un movimiento de revuelta que inicialmente consistía en el lanzamiento de piedras por parte de los palestinos contra la Policía y el Ejército israelíes. Desde 1993 experimentó una escalada preocupante cuando Hamas decidió pasar de la insurgencia al terrorismo. Hamas nació como una organización político-religiosa (en el mundo musulmán es difícil separar claramente ambas cosas), fundada en 1987 por el jeque Ahmed Yasin, que pronto se dotó de un brazo armado denominado Brigadas de Ezzeldin Al Qassam. Se les atribuye ser los inventores de los chalecos bomba, ideados por Llajya Allach, alias «el ingeniero», con los que han asesinado a más de mil personas en trescientos cincuenta ataques desde el primero del que se tiene noticia, el 16 de abril de 1993.
Como consecuencia de los Acuerdos de Oslo de 1993, Israel reconoció una cierta autonomía a los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza; los judíos se retiraron de esas dos zonas y dejaron en manos de la OLP el control de ambas. A partir de entonces, los terroristas de Hamas podían preparar con más tranquilidad sus atentados, fuera ya de la vigilancia de las autoridades judías. A Israel no le quedó otro remedio que construir una valla de separación entre su territorio y el de los palestinos tanto en Gaza como en Cisjordania, habilitando unos pasos fronterizos por los que todos los días miles de árabes penetran en territorio israelí a trabajar o a otros propósitos lícitos, pero no lo hacen los que tenían la fea tendencia a llenarse los bolsillos con dinamita para hacerse explotar dentro de un autobús urbano. El muro no es lo más grandioso que han hecho los israelíes, pero les permite vivir tal y como nos gusta hacerlo a los occidentales, sin el temor a que nadie nos mate por rezar de otra manera o por no querer hacerlo en absoluto.
En 2006, los palestinos, en vez de acometer la tediosa y dura tarea de labrarse su propio destino, decidieron empezar a matarse entre ellos. A resultas de las elecciones de ese año, comenzó una sangrienta guerra civil entre Hamas y Al Fatah. Hamas asumió el completo control de la franja de Gaza expulsando de allí a los palestinos leales al presidente de la Autoridad Nacional Palestina que dejaron vivos. Como Hamas ya no tenía tan fácil mandar terroristas suicidas a Israel, tuvieron que ingeniarse un nuevo procedimiento para seguir matando: los cohetes, que bautizaron con el nombre de su milicia. Los cohetes «Qassam» son extraordinariamente rudimentarios, pero muy efectivos. Se construyen aprovechando un tubo metálico, generalmente una tubería de las utilizadas para el riego agrícola, a la que se sueldan en la parte posterior unas aletas hechas con chapa; se rellena el tubo con combustible sólido y se le pone una cabeza explosiva tipo explosivo plástico con una espoleta que se active al golpear el suelo.
Literalmente esos cohetes se pueden fabricar en un taller doméstico, son muy baratos y no requieren especiales conocimientos técnicos. Una vez fabricado el cohete, el terrorista se sube a una terraza, lo apunta y le da fuego. Los «Qassam» empezaron teniendo una longitud de cincuenta centímetros y ya los hacen de dos metros de largo con capacidad de lanzar hasta veinte kilos de explosivo. Gracias a la ayuda de Irán, Hamas cuenta también con cohetes «Grad» y «Katiusha» de fabricación rusa, que alcanzan los cuarenta kilómetros.Las poblaciones próximas a Gaza viven aterrorizadas esperando que a cualquier hora del día o de la noche comience esa lluvia de muerte con la que Hamas obsequia a sus vecinos judíos.
He tenido ocasión de visitar Sderot, una ciudad de 20.000 habitantes situada a unos pocos kilómetros de Gaza. Allí han caído de media tres cohetes diarios desde el año 2007. Los habitantes de Sderot, como los de otros muchos lugares, viven en el terror, muy particularmente los niños, que ni siquiera se atreven a salir a jugar a la calle. Gracias a la ayuda americana han construido una especie de salón de juegos con columpios y otros entretenimientos. El salón es en realidad un búnker con un techo y unas paredes de un metro de grosor y de hormigón. También han convertido en un búnker el tejado de las escuelas, y practican asiduamente ejercicios de evacuación y rescate.
En lo que va del año se han lanzado desde Gaza casi mil cohetes que cada vez llegan más lejos. Ya alcanzan los alrededores de las ciudades de Tel Aviv y de Jerusalén. Es imposible que Hamas no sepa lo que pasa en el territorio gobernado por ellos. En realidad lo sabe muy bien, porque son ellos los que lo inventaron y los que lo acometen. Para evitar que los judíos les manden un misil, suelen lanzar sus cohetes desde el tejado de escuelas y otros edificios habitados, usando así a su propia población como escudos humanos. Lo más sorprendente es que no hemos visto a nadie manifestándose en las calles de las ciudades de Occidente exigiendo a Hamas que deje de matar judíos. Las televisiones no suelen retransmitir imágenes de esos ataques. Debe de ser que atentar contra los judíos es algo natural y no noticioso.
Después de cuatro años de constantes bombardeos de cohetes, a Israel se le ha acabado la paciencia. No están dispuestos a que jueguen al tiro al blanco con ellos sin hacer nada, y en efecto están lanzando ataques lo más selectivo posible contra los autores de esos bombardeos. Todos deploramos las muertes asociadas a los ataques de respuesta, pero hay una solución sencilla, inmediata y clara: si Hamas cesa en el lanzamiento de cohetes, Israel dejará de responder. Todo el que conozca algo la mentalidad actual de los israelíes sabe que nunca jamás nadie volverá a matar judíos sin que éstos hagan algo por evitarlo. Y a mí me parece que hacen bien y están en su derecho de defenderse.
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