MAURICIO MESCHOULAM/ EL PORVENIR.MX
La prensa reporta que a las 2:30 AM del lunes en Phnom-Penh, un Obama de gira no conciliaba el sueño pues esperaba respuesta del presidente egipcio. Nadie dormía, en realidad. Todos buscaban una señal positiva por parte de los dos actores en guerra, Israel y Hamás. Era indispensable desactivar la crisis.
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Ambas partes parecían tener objetivos incumplidos y motivaciones para seguir escalando la espiral de violencia, de forma que si no ocurría una intervención internacional pronta y eficaz, la situación podía salirse de las manos complicando el ya grave panorama regional.
El conflicto palestino-israelí es uno de esos que se conocen como “intratables”. La retórica inflamada, los discursos emitidos que otorgan siempre la razón a quien los emite y las culpabilidades asignadas, no son sino una pequeñísima muestra de su intratabilidad.
Al margen del lenguaje, hay tantos obstáculos para implementar las que parecerían ser las soluciones de fondo, que las negociaciones siempre terminan por fracasar. Desde la definición de las fronteras de un potencial Estado palestino, hasta la desocupación de los asentamientos israelíes en Cisjordania; desde la solución para los refugiados palestinos que viven en el exilio hasta la determinación del estatus final de Jerusalem, o de esquemas que garanticen la plena seguridad para el Estado de Israel en un ambiente de confianza y paz con sus vecinos.
El mayor problema es que crisis como la que acabamos de atestiguar en Gaza alimentan la convicción de que una solución no violenta es inalcanzable. Y precisamente como todos nos convencemos de que es inalcanzable, eso es justamente lo que sucede. Las figuras internacionales que pudieran mediar prefieren no gastar su capital en una empresa que es de antemano fallida. Nadie quiere ocupar tiempo ni esfuerzo en algo que, “sabemos”, nunca tendrá solución.
Por lo tanto el conflicto se abandona a su suerte. Y dejar una disputa como ésta en el olvido supone permitir que los actores involucrados, desconfiados los unos de los otros, opten siempre por la realpolitik, la única vía: armarse, defenderse, disuadir, atacar. Cuando impera el realismo, los intereses y la seguridad, no la moral, determinan los actos. Superar esa lógica requiere de un mayúsculo esfuerzo por parte de terceros, como ahora lo vimos.
e necesitó una energía intensiva de altísimo nivel por parte de países como Estados Unidos y Egipto para conseguir que acallaran las armas siquiera por unos días. Sin embargo, eso no basta. Un débil acuerdo de cese al fuego tiene todo el potencial de romperse en el corto o mediano plazo. Dejar una vez más el conflicto a su suerte implica asumir que Hamas se rearmará pronto, que Israel sentirá la necesidad de detener ese rearme, y que la lógica acción-reacción estallará nuevamente. Abandonar el conflicto a su suerte implica seguir permitiendo que las alternativas políticas y diplomáticas terminen de morir para ceder ante el extremismo hoy robustecido. La paz armada no es paz; es sólo silencio, es guerra en potencia, es enfrentamiento latente.
Tras ocho días de misiles y bombas, hoy todos parecemos acordar que no hay nada que se pueda hacer para evitarlo. Sin embargo, si las grandes potencias regionales y globales, así como Naciones Unidas, pensaran que otro estallido violento no conviene a nadie en este momento de la historia, quizás sería hora de intervenir con la misma energía que acaban de exhibir, llamadas a las 2:30 AM incluidas, pero en favor del diálogo de fondo para entrar a los temas incómodos. Seguramente las cosas no se resolverán en unos meses, ni siquiera en unos años. Pero acaso entonces estaríamos hablando de las distintas visiones y alternativas para conseguir la paz, en lugar de las culpas y motivos para seguir adelante con el fuego cruzado.
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