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domingo 22 de diciembre de 2024

Derechos Humanos e Israel

JULIÁN SCHVINDLERMAN/COMUNIDADES

¿Puede una ONG de derechos humanos tener entre sus miembros a un relator antisemita, a un analista militar colector de souvenirs nazis, a un juez antisionista, organizar una cena de recaudación en Arabia Saudita, halagar al clan Gaddafi, opinar que llamados a la destrucción de Israel no constituyen una forma de incitación al genocidio, emitir más reportes sobre la conducta humanitaria del estado judío -única democracia del Medio Oriente- que de cualquier otra tiranía en la región, y aun así preservar su reputación como una organización imparcial?

Aparentemente sí, esa es la proeza de Human Rights Watch. Para el observador desprevenido, HRW es un parangón de combate objetivo contra las violaciones a los derechos humanos en el mundo. Para quienes siguen las actividades y reportes de esta ONG más de cerca, su colapso moral interior es evidente.

Dime con quién andas y te diré quién eres, ¿no? Comencemos por el perfil de algunos de sus integrantes. Primeramente está el patrón financiero de la organización, el magnate George Soros, quién respalda materialmente a HWR y a otros grupos de extrema izquierda en los Estados Unidos como J Street y MoveOn.org.

Hasta hace unas pocas semanas atrás, Richard Falk integraba el Comité Santa Bárbara que es parte de esta ONG y la asiste en sus actividades globales. El señor Falk trabajó como experto en Palestina en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, posición que usó para difamar a Israel y defender a los tiranos múltiples veces. Al puesto fue postulado por Bashar Assad, Muhamar Gaddafi y otros dictadores. Su posturas fueron tan saturadas de antisemitismo y tan extremas (él cree que el 9/11 fue una patraña norteamericana) que fue repudiado por el Primer Ministro británico David Cameron, la embajadora estadounidense ante la ONU Susan Rice, la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU Navi Pillay y el Secretario-General del organismo Ban Ki-Moon. El radicalismo de Falk es tal que la propia Autoridad Palestina pidió que fuese removido del cargo sobre la base de que él es un “partisano de Hamas”. HRW no halló objetable sus posiciones y lo acogió con gusto. Debió desasociarse de él luego de una exitosa campaña de denuncia internacional llevada adelante por la ONG suiza United Nations Watch.

En su plantel estuvo también Marc Garlasco, quien trabajó en la organización como un analista militar senior. HRW lo presentó como parte de su División de Emergencias dedicado a la “evaluación de daños en la batalla, operaciones militares e interrogatorios”. Fue enviado varias veces a zonas de conflicto, especialmente a Israel, país al que dedicó atención desproporcionada y muy crítica. HRW debió suspenderlo cuando trascendió su obsesión por la colección de fetiches nazis, la publicación de un libro de más de cuatrocientas páginas sobre insignias militares y sus visitas a portales firmando como “Flak 88”, nombre de una conocida pieza de artillería alemana de la Segunda Guerra Mundial. HRW lo defendió alegando que su inclinación por la parafernalia nazi era parte de su historia familiar y acusó al gobierno israelí de instigar una campaña de desprestigio: “Esta acusación es demostrablemente falsa y encaja en una campaña para distraer atención de los reportes rigurosos y detallados de Human Rights Watch sobre las violaciones de los derechos humanos y la ley humanitaria internacional por parte del gobierno israelí”. Finalmente lo removió del cargo y prometió una investigación, de la cual públicamente nunca se supo nada.

Otro de sus oficiales estrella que terminó fuera de la organización fue Richard Goldstone. Este juez judío sudafricano era miembro de su junta de directores cuando fue designado titular de una comisión de investigación de la ONU sobre los presuntos crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por Israel durante la guerra con Hamas del 2008/09. Cuando NGO Monitor, una organización israelí dedicada a observar la conducta de las agencias de derechos humanos, denunció el conflicto de intereses del juez al ejercer ambas posiciones, éste renunció a HRW.

En su informe, Goldstone citó unas treinta afirmaciones de HRW sobre Israel y HRW promovió con entusiasmo tanto su designación como su reporte. Desde que Goldstone fue designado en abril del 2009 hasta que emitió su informe en septiembre del mismo año, HRW emitió más de quince declaraciones a favor del establecimiento de la comisión de investigación, elogiando la idoneidad del juez y exigiendo que Israel cooperase. Dentro del primer mes de publicado el informe, HRW había publicado veintisiete comunicados alabándolo. Sarah Leah Withson, directora del programa de Medio Oriente y Norte de África de HRW insistió que Washington debía respaldar las conclusiones del reporte y para ello comparó la defensa israelí contra cohetes de Hamas con las matanzas masivas, violaciones y otras aberraciones perpetradas en África: “La Administración Obama no puede exigir el rendir cuentas por serias violaciones [a los derechos humanos] en lugares como Sudán y el Congo pero permitir a aliados como Israel un pase libre”. Un año y medio después de haber redactado su polémico informe, el propio juez Goldstone tomó distancia del mismo en artículos de opinión publicados en la prensa norteamericana.

