Juntos venceremos
domingo 22 de diciembre de 2024

Un argumento todopoderoso: A Amos Oz tal vez no le importe Dios, pero es un devoto de las palabras, el debate y las bromas.

THE INDEPENDENT / TRADUCCIÓN POR TERESA PADRÓN

Si Amos Oz hubiera ayudado a Israel a conducir su política con la misma introspección, la misma empatía y la misma sabiduría que ha puesto en su literatura durante los últimos 45 años, entonces el Medio Oriente sería hoy un territorio de paz, de ironía y de bromas. “Varias veces me abordaron personas que querían que me postulara para algún cargo”, cuenta. Por decir lo menos: Shimon Peres, el ex líder del partido laborista y actual presidente Israelí, alguna vez dijo a los medios que Amos Oz podía ser su sucesor, aunque el autor se cambió al partido Meretz, de izquierda. “Pero yo creo que sería un muy mal político. Soy incapaz de pronunciar la frase sin comentarios. Además, ¿quién escribiría mis libros?”

Oz, cronista de las transformaciones internas y externas de su país con una imaginación inigualable, comenzó a escribir desde su juventud, a mediados de los sesenta, cuando era miembro de un kibutz. Desde entonces ha logrado separar inteligente y valientemente sus posturas políticas de la literatura. Ambas líneas corren paralelas. Jamás convergen. “Trato de no mezclarlas. Cuando escribo una historia trato de no dar una opinión, de no tomar una postura. Una historia es un fin en sí mismo. Al mismo tiempo, durante toda mi vida adulta he estado involucrado con la política e incluso un poco ates de ser adulto”.

La certeza, tal vez incluso la profecía, se posiciona como un mal necesario que la Historia ha decretado. Amos Oz, de 73 años, sentado en el salón de juntas de su editor en Londres, habla con una precisión exquisita y lacónica acerca de lugares y de épocas sangrientos y crueles. Dice “Desearía que llegara el tiempo en que la gente leyera mi trabajo (mis novelas y mis historias) sin preguntarse ‘¿Israel es un país bueno o malo?’ ‘¿Israel tiene derecho a existir o debe morir?’ De verdad desearía que legara ese momento. De hecho, al menos para mi, el sueño sionista se cumplirá cuando Israel deje de ser nombrada de una vez por todas en los encabezados de los periódicos y pase a ocupar in sitio privilegiado en los suplementos literarios, musicales o de jardinería. Ese sería el gran día.”

Uno de los frutos de su compromiso político lo componen varios ensayos acerca del camino de la violencia, recientemente vueltos a publicar bajo el título de “Cómo curar a un fanático”. Oz, uno de los fundadores del movimiento Paz ahora, permanece firme en su compromiso con la “solución de los dos estados”, es decir, un Israel y una Palestina igualmente independientes y mutuamente respetuosos. Hoy en día, esa propuesta, que fue su respuesta al trágico choque que dividió a la derecha en su país, es vista por muchos como “mercancía defectuosa”. Dice Oz, “sólo considera la otra alternativa. La solución de un solo estado no es ninguna opción viable porque sería una idea desquiciada el tratar de meter en el tálamo nupcial a dos enemigos mortales que han estado peleándose por más de 100 años.” Su slogan personal favorito es “Hagamos la Paz, no el Amor”.

Pero, ¿qué tan apropiado es este desprendimiento? Quiero mencionar algo. Cuando estuve en Jerusalén en mayo, para el festival en honor al escritor en esa ciudad, Fui a Ramalá, para visitar al escritor palestino Raja Shehadé. Me llevó a pasear por as colinas para mostrarme el apretado tejido de los nuevos asentamientos israelíes que proliferan por toda Judea. Pero la respuesta de Oz deja ver su postura radical: esos colonos judíos deben volverse ciudadanos de Palestina. “Siempre habrá una minoría árabe en el estado de Israel. Puede haber también una minoría judía en el estado Palestino. No es el fin del mundo, mientras ambas naciones tengan el mismo derecho a la autodeterminación y sean capaces de desarrollar una buena relación de vecinos.”

