Jacobo Zabludovsky: “No tengo cadáveres en el clóset”

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S./MILENIO

Jacobo Zabludovsky llega puntual a la cita convenida a las 9:30 de la mañana en su oficina, en las Lomas de Chapultepec. Elegante, risueño, saluda a su secretaria y me invita a pasar a su estudio, amplio, con libreros de piso a techo y una pared de cristal que ofrece una panorámica incomparable de la ciudad.

Estamos en el piso 18 de un moderno y funcional edificio.

—¿Qué tal, qué te parece todo esto? —dice señalando el horizonte. El bosque, las calles, los edificios, los autos, todo surge en medio de un proverbial silencio; ningún ruido penetra este lugar en el que Zabludovsky lee y escribe.

Sobre una mesa está una escultura de José Pagés Llergo, el director de la revista Siempre!, el amigo y maestro a quien conoció en un restaurante en vísperas de un viaje a Estambul, donde la compañía Air France presentaría “un avión sin hélices llamado jet”, recuerda con una sonrisa.

Pagés, con su amistosa hosquedad, le preguntó si había leído a Pierre Lotti.

—Le respondí que había leído Visiones de Oriente y Las desencantadas.

El veterano editor se sorprendió. Nunca había conocido a ningún lector de Lotti en México. Le encargó un reportaje siguiendo las huellas del escritor francés en Estambul. Jacobo lo hizo y se publicó en Siempre! Ese fue el principio de una larga amistad.

Los amigos, las lecturas, el periodismo son los ejes de una conversación que se prolonga por casi dos horas. En todo momento Zabludovsky se muestra amable, invita a preguntarle lo que sea, responde con seguridad y aun con emoción cuando habla de su infancia en el Centro.

—Nací en Doctor Barragán, en la colonia Doctores, pero nos cambiamos muy temprano a una vecindad del Centro, en la calle de Mesones. La recuerdo bien: dos pisos, una escalera en medio del patio con dos brazos para conducir al piso de arriba. En el patio estaban también los lavaderos, los tendederos, el excusado —no había esa facilidad en las viviendas—. Desde esa época de niño balbuceante, que apenas dejaba de gatear, hasta los veintitantos años viví en el Centro.

Su familia cambiaba de domicilio con frecuencia. Cada casa iba siendo un poco mejor que la anterior. Jacobo se acuerda de todas con asombrosa precisión.

En 1943 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, donde estuvo dos años, y luego a la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

—Ahí —dice— hice mis primeros años de Derecho, que luego se me deshilacharon porque había otras prioridades.

Mucho después, cuando ya era un periodista famoso, volvió a la UNAM para terminar la carrera. Tomó cursos; en algunas materias presentó exámenes extraordinarios o a título de suficiencia, y escribió su tesis.

—Me recibí en Ciudad Universitaria. El presidente del jurado fue Andrés Serra Rojas, maestro emérito. El día de mi examen profesional fui con mi esposa y mis dos hijos, Abraham y Jorge. Diana nació después.

El padre de Zabludovsky, originario de la ciudad de Bialystok, en Polonia, en su juventud fue agente de ventas de una editorial.

—Y como agente de esa editorial, un vendedor cualquiera, recorrió la Rusia profunda y leyó a Dostoievski, Chéjov, Gogol, Turgueniev, Andreiev, Tolstoi…

“Él me inculcó el amor por la lectura; en la casa teníamos en español las obras de los autores que él había leído en ruso. Ese fue, tal vez, mi primer encuentro con una profesión en la que es indispensable leer”.

Uno de los domicilios de su familia estuvo en la calle de San Jerónimo.

—Ahí, en un cuarto de azotea vivía un señor que se llamaba Luis Felipe Ureña Uribe. Era corrector de pruebas en El Nacional y los sábados y domingos, que no tenía clases, me llevaba al periódico a que lo ayudara.

En ese periódico, dice, a los 13 o 14 años descubrió su vocación.

—Olí la tinta, leí a los reporteros y colaboradores de El Nacional, y quise ser como ellos.

En ese tiempo, la radio era una presencia absoluta en los hogares. Jacobo creció escuchando la XEW, la XEB, y tuvo el deseo de ser locutor.

—Por fortuna, mis padres fueron muy comprensivos, aunque seguramente pensaban que me iba a morir de hambre como periodista y locutor.

“Para ser locutor se necesitaba sacar un permiso. Entonces yo —ahora dicen “apliqué”, como si fuera en inglés— solicité, presenté todos mis documentos (además había que pagar 50 pesos, lo que era pesado) para obtener mi permiso de locutor, que conservo enmarcado: tiene fecha del 3 de enero, el primer día hábil, de 1945.

