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jueves 21 de noviembre de 2024

Los Benei Anusim: entre la historia y el sensacionalismo. Parte 2 (a la bendita memoria de José Kaminer, erudito y apasionado de este tema)

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

Generalmente, los términos “Ben Anusim”, “Marrano”, “Cripto-Judío”, “Judeo-converso” y “Cristiano Nuevo” son aplicados indistintamente, como si significaran lo mismo. En esta entrega vamos a hacer las precisiones necesarias para corregir esta información. Comencemos por las definiciones simples, y luego analizaremos las diferencias.

En la nota anterior ya explicamos, a grandes rasgos, qué es un Ben Anusim: un judío que desciende de judíos que fueron forzados a cambiar de religión. Vale la pena recalcar que aquí no se incluyen aquellos judíos que, voluntariamente, aceptaron la conversión y que son definidos como “apóstatas”.

Por su parte, “Cristiano Nuevo” es el término que se usó entre los siglos XV y XVIII en el medio católico para definir a todo aquel que no tuviera “limpieza de sangre”. Esto es, todo aquel cuya familia no fuera cristiana, por lo menos, desde hacía siete generaciones, y fuese descendiente de judíos o musulmanes convertidos al Catolicismo.

El Judeo-converso es casi lo mismo, aunque limitado -obviamente- al universo de judíos que se convirtieron al Catolicismo. El término se aplica tanto a los “forzados” como a los “apóstatas”.

Por su parte, el Cripto-Judío es aquel que practica la religión judía clandestinamente, y -en el tema que nos ocupa- la religión católica ante los ojos de la sociedad.

Finalmente, se le llamó “marranos” a aquellos Cripto-Judíos que, además de practicar en secreto su religión, intentaban convencer a otros -fueran judíos o no- de que también se adhirieran a las creencias y prácticas judías (en secreto, naturalmente).

Empecemos con las diferencias: un Ben Anusim y un Judeo-converso se distinguen en que los Benei Anusim son descendientes de judíos que fueron obligados a cambiar de religión, mientras que entre los Judeo-conversos no se marca ninguna distinción y se incluyen lo mismo a los “forzados” que a los “apóstatas”. El Ben Anusim conserva intacta su identidad judía, mientras que el Judeo-converso no necesariamente. Por ejemplo: una mujer forzada a convertirse (anusá, en hebreo) engendra, por el derecho materno, hijos cien por ciento judíos. Igualmente sucede con sus hijas. De ese modo, se va construyendo -exclusivamente por la vía materna- un linaje de Benei Anusim. En cambio, si un Judeo-converso aceptó la fe católica por propia voluntad, dejó de ser judío. Si se casó con una cristiana sin ningún origen judío, sus hijos son descendientes de un Judeo-converso, pero no pueden ser definidos como Benei Anusim.

Otras diferencias: no todos los Benei Anusim fueron Cripto-Judíos. Muchos Benei Anusim, aunque derechohabientes a la identidad judía por ser la descendencia directa por la línea materna de judíos forzados a la conversión, terminaron por asimilarse al contexto católico hispano y profesaron de manera sincera el Cristianismo. Por lo tanto, nunca practicaron en la clandestinidad la religión judía, y por esa razón no se les puede definir como Cripto-Judíos. En el otro extremo, muchos descendientes de Judeo-conversos que, por no serlo por la vía materna no calificaban para ser definidos como Benei Anusim, sí practicaron la religión judía en secreto, por lo que fueron verdaderos Cripto-Judíos. Se tiene bien documentado el caso de mestizos y mulatos que, sin derecho halájico a definirse como judíos, practicaron el Judaísmo de manera secreta. En los casos más radicales, hubo grupos nativos de América Latina que se “convirtieron” al Judaísmo debido al proselitismo de los Marranos, y siguieron practicando clandestinamente su nueva religión durante siglos. No eran judíos en el sentido de que no eran hebreos, y menos aún Benei Anusim. Pero fueron Cripto-Judíos en su práctica religiosa.

Finalmente, el “marrano” está definido por su actitud, no por su linaje. Podía ser un verdadero Ben Anusim o sólo un descendiente de un Judeo-converso. Si se le define como “marrano”, es exclusivamente por el proselitismo que hacía. Se deduce, entonces, que todos los “marranos” fueron Cripto-Judíos, pero no necesariamente todos los Cripto-Judíos fueron “marranos”.