Una cercanía libre de conflictos, en vez de una cómoda familiaridad: una armonía tan limitada muchas veces se percibe como un duro llamado a los personajes divididos y auto divididos de la literatura de Oz, ni se diga a los pueblos conflictivos que comparten la tierra. Ya desde sus primeras obras como Mi Mijael y en novelas icónicas como El mismo mar, el escritor nacido en Jerusalén ha expuesto los interminables obstáculos y rodeos en el mapa de viaje hacia la paz, ya sea a través de una aldea, un matrimonio, una familia o de la mente humana. Para su gente, poner orden en su propia casa es siempre una tarea épica, heroica. Amos Oz dice “Soy un escritor provinciano. Me gusta escribir de lugares provincianos. Incluso, a veces pienso que casi toda la gran literatura es provinciana”. Cita a Chéjov, Faulkner, y a García Márquez. Todos ellos extrajeron grandes historias a partir de pequeños pedazos de tierra. Igual que Oz.

Amos Klausner (su verdadero nombre) nació en Jerusalén en 1939 (“Oz” significa “fuerza” en hebreo), de padre polaco y madre lituana, ambos trágicamente vulnerables a todos los sueños y miserias de los inmigrantes idealistas. Después de una infancia tumultuosa en Jerusalén, la cual se narra en su gran autobiografía Una historia de amor y oscuridad, la cual culmina con el terrible desenlace del suicidio de su madre, se muda, en su adolescencia, al kibutz Hulda, para ayudar a construir el sueño socialista del sionismo. “un kibutz es una aldea muy pequeña, pero es un microcosmos. Aprendí mucho más dela naturaleza humana durante los treinta años que pasé en el kibutz que lo que hubiese aprendido si hubiera viajado 10 veces alrededor del mundo…llegué a conocer todos los secretos, todos los rumores íntimos. Para un escritor, eso es una mina de oro.”

Amos oz es también poseedor del tesoro de su lenguaje: el hebreo moderno, al cual él mismo ha contribuido a dar forma. “El hebreo es mi amor; es mi instrumento musical.” Entre ellos, sus padres “hablaban ruso y polaco. Leían alemán, francés e inglés para cultivarse. Soñaban en Yiddish. Pero conmigo solo hablaban hebreo, no por chauvinismo, sino por que en los años cuarenta mis padres temían que si yo aprendía incluso un solo idioma europeo, podría caer bajo el embrujo de los mortales encantos de Europa e irme allá y hallar la muerte”.

Cualquiera que hubiesen sido sus “oscuras” razones, Oz tiene un afecto especial por su lengua vieja y nueva ala vez. “Una lengua que había permanecido casi tan inerte cono el griego o el latín antiguos, es rescatada. Hace 60 años, en mi niñez, la hablábamos menos de medio millón de personas. ¡Hoy día se habla ente más de 10 millones! La gente que hoy habla el lenguaje de la Biblia viaje en jets, hace operaciones a corazón abierto, lanza satélites al espacio.” Olvídense de hacer que el desierto florezca. Un autor que escribe en hebreo hace florecer una lengua antigua. “El hebreo moderno tiene mucho en común con el Inglés isabelino. El lenguaje es como lava derretida, como un volcán en erupción”.

Desde mediados de los ochenta, Amos Oz ha vivido en Arad, en medio del desierto del Néguev: de nuevo, un microcosmos social. “El desierto comienza a sólo 5 minutos a pie de mi casa”. Oz inicia su jornada a las 5 de la mañana con una caminata. Sin embargo, la modernidad también alcanza a este pequeño y remoto lugar. Arad se ha vuelto hoy en día “muy ruso”, con casi el 45 % de su población formada por inmigrantes judíos de la Ex Unión Soviética. Estos rusos suelen ser “más desconfiados, más de derecha. No confían en nada que venga del gobierno, ¡Ni siquiera en el pronóstico del tiempo!”

