LEO ZUCKERMANN/EXCELSIOR
Es un lugar común pero, por verdadero, hay que repetirlo: en una democracia, el gobierno acaba siendo un claroscuro de resultados. El de Felipe Calderón no es la excepción. Ha tenido cosas positivas y también negativas. Incluso dentro de lo que estrictamente es su poder, es decir, el de ejecutar las políticas públicas, aunque creo que el saldo final es más bien negativo.
El Presidente, además de ser jefe de Estado y de gobierno, dirige el inmenso aparato de la administración pública federal. Tiene, por tanto, que poseer habilidades ejecutivas para implementar eficazmente los programas y proyectos de gobierno. Desde la creación de una nueva policía federal hasta la repartición del dinero que les llega a los más pobres del país pasando por la construcción de carreteras. En este sentido, lo primero que tiene que hacer un Presidente es nombrar subordinados profesionalmente bien capacitados para luego supervisarlos y coordinarlos. ¿Cómo le fue a Calderón en este aspecto? Creo que son más los saldos negativos que positivos.
Hay áreas donde efectivamente nombró a funcionarios muy capacitados que hicieron bien su trabajo. Es el caso, me parece, del manejo de la política fiscal y las finanzas públicas. Los tres secretarios de Hacienda, y los subsecretarios que los acompañaron, mostraron capacidad administrativa y política, sobre todo para enfrentar la peor crisis que ha vivido el capitalismo mundial desde los años treinta del siglo pasado. Además, se coordinaron bien con el Banco de México por lo que existió congruencia entre las políticas fiscal y monetaria. Los resultados están a la vista: nuestro país es uno de los que más rápido salieron de la recesión mundial con variables macroeconómicas fuertes y estables.
Otra área que funcionó bien fue salud pública. Los dos secretarios demostraron profesionalismo en alcanzar algo que de ninguna manera puede menospreciarse: la cobertura de salud para toda la población mexicana. Además, el gobierno federal actuó con mucha responsabilidad y eficacia durante la crisis de la influenza.
Esos son los dos casos que me parece que están en la columna de positivos en el balance del Ejecutivo que está por terminar. No obstante, hay muchos que se encuentran en la columna de negativos comenzando por el tema de la seguridad. Desde el comienzo de la administración, hubo una falta de coordinación y cooperación entre todas las dependencias involucradas en la guerra contra el crimen organizado. La Secretaría de Seguridad Pública siempre estuvo peleada con la Procuraduría General de la República y las Fuerzas Armadas. El Ejército se distanció de la Marina. El Presidente nunca puso orden, mucho menos sus múltiples secretarios de Gobernación. El saldo fue un desastre que está siendo muy evidente ahora que termina el sexenio.
La Secretaría de Educación tuvo tres titulares y uno interino. Fueron muchos. En el camino se diluyó su principal esfuerzo modernizador: la Alianza por la Calidad Educativa. El resultado ha sido otro sexenio perdido donde se fortaleció la politización de la educación pública en México. Hoy el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación está más fuerte que nunca y es el que en realidad administra este sector.
Otro desastre ocurrió en las telecomunicaciones. Tres secretarios pasaron por Comunicaciones y Transportes. El primero tuvo que salir por un absurdo escándalo de grabaciones ilegales. El segundo se la pasó defendiéndose por su actuación como director del IMSS en el incendio de la guardería ABC. El tercero trató de poner algo de orden, pero ya no le quedó mucho tiempo. La consecuencia es un rezago enorme en las tres cés que prometió el Presidente al principio de su sexenio: competencia, convergencia y cobertura. Ni hablar, también, de los múltiples retrasos y fallas en la construcción de infraestructura como carreteras, aeropuertos y puertos. Incluso el que sería uno de los proyectos más importantes de este sexenio, Punta Colonet, se canceló.
Sobre las demás secretarías y entidades paraestatales podríamos decir que no destacaron ni para bien ni para mal, es decir, se caracterizaron por una mediocridad tolerada por su jefe, el Presidente.
En suma, en lo que estrictamente tiene que ver con el Poder Ejecutivo, la evaluación del sexenio de Calderón hay más oscuros que claros.
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