JOSÉ MARÍA MARCO PARA LA RAZÓN/
Se comprenden las razones que han llevado al Gobierno español a votar a favor de la concesión a Palestina del estatuto de «Estado observador» en las Naciones Unidas, siguiendo –al parecer– la propuesta del ministro García-Margallo. España tiene intereses importantes en la zona y en numerosos países musulmanes, de los que somos vecinos. España no está en condiciones de jugar un papel demasiado independiente entre los grandes de la Unión Europea. Francia, con su voto a favor habrá marcado un rumbo que seguiremos durante bastante tiempo. Por otro lado, tampoco el cambio en el voto español va a variar sustancialmente las relaciones hispano-israelíes, más densas y más sofisticadas que antes, y en camino de serlo mucho más.
Lo que no está claro, en cambio, es que el resultado de la votación de la ONU vaya a cambiar para bien la situación en la zona. Cierto que supone un apoyo a la causa de las organizaciones palestinas. Lo hace, sin embargo, en un momento en el que Hamas ha avanzado posiciones propagandísticas por su supuesta capacidad de resistir a la presión israelí tras el apoyo internacional recibido por la organización terrorista que gobierna –es un decir– la franja de Gaza. Por eso no se sabe muy bien lo que el voto consolida: si a Mahmud Abbas o a sus adversarios de Hamas. Tanto más cuanto que el liderazgo de Abbas es precario, que la retórica que utiliza sigue los mismos patrones incendiarios de siempre, y que su incapacidad manifiesta en estos años le ha ganado la desconfianza de los palestinos, los de Gaza y los de Cisjordania: una debilidad que añade desesperación y desencanto a una situación dramática de por sí.
La cuestión de fondo está donde estaba. El nuevo «Estado» palestino sigue sin reconocer a Israel mientras que la ONU ha otorgado estatus político a una ficción, un símbolo que muchos países árabes manipulan descarnadamente para hacer la vida imposible a Israel y, al cabo, terminar con él. Si Abbas quiere negociar con Israel, recordará con provecho que de Ramala a Jerusalén hay quince kilómetros. No hace falta pasar por Nueva York para recorrerlos. En cuanto al Gobierno español, nadie le va a pedir heroicidades. Aun así, y ya que las decisiones se toman en función principalmente de los intereses, no estaría de más que mostrara la moderación correspondiente a la hora de criticar a los israelíes, que hacen lo propio con los asentamientos. Una cosa es llevarnos bien con los vecinos y otra intentar enmendarles la plana.
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