Como puede verse, estamos hablando de identidades muy disímiles en las que podían darse todo tipo de combinaciones. Lo mismo hubo personas que no tenían el derecho natural de identificarse como judíos, pero que practicaban el Judaísmo en secreto, que gente de linaje cien por ciento judío que se asumía como sincero e incluso ferviente católico.

Lo interesante fue que, en sus rasgos más generales, todos ellos fueron un grupo bastante compacto debido a una razón totalmente externa, que nunca estuvo bajo su control: la facilidad para corromper al sistema inquisitorial Novohispano.

Está demostrado que muchos de los procesos de la Inquisición no se iniciaron por motivos verdaderamente religiosos.

Por ejemplo, entre 1642 y 1650 se llevaron a cabo los autos de fe más numerosos y crueles en la historia de la Inquisición de México, y casi se desmanteló por completo a un amplio grupo de familias Cripto-Judías (es decir, practicantes clandestinos de la religión judía) de origen portugués. Pero la motivación fue política, no religiosa, y eso se sabe porque otros grupos de Cripto-Judíos, pero de origen español, ni siquiera fueron amenazados. El punto fue que en ese momento Portugal intentaba independizarse de España en el marco de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), y la Corona Española estaba tomando represalias. En el caso de los procesos inquisitoriales en México, se intentó -y se logró- lesionar las redes comerciales que las familias judías de Portugal habían construido desde Amsterdam, y que estaban presentes en México (especialmente, Veracruz), las Antillas, las Guyanas, el norte de Brasil y Filipinas. En 1648 concluyó el conflicto en Europa, y España sufrió una derrota total. Portugal se independizó, y dos años después los autos de fe fueron suspendidos, e incluso los Cripto-Judíos que permanecían en la cárcel de la Inquisición fueron liberados.

En otros casos, los procesos inquisitoriales se iniciaron por denuncias motivadas por la envidia (generalmente, por razones comerciales o industriales). Lo complejo del asunto es que al acusado no se le explicaba el por qué de su detención, y sólo se le presionaba (entiéndase: torturaba) para que confesara. Además, todos sus bienes eran decomisados por la Inquisición para costear el proceso. De ese modo, muchas fortunas novohispanas bien habidas fueron dilapidadas por una burocracia eclesiástica ambiciosa y corrupta.

Estas circunstancias crearon una conciencia de fragilidad muy especial en las familias descendientes de Judeo-conversos, sin importar si calificaban para ser verdaderos Benei Anusim o si eran católicos sinceros, Cripto-Judíos fervientes, o incluso activos “marranos” proselitistas. Dado que todos estaban en riesgo, muchos miembros de estas familias desarrollaron dos hábitos importantes: sólo mezclarse entre ellos mismos, y cuidarse. Durante los tres siglos que duró la Colonia en América Latina, se convirtieron en núcleos considerablemente cerrados, y no hay demasiadas dudas respecto a que a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, los clanes que podían ser definidos como “judíos” (por una u otra razón), seguían bien integrados.

¿Cómo estaban organizados estos clanes? Digamos que como eje central, había un núcleo duro, generalmente integrado por verdaderos Benei Anusim: hombres y mujeres que podían trazar sin problemas sus linajes maternos y demostrar que eran judíos, porque practicaban una endogamia estricta y buscaban emparentar sólo con integrantes de la propia familia. La “dureza” de este núcleo no se definía tanto por la religión (lo mismo había Cripto-Judíos que católicos sinceros), sino por la norma estricta de no mezclarse con “cristianos viejos” (católicos sin ningún origen judío). En general, se toleraba la postura religiosa de cada uno para garantizar la protección de la familia.

Alrededor de este núcleo, había un extenso grupo que con cierta frecuencia llegaba a emparentar con familias no judías. Tenía sus ventajas, especialmente en el caso de las mujeres. Si se casaban con un “cristiano viejo”, un apellido genuinamente cristiano y de “sangre limpia” pasaba a ser parte de la familia, pero la práctica común era que a los hijos se les revelaba, a partir de los trece años de edad, su identidad judía con todos los riesgos que eso implicaba. Debido a ello, muchos apellidos que no tenían ningún vínculo histórico con el Judaísmo pasaron al universo de los Benei Anusim.

Como extremo periférico de estos clanes estuvieron aquellos integrantes que hicieron un claro y definido esfuerzo por desentenderse del Judaísmo, ya fuera como estrategia de protección personal, o por sincera convicción religiosa. En la mayoría de los casos, simplemente se distanciaron del grupo y se asimilaron al ambiente católico de la Nueva España.

