LUIS FELIPE CASTAÑEDA/EXCELSIOR
La industria de los cómics en México crece a pasos agigantados. Gracias a la compra de las licencias de Marvel y DC Comics, dos de las casas editoriales más grandes en el mundo, los lectores tienen a su disposición decenas de títulos que abarcan a los personajes contemporáneos más populares de los últimos años.
Sin embargo, México ha sido, desde los primeros años de la década de los 40 en el siglo XX, un nicho importante para el desarrollo del que es considerado como el noveno arte. En aquellos tiempos, por supuesto, los cómics y las historietas nada tenían que ver con los héroes que ahora aparecen en las viñetas. Por el contrario, en sus primeros años, los cómics en México se enfocaban en el retrato de la cultura popular y en la creación de personajes que se pudieran identificar con la población.
Publicados en revistas y periódicos de la época, los cómics sirvieron, además, como impulso para el proceso de alfabetización de un país que, tras la guerra revolucionaria, encontraba a buena parte de su población con graves carencias en el desarrollo social y ajenos a lo que, en aquel tiempo, se consideraba cultural.
Así pues, los cómics resultaron un vehículo eficaz, sencillo y barato para llevar el hábito de la lectura a un sector que hasta entonces se había mantenido marginado.
En aquella época, los cómics no se editaban como se les conoce hoy en día. N o había editoriales especializadas ni superhéroes enmascarados. Por aquel entonces se editaban como parte de los periódicos del país y como parte de algunas campañas publicitarias, pero fue hasta la década de los 40 que se vivió el primer gran auge del cómic en México.
Uno de sus principales responsables fue Gabriel Vargas, quien con los trazos y las historias que recreó en La Familia Burrón se convirtió en la piedra angular para el despegue definitivo del género que mezclaba la narrativa de ficción con los dibujos.
Vargas publicó por primera vez la historia de Borola y Regino en 1948, ambos personajes sobrevivieron los embates del tiempo y la aparición de nuevos cómics durante 60 años hasta que el 26 de agosto de 2009 se editó el último número de la serie, el 1,616.
Como sus antecesores aislados, Vargas se apoyó en la idea de retratar en su historieta las vivencias de una familia de clase baja, mismas que servían, a la vez, como crítica a una sociedad que parecía había desamparado a buena parte de sus actores, pero que con Vargas encontraron voz.
Por la misma época, hizo su irrupción Memín Pinguín, creado por Yolanda Vargas Dulché, en 1943, con trazos de Alberto Cabrera en un inicio, aunque posteriormente dibujado por Sixto Valencia. Esta historieta, contrario a lo que hacía La Familia Burrón, apelaba a los valores como eje central de su desarrollo.
Ambos cómics, desde entonces y hasta la época, se han considerado como parte de los pilares que ayudaron al desarrollo y consolidación de la industria en México.
El éxito de ambos motivó la aparición de nuevos personajes que querían sacar provecho de la veta que se había descubierto. Así, México inició su camino propio en el mundo de los superhéroes con la aparición del cómic de Kalimán, el héroe acompañado por Solín que nació originalmente como radionovela, pero que gracias a su aceptación pronto llegó al impreso publicando desde 1965 hasta 1991.
A la par, Yolanda Vargas, creadora de Memín Pinguín, con su esposo Guillermo de la Parra, creaba Editorial VID, empresa que significó el empuje definitivo para el género.
Con un número de lectores ávidos de nuevas aventuras, la editorial comenzó a editar El pecado de Oyuki, Lágrimas y Risas, Kendor, El hombre del Tíbet y El Pantera. Las historias seguían con su cometido de entretener a la vez que ayudaban a incrementar, de manera indirecta, el hábito de la lectura entre los jóvenes.
Ante la buena aceptación que tenía la empresa, en los 80 comenzaron las gestiones para comprar licencias extranjeras que incluían personajes de DC Comics, organización dueña de Supermán, Batman y Linterna Verde, entre otros. Poco después, en 1994, se hicieron de los derechos para publicar en México las historias de Marvel, editorial que había ganado fama y reconocimiento mundial gracias a Spider-man, X-Men y Los vengadores, entre otros.
El negocio se mantuvo independiente hasta 2005, cuando el conglomerado Televisa compró los derechos de Marvel y años después, en 2011, los de D C, títulos que sostenían a VID.
Caso similar al de VID fue el de Editorial Novaro, fundada por Luis y Octavio Novaro. Su labor comenzó en los primeros años de los 50 y tuvo, como en los mejores momentos de VID, un desarrollo impresionante llegando a tener sucursales en tres continentes. Los cómics fueron también su punta de lanza pues gracias a títulos como Tarzán, Supermán, Capitán Marvel, Batman y Tintín se habían convertido en un lucrativo negocio, uno que duró hasta los 80 cuando no resistieron los embates económicos de VID que terminó por arrebatarles las licencias más importantes que tenían y con las que se sostenían.
Con aquellas dos editoriales, el cómic en México vivió una contradicción que a la postre le ha pasado factura. Ambas compañías consolidaron su propuesta con títulos nacionales para luego incrementar su penetración en el mercado con títulos extranjeros, mismos que terminaron por hundir la producción nacional relegando a creaciones mexicanas a un segundo plano hasta eventualmente desaparecerlas.
Ni siquiera títulos como Karmatrón y Los Transformables, uno de los consentidos de los lectores mexicanos y publicado por primera vez en 1986, logró imponerse ante la demanda que había por las historias de Supermán y compañía. La legión extranjera había triunfado de la mano de compañías mexicanas.
En la actualidad, el negocio de las historietas editadas en México se ha reducido a casi un monopolio dominado por Televisa que tiene para sí las licencias de Marvel y D C aunque Novaro, con Kamite Comics, su nueva denominación Kamite Comics, ha anunciado la edición de títulos como Spawn, The Walking Dead y 28 Days Later, entre otros.
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