EL PAÍS
15 de enero 2013.-En Kfar Habad el gran rabino Ashkenazi no impone la disciplina de voto. Aquí, los judíos ultraortodoxos, a los que se conoce como los Lubavitch, pueden votar al candidato que quieran en las elecciones del próximo martes. El rabino sólo impone dos condiciones: que sea un partido religioso y que prometa no evacuar a un solo judío de los asentamientos incrustados en los territorios palestinos. Puede que los ultrarreligiosos de Kfar Habad sean los más estrictos, pero en general, la creación de un futuro Estado palestino, previa salida de buena parte del más de medio millón de colonos que allí viven, constituye una línea roja infranqueable para muchos israelíes, entre ellos el cerca del 11% de la población que vive según las reglas que impone la literalidad bíblica.
En el caso de los Lubavitch de Kfar Habad, una localidad en el centro del país, no hay duda. El gran rabino Menachem Mendel Schneerson, fallecido a mediados de los noventa y al que parte de sus seguidores consideran el Mesías en persona, lo dejó claro. No se debe siquiera contemplar la posibilidad de evacuar a judíos de lo que él consideraba la tierra prometida. Lo que dijo Schneerson es palabra de Dios en esta localidad, asentada sobre los restos de una antigua aldea palestina anterior a 1948. Los carteles con la imagen del supuesto mesías se pueden ver por todo Kfar Habad, también en el edificio de ladrillo visto que replica el cuartel general de los Lubavitch en Brooklyn.
A la salida de la gran sinagoga de Kfar Habad, hay un cierto trasiego de hombres vestidos de negro. “Aquí nadie votaría a la izquierda. El rabino Schneerson lo dejó claro. No daremos ninguna tierra a los árabes”, dice uno de esos hombres, el rabino Shmuel Grumach. ¿Qué futuro le espera entonces a los palestinos? “El Mesías, cuando vuelva, se encargará de eso”, añade. “Yo votaré a un partido que diga claramente que no está a favor de un Estado palestino”, asegura también Beni, emigrado a Israel desde México y profesor en un gran orfanato de Kfar Habad, parte de la red de organizaciones caritativas que esta secta tiene repartidas por todo el mundo.
El proceso de paz, y el eterno conflicto que les enfrenta a los palestinos no es sin embargo la gran preocupación de la comunidad ultrarreligiosa, dedicada sobre todo a cumplir sus mandamientos y a propiciar el inmediato regreso del mesías. A sus líderes, los dirigentes de los partidos religiosos les preocupa sobre todo, que el Gobierno de turno les asegure la financiación necesaria para mantener su estilo de vida —familias ultranumerosas, en las que el padre no trabaja y se dedica al estudio de los textos sagrados gracias a las subvenciones estatales—.
Históricamente no lo han tenido demasiado complicado. El sistema electoral israelí hace que los partidos religiosos hayan sido hasta ahora imprescindibles para formar las coaliciones de Gobierno en las que las formaciones pequeñas conviven con alguna de las grandes, para alcanzar la mayoría parlamentaria necesaria. Los religiosos son conscientes de que sus escaños son cruciales a la hora de formar Gobierno y parten por lo tanto de una cómoda posición negociadora. Su relevancia aumenta además elección tras elección gracias a la altísima tasa de natalidad de la comunidad ultraortodoxa, donde es frecuente encontrar familias con 12 hijos. “La demografía no ofrece buenas perspectivas a los laicos ni al centro-izquierda”, explica el experto en sondeos electorales Rafi Smith.
El pragmatismo ultraortodoxo hace que a pesar de su sintonía política con la derecha, al gubernamental Likud, el caballo ganador de estas elecciones, le preocupe a dos semanas de las elecciones que los religiosos se decanten al final por formar Gobierno con partidos de centro-izquierda y dejen a Benjamín Netanyahu en la estacada. A estas alturas, parece estar claro quién ganará las elecciones. Lo que no está tan claro es qué Gobierno de coalición se formará.
En su majestuoso despacho del Ayuntamiento de Jerusalén, el vicealcalde, Yitzchak Pindrus, uno de los líderes del ultrartodoxo Unidad, Torá y Judaísmo, expone la posición de su partido. “Nosotros pactaremos con quien respete nuestro sistema educativo y nuestras viviendas. Nos da igual quién esté en el poder. No descartamos pactar con los laboristas”, deja caer a modo de amenaza a Netanyahu. ¿Hasta qué punto sus votantes estarían dispuestos a comulgar con las propuestas del centro-izquierda respecto a los palestinos? “Mire, tenemos claro que ningún partido actual y tampoco los laboristas van a hacer nada a favor de un Estado palestino”.
En realidad, no hay gran diferencia entre derecha e izquierda en torno a la cuestión palestina. Tal vez el único gran partido que de verdad se desmarca es la Casa Judía, el partido ultraderechista del carismático Naftali Bennett, que se opone frontalmente no sólo de hecho sino también de palabra a la creación de un Estado palestino. El resto de las grandes formaciones, incluido el Likud de Netanyahu, dicen estar en líneas generales a favor de que los palestinos tengan su propio Estado, pero ni sus campañas ni sus programas se ocupan en exceso del tema, a excepción de lo que aquí consideran la extrema izquierda.
El vicealcalde Pindrus repite un argumento que en la calle se escucha a diario y que resume el sentir popular. “Nadie en Israel cree que vaya a haber negociaciones con los palestinos. Al fin y al cabo todos los Gobiernos, también los de izquierdas han construido asentamientos”.
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