EL PAÍS
Dalia Youssef nunca sale de casa sin sus auriculares. Y no es solo porque a esta joven cantante y compositora amateur le apasione la música, sino porque los utiliza como escudo protector ante una de las más extendidas epidemias que padece Egipto: el acoso sexual. “Antes me costaba salir a la calle. Me agobiaba y deprimía escuchar cada día los comentarios soeces que me lanzaban desconocidos. Ahora, con los cascos, ya ni me entero”, comenta en un popular café de El Cairo.
El acoso sexual suele suceder a plena luz del día y, aunque parezca ilógico, los lugares de mayor riesgo son los más concurridos, como las manifestaciones. Recientemente, una corresponsal de la cadena France24 tuvo que ser rescatada de una turba que se abalanzó sobre ella tras un directo desde la plaza Tahrir. Un momento especialmente peligroso es el fin del aid el adha, la fiesta del cordero. En la de este año, varias asociaciones de mujeres denunciaron cientos de actos de agresión sexual, realizados sobre todo por grupos de adolescentes.
Según un estudio publicado en 2010 por el Centro Egipcio por los Derechos de las Mujeres (CEDM) y el UNFPA, un fondo de la ONU, casi la mitad de las egipcias declara sufrir el acoso sexual de forma diaria, y hasta un 83% lo ha experimentado alguna vez en su vida. La cifra asciende hasta el 98% en el caso de las mujeres extranjeras que viven en la capital egipcia. A pesar de que no existe un estudio comparativo, numerosas mujeres que han vivido en varios países de la región sostienen que El Cairo es la ciudad donde está lacra es más aguda.
“El acoso puede adoptar aquí muchas formas diferentes: miradas lascivas, piropos desagradables, silbidos, tocamientos, e incluso el seguimiento, ya sea en coche o a pie”, explica Dalia, de 22 años. “Un tipo muy característico de Egipto es el acoso telefónico. Hay hombres que marcan números al azar, en busca de alguna chica. Cuando dan con ella, pueden llamarla hasta 30 o 40 veces al día”, añade. Ante la ineficacia del auricular protector, ha desarrollado otras técnicas para estos casos, como la simulación de voces masculinas, o la descarga de una aplicación de móvil que permite bloquear las llamadas de números concretos.
Si bien el acoso sexual no es un problema nuevo, se ha ido agravando progresivamente durante las últimas tres décadas hasta convertirse en una verdadera plaga. Entre los factores que se suelen apuntar para explicar este fenómeno, figura la frustración sexual que genera una sociedad cada vez más conservadora, mezclada con la amplia difusión de vídeos eróticos a través de la televisión por satélite o de Internet. Por ejemplo, en el popular satélite Hotbird existe al menos una quincena de canales eróticos en árabe.
Asimismo, se señala al hecho que el elevado desempleo juvenil haya retardado sustancialmente la media de edad de matrimonio, sobre todo entre los hombres. Sin embargo, algunos expertos discrepan de estas explicaciones. “El verdadero motivo es la falta de respeto y consideración hacia la mujer y sus derechos. Los acosadores no son solo jóvenes solteros, sino también casados, maduros, e incluso niños”, asevera Rasha Hassan, una de las investigadoras que realizó el estudio del CEDM.
“El acoso cuenta con alto grado de aceptación social, y por lo tanto, de impunidad. Para muchos, es una especie de demostración de hombría”, apostilla. Ante una situación de acoso, explica Rasha, la mayoría de mujeres opta por un silencio incómodo. Pero aquellas que alzan la voz, y reprueban al agresor su conducta, raramente encuentran el apoyo de sus conciudadanos. Tampoco cabe esperar mayor comprensión por parte de la policía, pues los informes señalan a los agentes como uno de los colectivos más propensos al acoso, junto a estudiantes o taxistas.
Una de las más manidas justificaciones de quienes disculpan estos comportamientos pasa por atribuir la responsabilidad a las víctimas, sobre todo a su manera de vestir. No obstante, los datos refutan este lugar común. En el completo estudio del CEDM, un 72% de las víctimas usaban el hiyab o velo islámico. Ni tan siquiera las que usan el niqab, el velo integral, se libran. De hecho, parece difícil recurrir al argumento de la provocación cuando es muy raro ver algún hombro desnudo en las calles de El Cairo, por no hablar de pantorrillas…
Sin embargo, poco a poco, la sociedad está empezando a concienciarse del problema. “En 2006, cuando empezamos nuestro trabajo, era un auténtico tabú. Ahora, muchas organizaciones han lanzado campañas, y los medios de comunicación, e incluso el cine, lo han abordado. Las actitudes están empezando a cambiar”, se felicita Rasha, que colabora como voluntaria en Harassmap, una de las múltiples nuevas iniciativas que proporciona ayuda a las mujeres agredidas. Y como muestra de este nuevo clima, El Cairo 678, un atrevido filme egipcio de una mujer que, harta del acoso diario, decide tomarse la venganza por su mano.
A pesar de que la solución pasa por un profundo cambio cultural, más allá de las campañas de sensibilización, es necesario también un cambio legal. “En el código penal, no está tipificado un delito de acoso sexual. Lo está la violación y el “asalto”, pero este ni tan siquiera está claramente definido”, explica Dina Hussein, una abogada miembro del Consejo Nacional para las Mujeres. Tras una petición oficial del Consejo, el primer ministro, Hisham Kandil, anunció en noviembre que el gobierno estaba preparando una ley que establezca el acoso sexual como delito, castigándolo con severas penas.
Parte de la solución puede surgir también de la actitud rebelde de las chicas de las nuevas generaciones, como Dalia. “La próxima vez que sufra algún tocamiento, no me quedaré de brazos cruzados. Pienso presentar una denuncia. Tenemos que luchar por nuestros derechos”, dice con una mirada que destila determinación.
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