Las historias entrelazadas en el libro de Oz Escenas de la vida rural, describen las vidas cruzadas pero al mismo tiempo aisladas de los “pioneros rurales” ficticios en Tel Ilán. Las personas guardan vínculos muy estrechos entre ellas y al mismo tiempo, como lo sugiere el título de una de las historias, siguen siendo “Extraños”. “La soledad, incluso entre familiares, amantes, vecino, es el tema principal de esta obra”. Afirma Oz. Las profundas grietas entre los judíos israelíes, e incluso entre individuos con ideas diferentes, que el autor explora tan a menudo, lanzan la pregunta respecto de dónde residirá el corazón de la solidaridad que existe entre ellos.

Este es un tema que con cierta malicia, astucia y sí, un poco de chutzpah (compasión por su orfandad), Oz y su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger responden en un libro próximo a salir a la luz: Los judíos y las palabras. Padre e hija coinciden en que los judíos, quienes jamás han sido un solo grupo étnico, ni mucho menos un ente político y ni siquiera con una visión religiosa coherente, comparten, más que cualquier otra cosa, no un vínculo sanguíneo, sino un vínculo literario. Las discusiones y los alegatos acerca del significado de los libros y de las historias unen y arraigan a la comunidad, generación tras generación. La familia que discute estos asuntos entre sí, permanece unida para siempre.

Desvergonzadamente seculares, los Oz, padre e hija, anclan su judaísmo en las palabras, las ideas y, sobre todo, en el debate interpretativo auto crítico. “No necesitamos ir a la sinagoga”, dice Oz. “Creemos que el judaísmo es una civilización fundada principalmente en el lenguaje”. Para ellos “Los judíos no sólo no están de acuerdo entre sí. Casi siempre están en desacuerdo con Dios. La tradición judía, desde el Génesis, está llena de… disputas con Dios.” En cuanto a las discusiones de los rabinos del Talmud, Oz cita su cuento favorito de la “irreverencia reverente”: La historia del Horno de Akhnai. “Dos santos rabinos discutían acerca de cómo interpretar la ley según sus capacidades como jueces. Y no podían ponerse de acuerdo. Morirían discutiendo, pero Dios se compadece de ellos. Se escucha una voz del cielo que dice: ´Rabí Eliezer tiene razón. Rabí Yeshoua está equivocado. Váyanse a dormir.’ Y entonces el perdedor, Rabí Yeshoua, voltea hacia arriba y dice, ‘por favor, mantente fuera de este asunto. Tú le has dado la Torá a los hombres. ¡Aléjate! ¡Aléjate!”

Desde que Abraham riñó con Dios acerca del destino de Sodoma al estilo de un “astuto vendedor de autos usados”, la dialéctica judía se ha atrevido a rebatir al Todopoderoso. En cuanto a la familia Oz, seculares de hueso colorado, pero profundamente fieles a la tradición judía, no reparan en señalarles el camino a los creyentes piadosos. Pero, ¿pueden acaso quedarse sólo con los chistes, los cuentos, las anécdotas, los héroes y las heroínas y hacer a un lado la teología? “La gente nos espeta en la cara que el judaísmo es un “paquete todo incluido”, la teología y la tradición. Lo aceptas tal cual o no lo aceptas del todo. No es el paquete completo. Es una herencia. Y una herencia es algo con lo que puedes jugar. Puedes decidir qué parte de ella se aviene mejor a tu sala y cuál se va al ático o al sótano. Eso es un derecho legítimo de cada heredero. Y yo me considero un heredero legítimo de la civilización judía. Puedo, por lo tanto, relegar una parte de sea herencia al ático. “

En este nuevo libro, el entusiasmo por las palabras y las ideas crea un pequeño paraíso más allá de la política. Abre las puertas hacia un jardín de juegos y alegría. De discusión sin odio y sin pasiones; sin víctimas (excepto el dios intervencionista de los fundamentalistas). “In el judaísmo”, insiste Oz, “Nada, absolutamente nada está por encima de la discusión y de la broma. Mi abuela solía decir ‘cuando ya no te quedan más lágrimas, es hora de empezar a reír’.”

Cómo curar a un fanático y Escenas dela vida rural están publicadas bajo el sello de editorial Siruela. Los judíos y las palabras de Amos y Fania Oz, aparecerá el 29 de noviembre en Yale University Press.

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