Un cuento para Janucá

RECOLECTADO POR JOSÉ KAMINER TAUBER PARA ENLACE JUDÍO

“Un judío y la desesperanza son contradictorios en esencia. Simplemente no pueden existir al mismo tiempo”.

Rav Shraga Shmuel Schnitzler, más conocido como Rav Shmelke, recorrió con la vista las barracas para asegurarse de que todos habían entendido su mensaje. En medio de una multitud de cansados rostros que lo miraban fijamente, había unos pocos que asentían con sus cabezas en concordancia. Quizás, ellos también habían sido jasidim en otra vida – la vida que existió antes de la guerra – y por eso podían apreciar los cuentos que Rav Shmelke contaba sobre los rebes jasídicos de tiempos pasados.

Rav Shmelke no contaba sus historias sólo para pasar el tiempo; su trabajo, como él lo veía, era mantener alto el espíritu de los judíos que estaban aprisionados en el campo de concentración de Bergen Belsen. Ese trabajo hubiese sido mucho más fácil si hubieran sido profetas, dado que el final de la guerra sería pocos meses después. Pero durante ese kislev de 1944, la situación parecía más desesperanzadora que nunca. Ni siquiera la idea de Janucá, que se estaba acercando velozmente, podía disipar la tristeza de la mayoría de ellos.

Pero para Rav Shmelke, la historia era diferente. Desde el comienzo del mes había estado ocupado preparándose para la festividad. A todo el que encontraba le hacía la misma pregunta: “¿Nos puedes conseguir un poco de aceite? ¿Conoces a alguien que trabaja en la cocina?”.

La respuesta era siempre la misma: No.

Janucá se aproximaba y él tenía que encontrar un poco de aceite. Con espanto, se dio cuenta de que Janucá estaba a sólo unos días. Y él sabía muy bien lo que pasaría si no lograba conseguir aceite. La vida de muchos de los prisioneros se aferraba a un hilo de esperanza; si ese hilo se cortaba, sucumbirían ante el océano de oscura desesperanza que amenazaba con ahogarlos. Por lo tanto, tenía que encontrar un poco de aceite. Incluso encontrar aceite sólo para encender la primera vela por unos pocos segundos sería suficiente. ¿Pero un Janucá sin luces? Eso no era una opción.

El día antes de Janucá Rav Shmelke estaba trabajando – su “otro” trabajo en el campo era sacar los cuerpos sin vida de las barracas – cuando recibió una orden de ir a la última barraca, en donde algunas personas habían muerto durante la noche anterior. Mientras caminaba por el campo su pie se atoró en un pequeño hueco que había en la tierra congelada y casi se cayó. Quitó su pie del hueco y advirtió que había algo enterrado en su interior. Después de asegurarse de que ningún guardia lo estaba mirando, se agachó para ver lo que era.
Sacó un pequeño jarro del piso. En su interior había un poco de líquido congelado. Aceite, murmuró. ¡Aceite para Janucá!

Rav Shmelke metió la mano en el hueco otra vez. Para su deleite, descubrió que el escondite contenía más sorpresas. Sacó un paquete que había sido cuidadosamente envuelto, lo abrió con rapidez y encontró en su interior ocho vasos pequeños con ocho delgadas hebras de algodón.

Era obvio que algún prisionero judío había enterrado esta pequeña menorá y el aceite. ¿Pero quién era? ¿Y en dónde estaba? ¿Había sido transportado a otro campo? ¿Había muerto?
A pesar de que Rav Shmelke quería desesperadamente aceite para su propia barraca, deseaba honestamente que el judío que había enterrado esas cosas estuviera aún con vida. Quizás todavía estaba en el campo y volvería al día siguiente en búsqueda del tesoro que había escondido con tanto cuidado. Por lo tanto, Rav Shmelke enterró todo de vuelta. Pero durante todo lo que quedaba del día y de la noche le hizo a cada judío que encontró la misma pregunta: “Encontré un poco de aceite y una menorá. ¿Quizás eres tú quien las escondió?”

Los otros prisioneros lo miraban con ojos tristes, seguros de que finalmente los horrores de su trabajo habían destruido la mente de Rav Shmelke. “No, rabino”, le decían uno tras otro. “No escondí ningún aceite. No escondí una menorá”.

Sin embargo, la noche siguiente descubrieron que Rav Shmelke no se había vuelto loco. Cuando volvieron a sus barracas después del pasado de lista nocturno vieron, para su asombro, una pequeña menorá parada en una de las literas. Para más asombro aún, ¡uno de los vasos estaba lleno de aceite!

Rav Shmelke recitó las bendiciones y luego encendió la luz de la primera noche. El grupo observó en silencio a la pequeña llama luchar su batalla eterna frente a la oscuridad que la rodeaba. Algunos sonrieron, otros lloraron. Todos sintieron una dulce chispa de esperanza reviviendo en el interior de sus agobiados y amargados corazones.

Su milagro personal se repitió en cada noche de la festividad. Y luego, unos meses después, en abril de 1945, ocurrió un milagro aún más grande. Alemania se rindió. La guerra había terminado.
Rav Shmelke fue uno de los pocos afortunados que sobrevivieron la guerra. Después de que Bergen Belsen fue liberado volvió a Hungría, donde sirvió como líder espiritual para otros sobrevivientes y se hizo conocido como el Tajaber Rav.
Años después
Muchos años después hizo un viaje a Estados Unidos, y mientras estaba allí visitó un conocido del “viejo continente” – Rav Yoel Teitelbaum, el Satmer Rebe. Mientras hablaban sobre el pasado, el Satmer Rebe mencionó que también había sido prisionero en Bergen Belsen.

“Estuve allí un año antes que tu”, dijo el Satmer Rebe. “Fui rescatado un 21 de kislev, cuatro días antes de Janucá. Antes de enterarme del plan de rescate, me aprovisioné para la festividad. Soborné a varios oficiales del campo y conseguí un paquete de aceite, vasos y mechas, los cuales enterré en un campo. Siempre me sentí mal porque mi pequeña menorá nunca fue usada”.

Rav Shmelke sonrió y dijo: “Su menorá sí fue usada. Disipó la oscuridad para cientos de judíos y ayudó, al menos a uno de ellos, a sobrevivir la guerra”.

Fuente Aish Latino

#Janucá

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