PILAR RAHOLA/LA VANGUARDIA.COM
Se llama Isaac Bensignor Galíndez, es el hombre más delicado y sabio que he conocido, y hoy cumple 100 espléndidos años. Vive en la ciudad bíblica de Beersheba, allí donde Abraham consiguió un pacto de no agresión con los filisteos. Pero antes de llegar a la gran ciudad del Neguev, Isaac surcó los caminos de la diáspora, a caballo entre culturas y continentes. Descendiente de judíos expulsados de la vieja Sefarad, nació en la mítica Esmirna y allí pasó una infancia sefardí en plena vecindad con cristianos y musulmanes, orgulloso de su identidad judía y al mismo tiempo enamorado de la Turquía que un joven Mustafa Kemal Atatürk quería construir para el futuro.
Cuando me habla de Atatürk, su voz se vuelve grave y su mirada tierna. Nunca ha dejado de admirarlo. Y, después de Esmirna, surcó el océano y aterrizó en Argentina, donde tantos judíos encontrarían un tiempo de reposo y finalmente ayudó a construir el inalcanzable sueño de retornar a la patria milenaria y crear el Estado de Israel. Desde entonces este hombre bondadoso y profundo ha visto cómo Beersheba se iba convirtiendo en una gran ciudad, auténtica puerta del desierto que ha recogido gentes de todos los orígenes. Isaac me lo explicaba un día con humilde orgullo, plenamente consciente del milagro que representaba: “Estos niños de piel oscura y ojos brillantes, tan preciosos, ¿los ves?, sus padres vivían en las montañas de Etiopía en condiciones medievales, y ellos irán a la universidad. Hemos hecho algo bello en Israel”. Y al lado de su piel de azabache, la piel blanca de unos niños rusos que juguetean sin los miedos de sus ancestros en las muchas Rusias de los muchos pogromos le da la razón.
Pese a estar en guerra desde que nació como Estado, pese a las dificultades, la lucha por la supervivencia, los miedos nucleares que atenazan el horizonte y los múltiples vecinos que desean su aniquilación, a pesar de todo, y por todo, Israel es un milagro.
Cien años de exquisita bondad. Cuando explica sus historias de bellas jovencitas turcas enamoradas de niños judíos, el tiempo se para y la luz del desierto se convierte en un faro de vida. Nunca he conocido a nadie que narre con tanta intensidad los repliegues de la memoria. Pero es que Isaac es todo él memoria. Memoria de 4.000 años de historia reescrita millones de veces en cada piel judía, en cada persecución, en cada muerte, en cada supervivencia. Y memoria de 500 años de una ingrata Sefarad que nunca han dejado de amar a pesar de que no los ama. Y memoria de cada miedo, de cada gueto, de cada estigma, de cada nueva persecución, de cada nuevo exilio. Memoria de cada lucha por la superación, de cada trocito de desierto recuperado, de cada vida salvada. Memoria de judío amable y bueno que sólo ha hecho el bien. Isaac Bensignor Galíndez, desde el otro ladito del Mediterráneo, Yom Huledet Sameaj. Te queremos.
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