“Cuando tuve el permiso, a los 16 años y medio, empecé a pedir trabajo, aunque ya había comenzado a escribir en los periódicos. Tengo un impreso de 1943. Creo que soy el decano de los periodistas mexicanos y puedo presentar testimonios de mi antigüedad”.

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Zabludovsky nunca ha dejado la prensa escrita, siempre ha colaborado en periódicos o revistas. En la radio empezó en la XECM, una pequeña estación que estaba en una granja de pollos, en el camino a Xochimilco. Tiempo después llegó a la XEX, donde fue electo secretario general del sindicato y conoció a Rómulo O’Farril, quien compró la emisora en 1948.

Luego de un primer desencuentro, tuvo una estrecha relación con O’Farril, sobre todo a partir de que éste inauguró el primer canal de la televisión mexicana en 1950.

—Mucha gente me pregunta ‘¿cómo entraste a la televisión?’. Le respondo que cuando la televisión llegó, yo ya estaba.

“Entré a la televisión desde que se inauguró el Canal 4 en el piso 13 de la Lotería Nacional, haciendo el primer noticiario. Yo inventé la forma de hacer un script: uniendo lo que hacía en radio con los guiones para cine, pero dándoles más agilidad. Establecí una columna de instrucciones para el director de cámaras, una columna para el que lee el noticiero y algunas otras anotaciones. Ese script, que 62 años después se sigue usando, nada más que ahora ya en teleprompter, yo lo inventé”.

La XEX pretendía competir con la XEW, de Emilio Azcárraga Vidaurreta. En 1951 éste inauguró el Canal 2 para rivalizar con el 4. El enfrentamiento duró poco: O’Farril y Azcárraga se unieron en 1955, con Guillermo González Camarena, concesionario del Canal 5 desde 1952, en Telesistema Mexicano.

—Cuando don Rómulo se juntó con Azcárraga liquidó gran parte de las cosas, se llevó algunos muebles y algunos empleados que consideró que eran necesarios para el nuevo consorcio; entre ellos estaba yo.

En la nueva organización, Zabludovsky tuvo una larga, exitosa pero también controvertida carrera. Se le han reprochado silencios, sobre todo como conductor del noticiario 24 Horas, que dirigió y condujo durante 27 años, desde el 7 de septiembre de 1970 hasta el 19 de enero de 1998.

El 30 de marzo del 2000 renunció a Televisa, poniendo fin a una relación de 45 años. Con él terminaba una época, un estilo, una manera de hacer periodismo.

En su estudio, Zabludosvky ríe, cuenta anécdotas, habla de proyectos, de libros, de pintores, de músicos. Muestra, sin presunción, su amplia cultura y, cuando se le pregunta, reflexiona y rememora episodios de un género que domina como nadie: la entrevista.

¿Es cierto —le digo— que usted preparaba tanto sus entrevistas que hasta las equivocaciones estaban contempladas?

—Sí, así era. Preguntas que parecían bobas, tontas, eran totalmente meditadas. Por ejemplo, yo sabía que Dalí sentía gran desprecio por el muralismo mexicano. Entonces le pregunté qué opinaba de los grandes muralistas de nuestro país: “No conozco a ninguno”, me dijo. Insistí: “¿No conoce usted a Diego Rivera, a José Clemente Orozco, a David Alfaro Siqueiros? Han pintado grandes murales”. “Mire —me respondió—, eso de pintar grandes muros no tiene ninguna importancia. Vermeer pintó un cuadro de este tamaño (me lo mostró con las manos), un pequeño cuadro de una chica que hace puntas (que es una manera española de decir que teje encaje). La chica está concentrada en su labor, y en la punta de una aguja que no se ve está toda la historia del arte”.

“¿Sabes qué?, desde entonces cada vez que voy al Museo del Louvre voy directamente al cuadro de Vermeer (La encajera, de 24 por 21 cm), porque después de que lo dijo Dalí le di una mayor importancia. ¿Dónde está la aguja en cuya punta está toda la historia del arte? La respuesta de Dalí es fascinante”.

Al preguntarle por Rubinstein, los ojos de Zabludovsky se iluminan.

—Arthur Rubinstein fue un gran amigo mío y de mi esposa. Fue el más grande pianista del siglo XX, que cuando escribió sus primeras memorias, Le jours de ma jeunesse (Los días de mi juventud), le dije: “Oiga, maestro, a qué hora graba usted tantos conciertos si todo el tiempo se la ha pasado acostado con las señoras”.

“Se río muchísimo. Era chaparrito, muy presumido. Nos veíamos en Nueva York y convivimos mucho. De él aprendí una cosa importante: cómo respetar y hacer que alguien sienta orgullo de su profesión, cualquiera que esta sea.

