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domingo 17 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes Parte XLII

LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

La nacionalización bancaria

El inicio de los ochentas marcaron el ocaso de la administración del presidente José López Portillo, quien con su excepcional verborrea y fuerte personalidad, nos hizo creer a los mexicanos que el país se encaminaba hacia el primer mundo; sólo era cuestión de administrar la riqueza petrolera que tenía México; con los supuestos inagotables ingresos del petróleo endeudó al país con el exterior. Su profecía parecía que se iba a cumplir, empero, la cotización internacional del crudo se desplomó al final de su administración, en 1982, y la crisis aparentemente oculta que vivía México salió a flor de tierra. En su desesperación porque su egocentrismo se vino abajo y con el autoritarismo que ejerció durante su gestión, nacionalizó la Banca, acusando a los banqueros de especuladores y saqueadores de dólares. La nacionalización sin razón, fue el preámbulo de una década perdida para la economía mexicana, y cuyas secuelas, 30 años después se perciben hoy día. En su megalomanía presidencialista López Portillo expresó que se sentía orgulloso de su nepotismo, entre otros hechos, vinculados a este fenómeno, designó secretario de Programación y Presupuesto a uno de sus hijos.

La nacionalización bancaria fue una especie de golpe militar; en el Banco donde ya trabajaba, al otro día de la nacionalización, fueron apostados soldados que nos impidieron el paso a los empleados que diligentemente nos dirigíamos a nuestras labores. El gobierno designó a diferentes funcionarios públicos como directores provisionales de los bancos, quienes estuvieron al frente de los mismos por 90 días hasta que fueron nombrados los directores permanentes.

En el caso del Banco donde trabajaba, poseedor de un valioso acervo cultural, hubo un intento de rapiña de funcionarios de varias dependencias públicas que pretendían que se les enviaran cuadros para adornar sus oficinas; sin embargo, el saqueo fue evitado. En uno de los principales bancos fue nombrado un exsecretario de la entonces Secretaría de Comercio e Industria, quien era conocido por ser un sobresaliente corrupto; manejó esa institución como si fuera una dependencia gubernamental y en un acto sin precedentes, dió “chamba” en el mismo alrededor de 3,000 empleados del sector público. El mal manejo de ese Banco y los excesos de los nuevos altos ejecutivos derivaron en malos resultados financieros.

En el Banco donde yo trabajaba se disipó el temor de la nacionalización al ser nombrado un director general de alta valía, Don Fernando, con una destacada trayectoria en el sector público, incluso, fue rector de la Universidad Nacional Autónoma. Para apoyo en sus actividades, sólo trajo 5 ó 6 colaboradores, no cambió la estructura del Banco, ni removió a sus funcionarios. Dejó que bajo su supervisión inteligente y discreta los altos mandos tuvieran completa autonomía para ejercer su trabajo. Tuve oportunidad de estar en contacto directo con Don Fernando en varios comités de trabajo y apoyarlo en algunos proyectos; lo que facilitó que aprobara mi nombramiento en la Dirección, que fue propuesto por mi jefe directo y el director de área en 1983; en esos tiempos no era habitual que el personal de Staff, como a el que yo pertenecía, fuese miembro de Dirección; esos puestos eran reservados para personal operativo; sólo existíann en todo el Banco dos miembros de Dirección provenientes del área de Staff de Estudios Económicos. Así, el nombramiento de otro compañero de Estudios Económicos y el mío, sentaron un precedente para el ingreso de personal de Staff de diferentes áreas a la Dirección del Banco. Tampoco era común que en el Banco se contratara ejecutivos fuera de la institución para hacerlos directamente miembros de Dirección; esta posición se lograba por una labor destacada durante varios años, de manera que al pertenecer a la Dirección se lograba un verdadero status, era pertenecer al círculo de “las vacas sagradas”.

Con mi nombramiento tuve una mejor compensación; un automóvil con gastos pagados, una amplia oficina en uno de los edificios Coloniales del Banco con un valioso decorado de finos muebles y obras de arte; acceso a los comedores ejecutivos, membrecía a un club deportivo y a la Asociación de Banqueros, y otras prestaciones que mejoraron el nivel de vida de mi familia.

Mi jefe inmediato, que desde entonces hemos sido buenos amigos, empero, que por diferentes circunstancias de la vida no hemos convivido en los últimos siete años, pasó a otra área del Banco; durante varios meses me desempeñé como el Jefe de Estudios Económicos, sin embargo, sin nombramiento oficial. Creí que iba a ser el titular de esa Dirección, no obstante, mi jefe inmediato contrató a otra persona del exterior; una gente capaz y agradable, empero sin ningún mérito de trabajo dentro de la institución, y además no era economista. Su designación como Jefe de Estudios Económicos, lo atribuí a los prejuicios antijudíos que mi Jefe tenía sobre mi persona, y casualmente, hace un mes me enteré que había otra razón; era su tío político. Me pareció una injusticia que no encabezara el área de Estudios Económicos después de permanecer en ella 14 años y haber realizado un trabajo creativo de resultados palpables. Entonces, de manera negociada con mi jefe y el Director General del área Internacional del Banco solicité mi traslado a esta última. Resulta paradójico, que mi jefe de Estudios Económicos no quería que me fuera de esa área.

En este ámbito me incorporé a la División Internacional en un área de Staff y operativa, vinculada con las maquiladoras exportación y la comercialización internacional de bienes, reportándole directamente a un joven director, cuya familia poseía una de las empresas más importantes del país. Sobre mi desempeño en la división internacional daré cuenta en la próxima Crónica.

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