En cuanto a la propia señora Withson, cabe señalar que antes de unirse a HRW activó en la oficina en New York del Comité Árabe-Americano contra la Discriminación (ente fuertemente antiisraelí) y una de sus primeras tareas en HRW consistió en involucrar a la organización en presionar a Caterpillar a que desistiese de vender tractores al ejército israelí. Conforme Jennifer Rubin ha escrito en su blog de la revista Commentary, Withson tiene o ha tenido en su oficina un póster de una película que celebra el terrorismo-suicida.

Con estos personajes a bordo, apenas sorprende que desde que Hamas lanzó su primer cohete contra población civil en Israel (eso es un crimen de guerra) le haya tomado años a HRW emitir su primer informe al respecto, o que, como observó el comentarista David Feith en el Wall Street Journal, durante la primera década de este milenio HRW haya publicado aproximadamente la misma cantidad de reportes críticos de Israel que sobre Irán, Siria y Libia combinados.

En abril del 2009, miembros de HRW visitaron Libia y felicitaron al hijo del coronel libio Seif al-Islam por ser una “fuerza de la reforma”. En breve, el hijo predilecto de Gaddafi estaría amenazando a la población civil libia sublevada, advirtiendo que el régimen estaba dispuesto a pelear “hasta el último hombre, la última mujer, la última bala”.

Al mes siguiente HRW organizó una cena de recaudación de fondos en Arabia Saudita, país donde la discriminación contra las mujeres, la persecución a homosexuales y la intolerancia religiosa son moneda corriente. HRW justificó la necesidad de fondos mostrando que, efectivamente, dedica una atención desproporcionada a Israel: “La agrupación enfrenta una merma de fondos por la crisis financiera global y por el trabajo respecto de Israel y Gaza, que agota el presupuesto de HRW para la región”.

Cuando un editorial del New York Times se manifestó contrariamente a la postulación palestina como estado independiente ante la ONU, el director de HRW Kenneth Roth envió un tweet objetando esa postura. A los pocos minutos de que la Asamblea General de la ONU recibiera favorablemente a Palestina como estado no-miembro en su seno el pasado 29 de noviembre, HRW instó a los palestinos a que usaran su nuevo estatus para perseguir a Israel en la Corte Criminal Internacional.

La obsesión antiisraelí de HRW la ha llevado a lugares curiosos. Para el sentido común, clamar pública y repetidamente por la destrucción de una nación constituye incitación al genocidio; no así para el director de esta institución. Cuando se le preguntó en el 2010 acerca de las expresiones infamantes del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad (“hay que borrar a Israel del mapa”), Roth puso en duda esas palabras: “Hubo una pregunta real acerca de si él verdaderamente dijo eso”. Cuando esa frase ya no pudo ser negada y el vicepresidente del organismo Shid Seinberg dijo que HRW no debía permanecer callada ante las diatribas antiisraelíes de Irán, Roth escribió que “la teoría” que reina en su organización es que en el caso de la defensa de una causa, por más odiosa que sea, hay tiempo para disuadir mientras que en la incitación, no. “Muchas de las afirmaciones [de Irán] son ciertamente reprochables, pero no son incitación al genocidio.

Nadie ha actuado sobre ellas”, señaló. Se podría postular que Hamas, Hezbollah y las Guardias Revolucionarias iraníes ya han actuado sobre esas palabras, pero alegar razón ante el dogma es una empresa inútil. Según el criterio del director de HRW, habrá que esperar a que Teherán lance la bomba atómica sobre Tel-Aviv para concluir que “hay que borrar a Israel del mapa” era, después de todo, una incitación al genocidio. ¿Será muy descabellado pensar que quizás ese escenario no le disguste demasiado al señor Roth?

Un crítico de la conducta escandalosa de esta agrupación de derechos humanos escribió un artículo en el New York Times en el cual lamentaba que “Human Rights Watch ha perdido perspectiva crítica sobre un conflicto en el que Israel ha sido repetidamente atacada” y que ella “con creciente frecuencia, deja de lado la distinción importante entre sociedades abiertas y cerradas” y concluyó así: “Sólo por medio del retorno a su misión fundacional y al espíritu de humildad que la animó podrá Human Rights Watch resucitarse a sí misma como una fuerza moral en el Medio Oriente y por todo el mundo. Si fracasa en hacer eso, su credibilidad será seriamente minada y su rol importante en el mundo significativamente disminuido”.

Esto fue publicado en el 2009 y su autor fue Richard L. Bernstein, el fundador eminente de Human Rights Watch.

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