RUBEN GALLO/ LETRAS LIBRES
I. Lectores
Uno de los primeros lectores de Freud en México fue el poeta Salvador Novo, que comenzó a leer y a escribir sobre el psicoanálisis antes de cumplir veinte años y fue uno de los primeros escritores en comentar los textos de Freud para un público no especializado. Durante los años veinte Novo leyó con voracidad los libros de Freud y publicó varias reseñas de obras psicoanalíticas en las páginas de El Universal Ilustrado y otras revistas capitalinas. La Casa del Poeta conserva, entre otros libros, los ejemplares de las Obras completas de Freud que pertenecieron a Novo: volúmenes llenos de anotaciones manuscritas. Novo leyó a Freud con el mismo humor negro que caracteriza su producción juvenil: cuando el profesor vienés, en un ensayo sobre la perversión, observa que hay “individuos para los cuales la defecación constituye durante toda su vida una fuente de voluptuosidad”, Novo apunta, en el margen: “¡los escritores!” Y cuando el doctor Freud explica que para ciertos fetichistas “el objeto sexual es el pie sucio y maloliente”, Novo exclama, también en el margen, “¡oh!”, parodiando la reacción de una púdica señorita escandalizada ante las burdas imágenes evocadas por el psicoanalista.
Novo incorporó muchas de las teorías psicoanalíticas a su escritura. Quizá su obra más freudiana sea La estatua de sal, su autobiografía. El libro inicia con una evocación de los “intentos fallidos” que hizo por psicoanalizarse y luego pasa a narrar una serie casi interminable de aventuras sexuales. No sería descabellado leer este libro como un ejercicio de autoanálisis. Freud también había hecho un autoanálisis: la interpretación de sus propios sueños que publicó en 1900. Si Freud analiza sus sueños, Novo dedica su estudio a las seducciones que marcaron su juventud. Sus memorias bien pudieron haberse llamado La interpretación de los ligues.
Freud encontró un lector muy distinto en el filósofo Samuel Ramos, que en 1934 publicó su Perfil del hombre y la cultura en México, un libro que incluye un capítulo sobre “El psicoanálisis del mexicano” y fue el primer intento en aplicar las teorías vienesas al debate sobre la identidad mexicana. Ramos llega a una conclusión sorprendente: el carácter del mexicano, nos dice, se define por un “sentimiento de inferioridad”. La argumentación del filósofo no se basa en Freud sino en uno de sus discípulos disidentes: el doctor Alfred Adler, que rompió con Freud en 1911 para lanzar su propia teoría psicológica basada en “la inferioridad de los órganos”. Ramos había viajado a Europa en 1927: allí conoció a Adler y quedó seducido por sus teorías.
Otro gran lector de Freud fue Octavio Paz. A fines de los años cuarenta, en París, Paz leyó los libros de Freud… y los de Ramos también. Bajo la influencia de estas dos figuras tan disímiles comenzó a escribir El laberinto de la soledad. Paz escribió este ensayo, en parte, como una respuesta a Ramos: no es el complejo de inferioridad, nos dice, sino la soledad lo que define el carácter del mexicano. En la entrevista con Claude Fell recogida en Posdata, Paz explica que se aventuró a escribir El laberinto… después de leer el último libro de Freud: Moisés y la religión monoteísta, publicado unos meses antes de la muerte del analista vienés en 1939. Al redactar El laberinto…, Paz quiso hacer con México lo que Freud había hecho con el pueblo judío: interpretar los orígenes y el nacimiento simbólico de la cultura. Freud comienza su historia del judaísmo con el faraón Akhenatón; Paz elegirá la Conquista y el trauma ocasionado por el choque entre dos culturas. Freud enfoca su estudio en una figura masculina: Moisés; Paz elige a una mujer, doña Marina, y privilegia el papel de lo femenino en la historia de México.
Un misterio: ¿por qué Paz, el lector mexicano más serio que Freud tuvo en la primera mitad de siglo XX, no volvió a hablar del psicoanálisis? El arco y la lira incluye una refutación del psicoanálisis como instrumento de interpretación de la poesía, y Vislumbres de la India, un breve comentario sobre la teoría freudiana del monoteísmo. Pero en las páginas de Plural o Vuelta casi nunca aparece citado el nombre de Freud. ¿Por qué este rechazo a un autor que iluminó sus primeras obras? Quizá no se trata de un rechazo a Freud sino de un rechazo a los freudianos, en especial a los psicoanalistas argentinos que llegaron a México en los años setenta, trayendo consigo un vocabulario psicoanalítico pesado y barroco que seguramente irritó la sensibilidad literaria –basada en la limpidez– de Paz.
Freud tendría otros lectores mexicanos más excéntricos: Frida Kahlo, que realizó una interpretación pictórica de Moisés y la religión monoteísta en su Moisés de 1945. (Kahlo y Paz, que tuvieron tan poco en común, compartieron una gran fascinación por el último libro de Freud. ¿Qué se hubieran dicho si hubieran podido conversar sobre Freud, Moisés y el monoteísmo?) En 1940 Ramón Mercader, el asesino de Trotski, fue asignado al juez Raúl Carrancá y Trujillo, otro lector de Freud que había luchado por incorporar las herramientas del psicoanálisis al sistema jurídico mexicano. Como parte de su investigación, Carrancá ordenó un psicoanálisis intensivo –seis horas al día, seis días a la semana, durante seis meses– de Ramón Mercader. El resultado –dos gruesos expedientes sobre “la mente consciente” y “la mente inconsciente” del asesino– llevó al juez a concluir que Mercader había asesinado al revolucionario a causa de un complejo de Edipo activo –una conclusión que los periódicos de la capital reprodujeron en sus páginas.
