JAMES KIRCHICK /NY DAILY NEWS
Sea o no un alto el fuego duradero el alcanzado entre las dos partes, una cosa es clara: tan deseable como sea un alto el fuego, no se puede reparar el daño ya hecho a miles de vidas, siguiendo la retórica que, según los relatos occidentales, define a este conflicto en curso.
Tomemos por ejemplo la palabra “pragmático”, aplicada por incontables observadores del Oriente Medio para describir a Hamas, cuyos largos años de lanzamiento de cohetes contra Israel provocó que el Estado judío lanzara una serie de ataques dirigidos contra sus líderes.
“Los islamistas de Hamas están siendo forzados (por la realidad) hacia el pragmatismo”, afirmaba The Economist en junio. “Algunos de sus miembros se sienten frustrados y se radicalizan por el pragmatismo esencial del grupo”, decía David Hartwell, un analista del distinguido think tank británico Jane, al diario USA Today la semana pasada.
Hamas no sería “un grupo radical volcado hacia la violencia y el terror”, sino “un movimiento político maduro que representa los mejores intereses del pueblo palestino”, dice el escritor estadounidense Mark Perry, que alababa su “pragmatismo y madurez”.
El diccionario inglés de Oxford define “pragmático” como “ocuparse de las cuestiones de conformidad con la práctica (la realidad), en lugar de las consideraciones teóricas o principios generales; estando el objetivo en lo que se puede lograr más que en el ideal”.
Tal vez en un mundo donde las palabras no tengan el significado acordado se podría describir a una organización constitucionalmente comprometida con la destrucción de un estado miembro de las Naciones Unidas y el asesinato de judíos en todo el mundo como “pragmática”. Pero si hemos de aceptar que las palabras tienen un sentido real, las declaraciones anteriores tienen que ser consideradas seriamente como incorrectas, sino mentiras y engaños.
Los acontecimientos de la semana pasada deberían disipar de una vez por todas esas reclamaciones de que Hamas es una organización “pragmática”, ya que seguir haciéndolas supone cegarse a sí mismo ante su ideología y sus tácticas.
Los EEUU, la Unión Europea y las Naciones Unidas, todos estos actores insisten en que Hamas renuncie a su compromiso con la violencia y reconozca a Israel para que el grupo puede ser reconocido diplomáticamente y las sanciones levantadas. Sin embargo, Hamas se niega a alterar sus principios básicos, aceptando el estatus de paria como coste de su sinceridad ideológica.
En el aspecto táctico, el intento de Hamas durante estos últimos días de atacar Tel Aviv y Jerusalén (este último es el hogar de unos santos lugares islámicos) era todo lo contrario de ser “pragmático”. Si alguno de los cohetes dirigidos contra estos dos núcleos de población hubiera golpeado un objetivo importante en lugar de ser interceptados por el sistema de defensa aérea Iron Dome, la respuesta israelí habría sido rápida y sin concesiones.
Una invasión de Gaza se habría producido casi con toda seguridad. Sin embargo, al igual que con su negativa a renunciar a sus creencias destructivas, Hamas se comporta de manera suicida, lo cual es el sello distintivo de su terrorismo, siempre preparado para luchar nuevamente otro día.
Esta no es la manera de actuar de una organización “pragmática”. Los habituales optimistas occidentales quizás esperaban que, a pesar de que Hamas llegó al poder en Gaza a través de la violencia, las realidades del gobierno moderarían su programa. Es fácil predicar la revolución islámica desde la barrera, ese era su argumento, pero ahora Hamas tendría que lidiar con los aspectos cotidianos del liderazgo político.
Era evidente que estos deseos eran ya una fantasía mucho antes de que Hamas tomara el poder en el verano del 2007. Justo después de la retirada unilateral de Israel de Gaza hace dos años, Hamás comenzó a disparar cohetes contra su vecino, cumpliendo con fidelidad la promesa de su carta de “levantar la bandera de Alá sobre cada pulgada de Palestina”.
Pero tal vez los que etiquetan a Hamas de organización “pragmática” estén evaluando al grupo según sus propios términos y no con los vigentes en Hamas. Para la mayoría de los occidentales no hay nada de sensato en el lanzamiento de ataques con cohetes contra un adversario más poderoso que puede imponer un embargo sobre tu territorio y asesinar a tus líderes. Si Hamas realmente quiere la paz, nos decimos, que procure enmendar sus estatutos mediante la eliminación de su incitación antisemita y que declare sin ambigüedades su apoyo a una solución de dos estados y de paso deponga las armas.
Pero Hamas no quiere la paz, y ve el sufrimiento constante de los civiles palestinos que viven en Gaza como un precio necesario a pagar para lograr el objetivo de eliminar a Israel.
Y si tu meta es un estado islámico en toda la Palestina histórica, entonces tal vez el comportamiento de Hamas tenga todo el sentido: observa la región y ve en Egipto la instalación de un régimen de los Hermanos Musulmanes que les apoya, al igual que sucede en Turquía y Qatar. Además, y desde “respetables ámbitos occidentales”, se baraja la melodía de una solución de un único Estado, es decir, un mundo sin Israel.
Si el pragmatismo, tal como dice la OED, consiste en “perseguir aquellos objetivos que se puedan lograr más que a los propios ideales”, entonces Hamas está esperando simple y pacientemente el día en que los ideales se conviertan en lo primero.
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