La familia Rothschild se doctora como objeto de museo

ANA TERUEL/EL PAÍS

Decir Rothschild es hablar de una de las más famosas y poderosas dinastías de la historia que domina el mundo de la banca y de las finanzas desde hace más de dos siglos. Sus miembros se han implementado en diferentes países con el mismo éxito y perpetúan la herencia creada por su fundador, Mayer Amschel Rothschild, consagrado como el séptimo mayor empresario de todos los tiempos por la revista Forbes. La rama francesa, una de las más consolidadas, la inició su hijo James de Rotshchild, quien se instaló en París en 1812, y cuya figura se recuerda estos días en una exposición la Biblioteca Nacional de Francia. Más de dos siglos después, sus descendientes mantienen viva la herencia del fundador: son empresarios, apasionados por los deportes, vinateros de lujo y viven en las majestuosas mansiones patrimonio de la familia que están repartidas por todo el país.

Quien ha supervisado esta exposición del legado familiar es Benjamin, el más rico de la dinastía francesa -14ª fortuna de Francia según la revista Challenges con 2.800 millones de euros-, y su esposa Ariane, a la cabeza del grupo LCF Rothschild. Ambos viven instalados en una mansión situada a pocos metros del Elíseo, decorada con mobiliario del siglo XVIII y pinturas de Goya y de Boucher. “Prefiero hablar de deporte que de finanzas”, ha declarado el banquero al diario Le Figaro, que con motivo de la exposición ha logrado entrevistar a los herederos de la familia residentes en Francia. Benjamin compagina los negocios con su gran pasión, la vela. En el año 2006 ganó la Route du Rhum, una carrera transtáltica anual que sale de Saint-Malo hasta Pointe-à-Pitre, en el caribe francés, a bordo de su Gitana 11.

Sigue también la tradición de la banca David de Rothschild, presidente de Rotshchild & Cie y miembro del consejo de administración del grupo Casino. Él asegura llevar una vida tranquila, casi austera. Con una rutina de la que rara vez se escapa y que incluye: levantarse pronto, desayunar en familiar y leer la prensa de camino a la oficina. Allí recibe a lo largo de todo el día en una habitación minimalista con grandes ventanales.

Menos convencional es su hermanastro Edouard de Rothschild, quien renunció en 2003 a la carrera de gerente asociado del banco de David para tomarse un año sabático y entregarse por completo a su pasión por la hípica. En 2005 sorprendió a todos al convertirse en el accionista de referencia del diario de izquierdas francés Libération. En 2010 pidió la nacionalidad israelí, según contó porque no había sido seleccionado en el equipo de Francia de jumping para participar en los Juegos Olímpicos y quería hacerlo con el equipo israelí.

La tradición del vino, la perpetúa Philippine de Rothschild, hija del viticultor, poeta y cineasta Philippe (1902-1988), quien lanzó las etiquetas del Château Mouton, creadas por artistas como Chagall, Picasso, Soulages y más recientemente Jeff Koons. Philippine no dudó en dejar la Comédie Française, donde era pensionista, para recuperar la gestión de los prestigiosos viñedos familiares. Eric de Rothschild, primo de David, por su parte gestiona el dominio del Château Lafite Rothschild desde 1975 y preside en París el Memorial de la Shoah.

Todos son descendientes directos de James y de su esposa Betty, que también fue su sobrina, con la que contrae matrimonio en 1824. La muestra de la Biblioteca Nacional de Francia recuerda cómo el talentoso joven fue uno de los personajes clave que, junto a sus rivales los hermanos Camondo y los hermanos Pereire, convirtió París en una de las principales plazas bursátiles. Pronto su domicilio de la calle Lafitte se había consolidado como punto de encuentro de diplomáticos, ministros, aristocráticos y artistas. Inspiró de pasó a personajes de los grandes autores de la época, como Stendhal, Balzac o Zola.

Pero la historia de la dinastía, ennoblecida por el emperador Francisco I de Austria, se remonta a mediados del siglo XVIII con el personaje de Mayer Amsel Rothschild. Este, que vive con su familia en una pequeña calle del gueto judío de Fráncfort, convierte el negocio de su padre en un banco de éxito. Uno de sus puntos fuertes consiste en mandar a cada uno de sus hijos a las grandes capitales europeas: Amschel hijo se queda en Fráncfort, Nathan pone rumbo a Londres, Salomon a Viena, Carl a Nápoles y James a París. Gracias a sus conexiones, la saga de grandes banqueros se adentra en diferentes sectores de la industria, las materia primas y del transporte.

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