La pintora Remedios Varo también leyó a Freud. En 1960 pintó un cuadro que lleva por título Mujer saliendo del psicoanalista y que presenta una visión cómica del lugar del psicoanálisis en la vida cotidiana de la burguesía.
Pero sin duda el lector más excéntrico que Freud tuvo en México fue el sacerdote Gregorio Lemercier, fundador de un “convento en psicoanálisis” en el pueblo de Santa María Ahuacatitlán, cerca de Cuernavaca, que se volvería famoso por todo el mundo como un experimento vanguardista por reformar el catolicismo. Lemercier invitó a los psicoanalistas Gustavo Quevedo y Frida Zmud a trabajar en el monasterio, donde todos los monjes participaron en sesiones de terapia colectiva. Como resultado de este experimento el sacerdote publicó un libro que llevó por título Diálogos con Cristo: monjes en psicoanálisis, que por desgracia llegó a manos del Vaticano y del Santo Oficio. Después de un juicio, la Iglesia le ordenó a Lemercier que no volviera a hablar de Freud, ni en público ni en privado. Lemercier prefirió abandonar la Iglesia y quedarse con Freud: transformó su monasterio en el “Centro Psicoanalítico Emaús”. El escritor Vicente Leñero dramatizó estos hechos en su obra de teatro Pueblo rechazado, estrenada en 1968, unas semanas después de la masacre de Tlatelolco.
II. El México de Freud
¿Qué hubiera pensado Freud de todos estos lectores? ¿Y de los usos tan diversos que se le dieron a la teoría psicoanalítica en México? Las pinturas de Frida Kahlo y Remedios Varo; el uso del psicoanálisis en los debates sobre la mexicanidad; el psicoanálisis practicado en un monasterio benedictino. Todo esto parece estar muy lejos de los intereses de Freud.
Pero Freud, en la Viena de fines del siglo XIX, tuvo a México muy presente en su vida. Freud nació en 1856 y tenía apenas once años cuando su compatriota Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en Querétaro. Como todos los austriacos de su generación, Freud se estremeció ante aquel episodio que los periódicos de la época tildaron de Kaisertragödie. Pero los lazos entre México y el imperio austrohúngaro habían comenzado mucho antes del nacimiento de Freud: la Conquista de México se desarrolló bajo el reino de Carlos V, un Habsburgo. Varios de los célebres regalos de Moctezuma que Hernán Cortés le enviara al Rey fueron repartidos entre sus capitales europeas y varios de ellos llegaron a Viena. El museo etnográfico de Viena cuenta entre sus tesoros más preciados el llamado penacho de Moctezuma (los expertos han demostrado que el penacho fue creado hacia 1580 y por lo tanto no pudo haber pertenecido a Moctezuma, aunque se trata de un objeto azteca genuino).
En sus paseos cotidianos por Viena, Freud pudo haber visto un sinfín de referencias a los lazos históricos que unen a Viena con México: el penacho en el museo etnográfico; un códice azteca –el Codex Vindobonensis– en la Biblioteca Imperial (hoy Biblioteca Nacional); la Votivkirche, la iglesia votiva que Maximiliano mandó construir para agradecer el hecho de que su hermano, el emperador Francisco José, había salido ileso de un atentado en 1853. Este fue uno de los proyectos más ambiciosos de Maximiliano: una construcción gótica, de piedra de cantera, tan enorme y tan cara que no se había terminado en 1864, cuando el emperador se embarcó a México, y tampoco se había concluido en 1867, cuando el imperio se desmoronó. La iglesia no fue inaugurada sino hasta 1879 –más de 25 años después del inicio de la construcción– y para entonces, más que un tributo a la vida de Francisco José, se había convertido en un monumento fúnebre a Maximiliano.
Freud vivió más de treinta años en un apartamento en la Berggasse, a una cuantas calles de la Votivkirche. Cada vez que salía a dar un paseo, cada vez que iba al centro de la ciudad, cada vez que se dirigía a la Ringstraße, pasaba frente a la iglesia que había sido uno de los muchos proyectos descabellados de Maximiliano. Muchos años después de la muerte de Freud, la ciudad de Viena quiso rendirle homenaje al descubridor del inconsciente y decidió bautizar el parque frente a la iglesia –que hasta entonces se había llamado Votivpark– con el nombre de Sigmund Freud: al centro hay un monumento que lleva la inscripción “Die Stimme des Intellekts ist leise” –la inteligencia habla en voz baja. Así, por un capricho burocrático, Freud quedó, post mórtem, frente a Maximiliano. Si los muertos pudieran hablar, Freud –que tenía un gran talento para hacer preguntas que llevaran al paciente a revelar los secretos de sus traumas– seguramente abriría la conversación preguntándole al malhadado archiduque: “¿Cómo le fue en México?” ~
* Este texto es un resumen de mi libro Freud’s Mexico: Into the wilds of psychoanalysis, de próxima publicación por la editorial mit Press.
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