LA GACETA
16 de enero 2013.-Mirada lacerante, pelo rapado, barbilla pequeña que contrasta con una frente despejada. Es Naftalí Bennett, comandante de reserva del Ejército israelí, así como multimillonario -labró su fortuna en el campo de la seguridad informática-. Y sobre todo, líder de Bait Yehudi (Hogar Judío), la formación que puede escorar aún más a la derecha las ya de por sí radicalizadas políticas del primer ministro Benjamín Netanyahu, tras los comicios legislativos del próximo día 22.
Si las previsiones de las encuestas se cumplen, Netyanyahu será el claro vencedor pero no podrá gobernar en solitario y tendrá que pactar con Bennett. Una pequeña venganza para este último, que fue mano derecha de Netanyahu entre 2006 y 2008, cuando el líder del Likud era el jefe de la oposición. Dicen las malas lenguas que el cese de Bennett se produjo a instancias de Sara, la influyente esposa de Netanyahu.
Pero, en honor a la verdad, Bennett no es un vulgar político al uso, de esos que precisan de los aparatos y de las prebendas como medio de vida. Antes al contrario: Bennett es un aventurero. Hijo de una pareja norteamericana que decidió emigrar a Israel después de la Guerra de los Seis Días, Bennett supo estar a la altura de las expectativas de sus padres. Con 18 años se alistó en el Ejército israelí y sirvió durante algo más de un lustro en unidades de élite.
Del Ejército pasó a la Universidad de Tel Aviv, donde se licenció en Derecho. Y, sin perder el tiempo, a su salida fundó junto a un socio Cyota, una sociedad especializada en luchar contra el fraude de softwares que vendió en 2005 por 145 millones de dólares. Ya lo tenía todo para triunfar en la política pero, sabedor de las costumbres políticas del Estado judío -que no dan larga vida a los que atacan frontalmente al establishment desde la periferia- prefirió el manto protector de Netanyahu.
El estar en la sombra no era lo suyo; sí lo era el activismo social. Por eso, tras dejar a Netanhayu, pensó que tendría más protagonismo e influencia en un activismo social acorde con sus ideas sionistas. Acertó: en sus dos años -entre 2010 y 2012- hizo del Yesha -el organismo que congrega a los colonos de Cisjordania- un poderoso grupo de presión, el mayor que nunca ha tenido.
Semejante influencia -y más viniendo de una antiguo prodigio de la informática como es Bennett- no hubiera sido posible sin un brazo armado digital: a través de Israel Cheli (Mi Israel), Benett sedujo a miles de jóvenes israelíes, por supuesto de derechas. ¿Su blanco? Todas las élites cuyo mensaje se desmarque lo más mínimo del sionismo puro y duro; por ejemplo, Galei Tsahal, la influyente radio del Ejército.
A principios de 2012, Bennett pensó que había llegado el momento de volver a la política, si bien esta vez por su cuenta e innovando: eso significaba devolver el carnet de Likud y encontrar un nuevo partido en el que pudiera campar a sus anchas. El elegido fue Hogar Judío, sucesor de Partido Nacional-Religioso, una formación que tuvo su influencia a finales de los sesenta, aportando el condimento religioso a varios Gobiernos.
Pues bien: Benett ingresó en el Hogar en abril pasado y en noviembre ya era su líder. ¿Su idea? Trasladar a ese partido el estilo del Yesha: el grueso de sus militantes vota al Hogar. Sin embargo, Bennett, pese a los eslóganes simplones, es un político lo suficientemente fino como para saber que un mero trasplante entre el movimiento y el partido está abocado al fracaso.
Por eso, dedica sus esfuerzos a ampliar la base del Hogar a nacionalistas que no tienen por qué ser religiosos. Si lo consigue, pondrá fin a las sempiternas guerras entre religiosos y laicos que son el plato diario de la derecha dura israelí desde hace ya demasiado tiempo.
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