Parábola de Shabbat

DAVID MANDEL

Había una vez una familia apellidada Salomón, cuyo principal deseo era trabajar, progresar y vivir en paz con sus vecinos. Para su mala suerte su casa estaba situada en un barrio donde no eran bien venidos. Los peores del barrio eran los vecinos de la casa al lado, una familia llamada Suleimán.

Los miembros de la familia Suleimán eran personas violentas, fanáticas, intolerantes, carentes de interés en progresar o mejorar su situación. Su obsesión era matar a la familia Salomón, y, si esto no era factible, obligarles a abandonar la casa ancestral que había sido de los abuelos de los abuelos del Sr. Salomón.

Por algún motivo, que ellos mismos no entendían, la familia Salomón proporcionaba a los Suleimán electricidad de su caja eléctrica. También les proporcionaba agua, y combustible para su vehículo. Los Suleimán retribuían tirándoles rocas y piedras. Los Salomón sufrían estoicamente tratando de cerrar las ventanas cuando sentían que una piedra venía volando hacia ellos.

De vez en cuando, la situación se volvía tan insufrible, que el Sr. Salomón y sus hijos no tenían otra alternativa que ir a la casa de los Suleimán y darles una paliza que los dejaba maltrechos, y causaba que, durante algunas semanas, se abstuviesen de tirar piedras. Pero pasaban uno o dos meses, los Suleimán renovaban sus actividades hostiles.

En más de una ocasión los Salomón fueron al alcalde de la ciudad a quejarse, pero no les hizo caso. Al contrato, cuando los Salomón le daban a los Suleimán una bien merecida paliza, el alcalde amenaza con castigar, no a los Suleimán sino a los Salomón.

El Sr. Salomón fue a consultar con un sabio rabino, y le contó todo lo que le sucedía con sus vecinos.

―No tienes muchas alternativas. Si el alcalde no te permite defenderte como se debe y terminar con la agresión de tus vecinos, te recomiendo que refuerces muy bien tus ventanas, paredes y puertas para que las piedras que te tiran los vecinos te hagan el mínimo daño posible ―le aconsejó el rabino.

― ¿Debo seguir proporcionándoles electricidad, agua y combustibles? ―preguntó el Sr. Salomón.

―Disculpa la franqueza, Salomón, pero hay una gran diferencia entre ser bueno y ser idiota. Tú no tienes porque dar electricidad y agua a gente que te odia, y te tira piedras que pueden romper la cabeza a tus hijos. Ellos tienen parientes cercanos que viven al otro lado de su casa, y ellos le pueden dar toda la ayuda que tus vecinos necesiten. No te digo que lo hagas inmediatamente, pero envíales una nota de que en tal fecha, dentro de unos meses, cesarás de ser un freier y que ellos mientras tanto lleguen a un acuerdo con sus parientes, o, si deciden usar su tiempo trabajando y ganándose la vida en vez de tirarte piedras día y noche, podrán hacer sus propios arreglos respecto a la electricidad y al agua.

Salomón siguió el consejo del rabino. Envió una nota a sus vecinos avisándoles que en seis meses dejaría de darles electricidad y agua. Esto no cambió la situación. Los vecinos continuaron tirando piedras y rocas, pero, por lo menos, Salomón dejó de sentirse freier.

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