“Una vez fuimos a la discoteca Avignon, que estaba en París, en la Rue Avignon esquina con los Campos Elíseos. Estaba llena y a él le tocó pegadito a un muchacho con el que se puso a platicar en francés. Rubinstein le preguntó a qué se dedicaba y el muchacho dijo: ‘Soy campeón de patinaje sobre hielo’. ‘¡Patinaje sobre hielo! —exclamó Rubinstein—, es una de las cosas que siempre hubiera querido hacer en mi vida. Platíqueme cómo es eso’. El muchacho se puso feliz, orgulloso… Eso es generosidad, tener curiosidad, no tener temor de que lo acusen de trivial. Un personajazo Arthur Rubinstein.

“Me contó una anécdota. Decía que en la época de la Revolución vino a México a dar un concierto en el Teatro Arbeu, que estaba en la calle de El Salvador. Estaba tocando cuando entraron los zapatistas, quienes sacaron sus pistolas y apagaron a balazos todos los focos del teatro. ‘Yo seguí tocando —me decía—, dejaron de disparar y continúe tocando. Cuando terminé, me sacaron y me llevaron en hombros al hotel donde estaba hospedado’. Era muy hablador”.

—¿Qué siente de haber sido testigo de tantos acontecimientos e interlocutor de tanta gente? —le pregunto hacia el final de la entrevista.

—Pues me siento muy privilegiado, la verdad de las cosas. Disfruto mucho mi profesión, me gusta. Mira, cuando este año me contrataron los de ESPN para ir a Londres, durante los Juegos Olímpicos, para hacer todo lo no deportivo, después de que firmé el contrato —mi esposa me conoce—, estaba yo angustiado: “Voy a hacer el ridículo —decía—, para qué acepté, es mucho trabajo”. Al final hice 44 cápsulas —dos no se usaron— para 21 programas, en ubicaciones distintas.

“Cuando entré a la radio, después de haber salido de Televisa, tenía también un gran miedo al fracaso. (El fracaso en periodismo, sobre todo el de radio, se manifiesta en la indiferencia de la gente. No fracasas porque tu primer programa sea espantoso, fracasas porque la gente no se interesó y para eso tiene que pasar un tiempo. Ése es el fracaso).

“Ahora ya me hicieron unas ofertas nuevas, pero aunque yo lo que menos quiero es más trabajo, el desafío siempre es importante”.

Al final de la entrevista, Jacobo Zabludovsky posa para las fotos de Arturo Bermúdez y juntos recorremos sus libreros. Muestra algunos de sus tesoros y me dice: “Revisa los que quieras”.

Hay miles de libros: de arte, de literatura, de historia, muchos de ellos dedicados. Hay también, por supuesto, de tango y tauromaquia —dos de sus grandes pasiones. Pero no hay fotografías.

—Aquí no hay egoteca —comenta—. Solo hay una foto en el pasillo, es La muerte de un miliciano, de Robert Capa.

¿CUÁL ES SU LIBRO FAVORITO?

El Quijote, no tengo duda.

¿A QUIÉN ADMIRA?

En primer lugar, a mi esposa, es muy aguantadora; cumplimos 58 años de casados en agosto. Siempre viajo con ella, es una gran ayuda. La admiro mucho porque me ha tolerado tantos años, en las buenas y en las malas.

Tengo admiración también por mis amigos, por García Márquez, por ejemplo. Pero hay gente a la que le tengo envidia, que es distinta a la admiración. Le tengo envidia al que habla otros idiomas, algo que nunca aprendí suficientemente…

¿QUÉ ES PARA USTED LA FAMILIA?

La familia es fundamental; tengo tres hijos, dos hombres y una mujer; 10 nietos, cinco niños y cinco niñas, y un bisnieto que va a cumplir un año. Ya soy bisabuelo.

¿HA SIDO FELIZ?

Es muy difícil definir la felicidad y decir, soy feliz. Puedes sentirte satisfecho de algunas cosas, otras las hubieras hecho de otra manera. Pero disfruto mucho con mi profesión, con mi casa, con mi esposa, con la lectura, con mi forma de vida. Ha sido una suerte que lo que más me gusta hacer sea lo que me da de comer y lo que me ha mantenido económicamente bien. También he recibido algunas cornadas como el cáncer. Me pronosticaron cinco años de vida, y eso fue hace 14, así que voy de gane (risas). Creo que eso de la felicidad es relativo.

¿EN EL PERIODISMO HAY ALGO DE LO QUE SE ARREPIENTA, DE HABER O NO HABER HECHO?

Por supuesto, hay muchas cosas que no hice, que hubiera hecho mejor o de otra manera. Pero todo lo que he hecho es público, está a la vista. No tengo cadáveres en el clóset.

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