De cualquier modo, los matrimonios “mixtos” que se generaron en los últimos dos círculos mencionados fueron los que ocasionaron que no todos los miembros de estos clanes pudieran ser definidos, halájicamente, como verdaderos Benei Anusim y, por lo tanto, verdaderos judíos. El asunto se volvió especialmente complejo por la actividad proselitista de los “marranos”, que no aplicaban distingos a la hora de intentar convencer a algún conocido o algún pariente para que “regresaran” a la religión judía. Incluso, se sabe que algunos lograron conversiones de grupos nativos o mestizos, llevando el Cripto-Judaísmo fuera de los límites estrictos de las familias de origen judío. Al respecto, hay que aclarar que estas estrategias radicales (convertir no judíos) no tenían una motivación exclusivamente religiosa, sino también de seguridad. De ese modo, creaban ambientes de complicidad entre las poblaciones indígenas, poco afectas a los españoles y frecuentemente presionadas o lesionadas por la Inquisición.

Estos extraños hábitos generaron ventajas y desventajas. Lo más notable fue que se crearon redes familiares extendidas en amplias zonas del país, y eso representó una ventaja comercial, acentuada porque muchos conservaban el contacto con familiares en Europa. Más en el caso de las familias portuguesas, por una razón trascendental: prácticamente todos eran descendientes de judíos forzados a la conversión en 1497, por lo que casi la totalidad de sus integrantes estaban integrados en núcleos duros, con altos niveles endogámicos y donde prácticamente todos eran Cripto-Judíos (el grupo portugués merece una mayor atención, y más adelante le dedicaremos una nota). La principal desventaja vino de la mano con esta próspera actividad de negocios: se convirtieron en el foco de muchas envidias, y en muchas ocasiones bastaba con que alguien fuera “portugués” (para muchos, sinónimo de judío) para ser denunciado ante la Inquisición, sin importar si las razones eran reales o ficticias.

Esta organización familiar sobrevivió bastante bien hasta finales del siglo XVIII o inicios del siglo XIX, e incluso todavía en la guerra de Independencia, hubo destacados personajes identificados como verdaderos judíos, como el caso de Fray Servando Teresa de Mier. Al mismo Hidalgo se le acusó ante la Inquisición de “judaizante”, aunque no hay pruebas fehacientes de que haya sido de origen judío. La acusación pudo ser simple estrategia para arruinarlo más, porque también se le acusó de practicar “herejías luteranas”, y la realidad es que ambas acusaciones son mutuamente excluyentes.

Los clanes de origen judío se extendieron por todo el país. Es bien sabido que el estado de Nuevo León fue fundado por familias sefarditas, a la cabeza de las cuales iban los Carvajal. Pero también hubo una fuerte presencia de estos grupos en las zonas mineras y en las grandes rutas comerciales. De ese modo, estados como Guerrero, Michoacán, Veracruz, Puebla, Oaxaca, Chiapas o Mérida tuvieron amplios grupos de origen judío. Más tarde, especialmente después de los autos de fe de 1642 a 1650, muchas familias se trasladaron hacia el norte, estableciéndose en un amplio territorio que abarca desde Coahuila hasta Arizona.

Por conveniencia, los núcleos duros optaban por establecerse en poblaciones pequeñas, preferentemente con mayoría de población indígena. De ese modo les resultaba muy fácil reconocerse, pues eran las familias criollas o “blancas” del lugar. En algunas ocasiones, el poco contacto que lograron tener con otros núcleos duros generó hábitos endogámicos muy acentuados, y eso generó la extraña convicción de que un buen matriomonio sólo se daba entre parientes. Vale la pena señalar que muchas familias “blancas” en la provincia mexicana siguen teniendo esta idea hasta el día de hoy.

Esto garantizó que, por lo menos hasta la época de la Independencia, los clanes de origen judío pudieran desarrollar sus dinámicas con la discreción suficiente para pasar desapercibidos. Sin embargo, las últimas décadas del siglo XVIII trajeron una serie de cambios que, a lo largo del siguiente siglo, vino a transformar muchos hábitos de estas familias.

En la próxima nota vamos a comentar cómo el auge del liberalismo político provocó fuertes cambios en las dinámicas de las familias de origen judío, especialmente por la introducción de la Masonería en la Nueva España. De paso, vamos a explicar por qué la evolución de los descendientes de judíos tomó una ruta muy especial en México, a diferencia de los países de América del Sur.

Hasta la próxima semana.

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