El espectro de la “somalización”

ENRIQUE VÁZQUEZ /ABC.ES

Lo que parece un último intento del mediador internacional Lajdar Brahimi de proponer para Siria una solución avalada (de hecho impuesta”, aunque la palabra no sea utilizada nunca) por Moscú y Washington, parecía al final de este sábado condenado al fracaso.

Brahimi, de 79 años, exministro argelino de Exteriores tenido por un peso pesado por experiencia e independencia de criterio, está haciendo durante toda la semana lo que parece el mayor esfuerzo mediador desde que tomó su misión tras suceder en la misma al dimitido Kofi Annan en agosto: estuvo en Damasco desde el lunes hasta el jueves y se reunió con el Gobierno (El-Asad incluído) y la oposición tolerada (la “Coordinación Democrática” del interior) y desde ayer está en Moscú.

En una maniobra avalada por Moscú y de la que, con toda probabilidad, estaba al corriente Washington, ha intentado vender la tesis de que, en ausencia de un acuerdo Siria va directa hacia su conversión en un estado fallido, una Somalia en Oriente Medio. Pero mientras decía esto hace unas horas en Moscú, trascendía que el jefe de la oposición exterior (la “Coalición Nacional”), Ahmed Muaz al-Jatib, rehusaba la invitación del ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, para viajar a Moscú, aunque no descartó encontrarle en un país tercero.

La tesis de “un acuerdo, cualquier acuerdo”…

La oposición ha decidido exigir como condición previa la salida del presidente Assad y Brahimi, informado al detalle en Damasco, está empezando a decir con toda naturalidad que el presidente no abandonará el poder por la fuerza y que, en la pura literalidad del llamado “Acuerdo de Ginebra”, de junio pasado, se contemplaba su continuidad provisional, tasada y sin poder real como parte del eventual arreglo.

Los norteamericanos, con la misión de Kofi Annan agotada entonces, hicieron un esfuerzo de pragmatismo, vistas las divisiones de la oposición y la emergencia en ella de factores islamistas radicales que suscitan preocupación. El perfil bajo de Washington contrastaba con el dinamismo de países de la región, Turquía, Catar y Arabia Saudí en cabeza, pero también de potencias europeas, movilizadas por Francia. París organizó las últimas iniciativas que vieron nacer a la potente “Coalición Nacional”, reconocida por casi todos los países occidentales como el representante del pueblo sirio.

Brahimi, con una experiencia inigualable en Iraq y Afganistán, cambió el método y la argumentación y en vez de defender un acuerdo por su valor político como tal y su condición de herramienta de reconciliación, pasó a describir el conflicto como irresoluble en términos militares y potencialmente capaz de convertir a Siria en un infierno (y hoy ha recurrido al sustantivo de nuevo en Moscú). Es decir, predicó una solución práctica que debería incluir un alto el fuego, un gobierno mixto con una presencia de El-Asad (testimonial) hasta mayo de 2014, cuando deben celebrarse elecciones presidenciales a las que no concurriría. ‘Cascos Azules’ para vigilar el proceso y una gran asistencia material de Occidente…. Un acuerdo instrumental, cualquier acuerdo para parar la matanza.

Morir matando o reescribir la historia

En marzo el conflicto, convertido en una atroz guerra civil, tendrá dos años y ya ha cumplido el extendido pronóstico de que el régimen, sectario en las dos acepciones – de una secta, los alauitas, y excluyente – pelearía sin duda. La última versión, además de la reiteración obtenida por Brahimi de boca de El-Asad de que no se irá por la fuerza, es un rumor que crece sin parar: se habría instalado mucho equipo militar en las áreas alauíes, la franja costera más o menos entre Tartus y Lattakia, para, eventualmente, atrincherarse allí y seguir resistiendo en nombre de una especie de país alauita.

Esta versión del estallido final del Estado, en realidad nunca bien construido en una región troceada por los actores coloniales durante y después de la caída del Imperio otomano y la creación del Líbano, parte histórica de la Gran Siria, parece sugerirse tras la aparente decisión del clan Asad de ejercer, con medios militares de peso y una determinación política considerable, como los jefes de la gran familia…

Este cuadro sería como un capítulo no previsto, y por escribir, de la agitada historia regional, aún cruzada por todos los factores confesionales, étnicos y clientelares que puedan imaginarse. En realidad, los Asad son, por fin, lo que eran realmente, los jefes del clan, no solo los presidentes de la República. En este cuadro, someramente descrito, y con la aparente decisión rusa de no ceder a la presión occidental, el pronóstico de Brahimi no suena a descabellado: el régimen no triunfará, pero su final podría ser, y para tiempo, la somalización del país traspasada, además, al vecino libanés…

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