ESTHER SHABOT PARA EL EXCELSIOR
La población palestina residente en Siria se calcula en medio millón de personas. Se trata de refugiados llegados al país desde 1948, junto con su descendencia nacida ya en Siria. Nunca se les ha integrado como ciudadanos plenos y las limitaciones a sus derechos los han hecho permanecer en los márgenes de la vida nacional y recluidos a menudo en campamentos de refugiados donde habitan en condiciones precarias desde hace más de medio siglo. Sujetos, al igual que la propia población siria, a la larga y cruenta dictadura de los Al-Assad, los palestinos inevitablemente se han visto envueltos también en las turbulencias de los últimos 21 meses de lucha destinada a derribar al régimen de Bashar al-Assad.
Hace pocos días el campamento palestino de Yarmouk, ubicado al sur de Damasco y que alberga a 150 mil personas, fue presa de los choques entre fuerzas gubernamentales y tropas rebeldes. Bombardeos y operativos terrestres golpearon sin misericordia a este enclave en el que los palestinos ahí residentes se hallaban divididos en cuanto a sus lealtades. El resultado ha sido de numerosas víctimas y un éxodo de miles de palestinos que han huido hacia la frontera sirio-libanesa con la intención de asilarse en el país de los Cedros. Incluso el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, solicitó a Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, su ayuda para trasladar a parte de esa población en fuga a los territorios palestinos, ya sea a Cisjordania o a Gaza.
Este último episodio saca de nuevo a la luz la fragilidad congénita en la que han vivido los palestinos refugiados en Siria. Desde siempre, no han sido más que un peón en el tablero de ajedrez del régimen sirio, el cual ha utilizado y manipulado a la causa palestina en función de sus intereses tanto coyunturales como de largo plazo. No debe olvidarse cómo durante la guerra civil libanesa que se desarrolló entre 1975 y 1990 y en la que Damasco intervino directamente, fueron las tropas sirias quienes arrasaron campamentos palestinos en Líbano con lujo de crueldad en virtud de su particular estrategia de aquellos momentos. De hecho, la expulsión en 1983 de Yasser Arafat y sus leales de tierra libanesa donde la OLP había instalado sus cuarteles y su centro operativo, fue producto primordialmente del acoso proveniente de las fuerzas militares sirias que actuaron en ese sentido bajo las órdenes de Hafez al-Assad, padre del actual Presidente sirio. De ahí en adelante Túnez sustituyó a Líbano como territorio desde el cual la OLP tuvo que operar.
Resulta evidente así que la consigna enarbolada retóricamente de apoyo a la causa palestina por parte de la dictadura siria ha sido justamente sólo eso: un recurso demagógico útil para ciertos fines, pero en disonancia con los actos y hechos reales. No sólo nunca integró Siria a los refugiados palestinos residentes en su entorno, sino que incluso actuó maquiavélicamente con los militantes de la causa palestina, concentrados en su mayoría en la OLP durante mucho tiempo. Los respaldó cuando convenía a sus intereses de confrontación con Israel, por ejemplo, pero les dio la espalda e incluso los masacró cuando de alguna manera estorbaban sus ambiciones hegemónicas en Líbano durante la época de la guerra civil.
Hoy, cuando el régimen de Al-Assad se desmorona, el ejemplo de lo ocurrido en Yarmouk la semana pasada revela que una vez más las masas de refugiados palestinos están atrapadas en medio del fuego cruzado entre rebeldes y tropas gubernamentales. De ahí su tragedia porque además, es claro que la neutralidad palestina en una situación como ésta es casi imposible de sostenerse, por lo que inevitablemente se están viendo arrastrados a tomar parte activa en esta salvaje confrontación.
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