JULIÁN SCHVINDLERMAN/POR ISRAEL.ORG
“Hoy, el espíritu de Yasser Arafat salió de la tumba para apoyar nuestros esfuerzos en las Naciones Unidas” – Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, 27 de noviembre de 2012.
Considerando que los restos del prócer difunto acababan de ser exhumados por científicos suizos, franceses y rusos en busca de polonio, esta frase debe haber provocado un susto a más de uno en Ramallah. Aunque donde cundió el pánico parece haber sido en Jerusalem.
Bueno, no exactamente pánico, pero sí inquietud al menos. Y fastidio. No acababa de despejarse el humo de la guerra que Israel debió librar contra Hamas en Gaza, que ella fue atacada diplomáticamente por Fatah desde Cisjordania. El mundo, que mostró algún grado de comprensión con las medidas militares de Israel frente al Hamas, no evidenció similar tolerancia en relación a la represalia política israelí frente a Fatah.
Abbas postuló a Palestina como estado observador no-miembro a las Naciones Unidas y una abrumadora mayoría de los países del mundo, aliados tradicionales de Israel incluidos, votó a favor de ello. El gobierno israelí había advertido que no dejaría sin respuesta esa iniciativa hostil unilateral y actuó en conformidad: congeló la transferencia de alrededor de doscientos millones de dólares en impuestos recolectados a trabajadores palestinos y autorizó la construcción de tres mil viviendas en Jerusalem y Cisjordania. Dado que la ANP debe a la compañía eléctrica israelí unos ochocientos millones de dólares y puesto que la construcción de asentamientos no constituye una violación a los Acuerdos de Oslo, uno podría esperar que estas acciones no generaran mayor reacción. Máxime al estar enmarcadas en una respuesta a una provocación previa. Pero tratándose de asuntos relativos al conflicto palestino-israelí, gobernado por una lógica completamente diferente a la dictada por el sentido de la justicia y el sentido común, la protesta internacional fue severa.
Abbas actuó de este modo motivado por la ideología y por la coyuntura. Al igual que su predecesor, él no quiere recibir la independencia palestina de manos de Israel. Quiere ganarla en el calor de la batalla.
Para Arafat, eso significó recurrir a la violencia. Y así la intifada Al-Aqsa fue lanzada en respuesta a las ofertas más generosas jamás ofrecidas anteriormente por ningún gobierno israelí (o gobierno jordano o egipcio, que también fueron soberanos en esas zonas): un estado palestino independiente asentado sobre el 100% de Gaza, el 97% del Margen Occidental con el 3% restante compensado con tierras dentro de Israel, y soberanía sobre Jerusalem Este, permitiendo que la AP instalara su sede de gobierno allí. Nabil Shaat, entonces Ministro de Planeamiento y Cooperación Internacional de la AP, había anticipado en 1996 las cartas que se guardaban: “Si las negociaciones llegan a un punto muerto, regresaremos a la lucha y la contienda, tal como hemos hecho durante cuarenta años… Excepto que esta vez tendremos treinta mil soldados palestinos armados, los que operarán en áreas en las que tenemos elementos de libertad sin precedentes”.
Abbas prefirió recurrir a la ofensiva diplomática. Fue un camarada de armas de Arafat desde los tiempos de Fatah, atravesando con él los años de terrorismo de la OLP y la retórica antisionista obligada (con tesis negadora de la Shoá y todo) para arribar finalmente a la paz de Oslo y de ahí directamente a “la Palestina ocupada”. Pero él es más sensible a la realidad de su pueblo de lo que alguna vez lo fue Arafat. Abbas es conciente de los estragos que ocasionó la intifada en la economía palestina y de su alta dependencia de la economía de su vecino. Su mayor éxito político fue haber estabilizado económicamente a Cisjordania (en realidad el crédito lo merece Salam Fayyad) y un levantamiento haría trizas esos logros. Él sabe muy bien que resoluciones de papel en Nueva York no crearán estados soberanos en Palestina, pero reconoce que le darán al aura de la victoria que tan desesperadamente necesita. La iniciativa fue intentada infructuosamente el año pasado y reactivada ahora con éxito. La última confrontación militar entre Israel y Gaza le dio urgencia a la misma al haber elevado la popularidad del Movimiento de Resistencia Islámico en la calle palestina.
Palestina ha nacido. ¿Y ahora qué? La franja de Gaza está bajo control de Hamas, enemigo histórico de Fatah. Jerusalem en su totalidad está bajo gobierno israelí, como lo está parcialmente Cisjordania. Alrededor del 89% de sus exportaciones y el 81% de sus importaciones dependen de Israel. Los refugiados palestinos siguen languideciendo en campamentos fronterizos. ¿Qué independencia han alcanzado? Ah sí, ahora supuestamente podrán litigar contra Jerusalem en la Corte Penal Internacional.
En rigor, Palestina ha nacido en el mundo paralelo de la ONU. La resolución de su Asamblea General no ha establecido un nuevo estado-nación, apenas ha elevado el rango de representación de la OLP ante la ONU de “observador” a “estado no-miembro observador”. Para que Palestina nazca en el mundo real, la AP deberá sentarse a negociar con Israel. Aún después de la votación, así son las cosas.
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