La ofensa y el perdón

VICTORIA DANA /

¿Es posible perdonar? ¿Es posible olvidar? ¿Se puede perdonar sin olvidar?

Los filósofos tratan de responder a estas preguntas, así como los políticos quienes intentan darles sentido y los editorialistas que escriben sobre ello. Los hombres de ciencia, psicólogos, neurólogos, psiquiatras, también se cuestionan, y ¿por qué no? Nosotros, los que vivimos el día a día, también quisiéramos conocer las respuestas, en especial, las víctimas, aquellos ofendidos, humillados, ultrajados, quisieran elucidar por qué ellos.

La ofensa

Primero debemos plantearnos un escenario. Alguien ultraja a otro. Este acto rompe con valores fundamentales como respeto y el derecho de un semejante a existir:

“Dos adolescentes sin trabajo (alrededor de 18 años) y que tienen una importante posición entre gente más joven del vecindario, deambulan sin tener nada que hacer. Se encuentran con un tercer joven, que saben, es alcohólico, alguien que está en una obvia situación de debilidad. Saltan sobre él, lo golpean, lo queman con cigarros y terminan aventándolo desnudo al río… la víctima sin oportunidad alguna de defenderse a sí misma. Cuando los adolescentes del resto del grupo comentaron el incidente, no sintieron que los atacantes habían hecho nada malo en agredir a alguien que normalmente es uno de sus amigos o vecinos. No le dieron ninguna atención a las consecuencias de sus actos y todo sucedió como en un juego”

Esta historia, a la mayoría de nosotros nos parece conocida. Sabemos que pudo haber sucedido en cualquier grupo de nuestro país, pero ocurre en Cergy, un pequeño pueblo francés. Lo que no menciono, que debió ser aterrador, es que sucedió en pleno invierno: el río estaba congelado y el joven agredido pudo haber muerto.

Me parece impresionante que el resto de los muchachos, al escuchar el relato, convirtieran a los verdugos en héroes y se regocijaran de la escena como si hubieran visto una comedia. Tal vez así se divertían los integrantes de las juventudes nazis en los campos de concentración. Como es de esperarse, no hubo consecuencias de sus actos; ningún castigo para los transgresores. Este suceso ocurrió en el 2004, hace casi una década, por lo que es probable que los adolescentes europeos estuvieran “más al día” con las tendencias actuales de violencia. El ejemplo lo tomo de Una filosofía del dolor de Arne Johan Vetlesen . También me llamó mucho la atención su concepto del Síndrome del significado del mundo. Culpa, en gran parte de una distorsión, a la televisión que alimenta a los jóvenes con escenas violentas a todo lo largo y ancho del planeta. También habla de los videojuegos: de cómo la violencia física y el asesinato se convierten en algo natural, cotidiano y, en momentos de frustración, en un intento de enfrentar conflictos personales. Vetlesen comenta otro caso:

En Noruega, Fred Alford le preguntó a un grupo de adolescentes qué pensaban de Adolph Eichman y su idea de perpetrar, de acuerdo con los nazis, el exterminio judío. La mayoría de los jóvenes evadieron una respuesta concreta. ¿Qué sucedió? Empezaron a dar una serie de objeciones para no tener que criticar las acciones de Eichman, todas ellas los condenaban en términos morales. Tal vez uno hubiera hecho precisamente lo mismo que Eichman, ¿o no? ¿Cómo saber lo que Eichman pensaba y cuáles eran sus verdaderos motivos? Ciertamente lo habrían asesinado de no obedecer las órdenes de sus superiores, ¿no es así?

El tipo de respuestas, explica Vetlesen, dan a entender que la gente se identificó con Eichman, no con sus víctimas y ellos no están tan distantes de ser iguales a él.

El opresor se ha convertido en héroe, mientras que el oprimido es un mequetrefe, un perdedor. Ésa es la percepción que les han inculcado a los jóvenes, ésa es su idea de sobrevivir en el mundo. Por supuesto, nadie visitó al joven que vivió esta pesadilla, hubiera sido estar de lado de los “loosers”, de los impopulares.

¿Se puede perdonar?

No me gustaría ser víctima. Por más empatía que intento, mi imaginación no alcanza para vivenciar un proceso de esta naturaleza. Uno de los últimos casos de agresión multitudinaria fue registrado por CNN en Ohio: 18 adolescentes violaron a una niña de 12 años. No puedo estar segura si la niña es capaz de perdonar, porque no reportaron su estado físico. Es probable que haya muerto durante la embestida, o que sus condiciones se hayan deteriorado profundamente para el resto de su vida.

También, como Johan Arne, caeríamos en el intento de explicar, racionalizar y acabar justificando la acción de los violadores: los medios de comunicación, los mensajes, la frustración, la necesidad de pertenencia, la obligación de obedecer al líder, el clima, el ruido, el exceso de droga, la hormona, la mala digestión… en fin, justificaciones hay, y podríamos inventar muchas otras más.

Los defensores de la excusa total niegan la responsabilidad de una voluntad que ha mal querido, es más, no aceptan que la voluntad pueda ambi-querer, por lo tanto declaran a la voluntad inexistente. Para ellos el culpable es más bien inocente, una marioneta de sus impulsos, de su situación económica, de su realidad histórica, de su entorno familiar, de su inconsciente. Intentar dar razones del mal es banalizarlo, pues lo que no debía ser, ahora tiene razón de ser. Uno de los problemas que preocupaba a Hanna Arendt y que habían suscitado las discusiones en torno al juicio de Eichman fue: “una extraordinaria confusión sobre las más elementales cuestiones morales, de tal manera que parece que, en nuestros tiempos, lo último que cabe verdaderamente esperar, en esas materias, es la existencia de un instinto moral”

 

Llega el momento que, como dice Camus y como resultado de esta racionalización, hay una curiosa inversión de valores tan propia de nuestro tiempo, que la víctima, el inocente, acaba por disculparse y dar explicaciones.

 

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