Juntos venceremos
domingo 22 de diciembre de 2024

Cosas perdidas

RAFAEL PÉREZ GAY/DIARIO LIBERTAD

Cosas perdidas en el camino: la casa de Parque España 47 donde vivieron mis padres y mis hermanos; la construcción con cantera, herrajes y vitrales desapareció, su lugar lo ocupa un edificio de seis pisos. La calle Juan Escutia con un camellón al centro y altas palmeras de los años 50; el regente de la ciudad, Carlos Hank González llevaba a cabo un nuevo trazo de calles y avenidas llamado Ejes Viales, las palmeras se esfumaron con todo y camellón, un largo eje que empalma con la bajada de Constituyentes atraviesa la colonia Condesa.

Un amigo nos invitaba a jugar futbol en el patio frontal de un conjunto de departamentos en avenida Tacubaya, retadoras tremendas en equipos de cuatro y a un solo gol de muerte; el campo de juego dio lugar a la lateral del Circuito Interior en José Vasconcelos, justo el sitio por donde un día pasaba el río La Verónica.

Lo que se ha llevado la ciudad dibuja un mapa que existe apenas en cantidades incontables de recuerdos: mi papá y yo caminamos por la calle de Ayuntamiento, en el centro histórico, dejábamos el coche en Luis Moya y avanzábamos a pie entre puestos de chácharas, frente a la iglesia del Sagrado Corazón. Íbamos a la Europea a comprar whiskys de malta única. El paso del Metrobús convirtió ese camino en una calle angosta de tres carriles, la locura.

San Juan de Letrán y los fotógrafos callejeros se desvanecieron en el Eje Central entre puestos de ambulantes y “toreros” que ofrecen pornografía, discos piratas, clases de inglés, teléfonos celulares. En una época, a esa calle le llamaron la Vía Blanca; los hombres vestían de traje y las mujeres de traje sastre para caminar por las anchas banquetas de la avenida de esa ciudad moderna.

En el cine Chapultepec exhibieron La noche de la iguana. Yo no tenía edad para verla. Leía la marquesina mientras esperaba el camión Juárez Loreto. Se internaba en Polanco, por Homero, si recuerdo bien, y daba vuelta en Moliére, pasaba frente al cine Polanco y atravesaba Ejército Nacional, el chofer tomaba el bulevar Miguel de Cervantes Saavedra, detrás del Sanatorio Español. En la última parada me bajaba y entraba al edificio que habitamos después de una quiebra financiera que nos remitió a la colonia Anahuac. El cine Chapultepec no existe más, en su lugar creció hacia la ambición de la nada la Torre Mayor.

Si yo caminaba rumbo al Parque México, a principios de las años 70, cruzaba Insurgentes y me internaba en la Roma, llegaba a la calle de Cuauhtémoc. Era una frontera para llegar al cine Estadio. Años atrás, muy cerca de ese lugar estuvo el Estadio Nacional en el que rindió protesta como presidente Álvaro Obregón.

En esa zona, el arquitecto Pani concibió un colectivo monstruoso de viviendas, el multifamiliar Juárez. El cine desapareció y dio lugar al teatro Silvia Pinal; la mayor parte del multifamiliar quedó reducido a escombros el 19 de septiembre de 1985, cuando un terremoto modificó el centro de la ciudad de México.

En estos lugares perdidos nuestros fantasmas atraviesan muros. Una mujer espera en la reja de una casa de la calle de Parque España, mi madre. Dos sombras, un anciano acompañado por su hijo, caminan por Ayuntamiento, un fotógrafo callejero dispara sobre ellos el flash de su cámara en San Juan de Letrán. En la taquilla del cine Chapultepec, una fila de personas compra boletos para ver “La noche de la Iguana”, la historia trágica que dirigió John Huston con Richard Burton y Ava Gardner, otros fantasmas que vivirán para siempre en Puerto Vallarta.

Mientras esos fantasmas compran boletos en la taquilla, un niño sube a un camión y paga 40 centavos; media hora después, desciende del estribo y camina por una vía del tren, atrás de la calle Cervantes de Saavedra, muy cerca del gran basurero de la colonia Anáhuac. Un joven fantasmal mira los derribos de cuatro edificios del multifamilar Juárez, las calles huelen a gas y la oscuridad envuelve la destrucción. Cosas perdidas en el camino.

Este “Cronista de Guardia” es el último del año 2012. Regresaré a este espacio en enero para contar otras historias de la ciudad y sus delirios. Como dicen las tarjetas de época: Feliz navidad y Próspero Año Nuevo.

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